jueves, 28 de octubre de 2010

EL GRITO (Il Grido de Michelangelo Antonioni, 1957)

Hay películas que claramente marcan la trayectoria de sus autores, que suponen un punto de inflexión en su carrera. Algunas, incluso, contienen en su interior ese cambio fundamental. Es el caso de Il Grido, una extraordinaria cinta de Michelangelo Antonioni que conviene revisar para conocer la evolución del, siempre moderno, cineasta.



Antonioni se distancia de sus películas anteriores y desciende varios peldaños en la clase social -aunque este no es el cambio al que nos referimos, ya veremos cuál-, el director pasa de la reflexión acerca de la burguesía, en Las Amigas, hasta la problemática social de la clase obrera, en El Grito. Pero lo hace como excusa para estudiar el conflicto interior del personaje principal: Aldo vive con Irma y con la hija que tienen ambos en común. La pareja espera con ansiedad que el marido de Irma le conceda el divorcio para poder casarse. Sin embargo, cuando surge la oportunidad de contraer matrimonio, la mujer decide abandonar la convivencia e irse con otro. Aldo comienza a deambular por distintos pueblos con su hija, en espera de olvidar lo ocurrido y darle un sentido a su existencia.

A partir de aquí, el filme se convierte en un conjunto de episodios, tantos como intentos de Aldo por iniciar una nueva vida; pero también en una repetición, una continua vuelta al punto de salida, en lo que parece un problema sin solución para el protagonista. La estructura por capítulos tiene, además, un atractivo especial cuando el realizador la utiliza para describir diferentes personalidades femeninas. Distintas, sí, pero todas ellas desesperadas por cumplir la misma aspiración: abandonar la soledad.


Esta es la trama que plantea Antonioni. Y en ella se aprecia con claridad el punto de inflexión al que nos referíamos: la transición entre el neorrealismo más puro y la reflexión personal acerca de la incomunicación. Así, la presentación naturalista de los personajes en un ambiente obrero, y el arranque con el conflicto de la pareja, corresponden al movimiento cinematográfico nacido de la mano de Rossellini; pero el posterior deambular, y el desasosiego del protagonista, es más propio del cine que vendrá a continuación con su influyente trilogía, La Aventura, La Noche y El Eclipse. Incluso hay un borrador de El Desierto Rojo cuando, en la conclusión, Antonioni se sirve de la excusa de una huelga para presentar a Aldo atravesando la fábrica abandonada, fiel reflejo del estado de ánimo del personaje. En el mismo sentido camina la utilización expresionista del paisaje. La llanura del Po, ya tratada en el documental Gente del Po (1947), sirve para que el desolado Aldo se identifique con ella.

La inclusión de actores conocidos no contamina lo que pretende el director gracias al magnífico trabajo de Antonioni con ellos. Destaca la actuación de Steve Cochran, habitual secundario en westerns y policíacos de cine negro,
encasillado en papeles de villano de sangre fría, pero que aquí cambia totalmente de interpretación para dar vida al angustiado Aldo; y la de Alida Valli, que aparece desposeída del glamour que la caracterizó en otras obras -e incluso más fea de lo normal-, todo para encontrarse con un personaje amoral que propicia toda la acción dramática. Más fácil lo tuvo Antonioni con Betsy Blair, una actriz prácticamente con un solo registro: el de solterona resignada, enamorada y no correspondida, cuya presencia siempre se agradece en cualquier drama.

Recomendamos, por tanto, El Grito. Porque es un excelente estudio cinematográfico de caracteres; y porque encierra la transición fundamental de la obra de un grande: Michelangelo Antonioni.


Ver Ficha de El Grito.

viernes, 22 de octubre de 2010

CINE EN DVD: RETRATO EN NEGRO (Portrait in Black de Michael Gordon, 1960)

Más cierto en el pasado que en la actualidad, la cantidad –y calidad- de las propuestas de trabajo recibidas por una actriz que ronda los cuarenta es inversamente proporcional a su edad. Década maldita para muchas de ellas que ven declinar su carrera hasta prácticamente desaparecer (algunas no lo soportaron y terminaron trágicamente). No fue el caso de Lana Turner, que a finales de los cincuenta consiguió relanzar su estrellato gracias a tres melodramas muy interesantes: Vidas Borrascosas (Peyton Place de Mark Robson, 1957), Imitación a la vida (Imitation of Life de Douglas Sirk, 1959) y Retrato en Negro. Es, precisamente, esta última cinta la que hace unas semanas lanzaba la Universal al mercado de venta de DVD.



Portrait in Black también significó una oportunidad para que Michael Gordon volviera a dirigir. Perseguido por McCarthy, y desterrado desde principios de la década, Gordon se ganó la confianza de Ross Hunter para volver detrás de las cámaras en 1959. El productor le encargó antes de Retrato en Negro la dirección de una comedia. Ambos proyectos resultaron un éxito, sobre todo Confidencias a Medianoche (Pillow Talk, 1959), determinante para que su carrera siguiera por unos derroteros comerciales de dudosa calidad. Y es que las mejores cintas de Gordon, con la agradable excepción de su versión de Cyrano de Bergerac (1950), siempre han caminado de la mano del drama policíaco más que de la comedia romántica. Una prueba de ello es la película que nos atañe.

Portrait in Black es un melodrama que pronto se tiñe de negro, como anuncia el título en los excelentes créditos de Wayne Fitzgerald. Basada en la obra de teatro de los mismos autores que luego la adaptaron para la gran pantalla (Ivan Goff y Ben Roberts), la cinta arranca con la habitual presentación de los personajes principales: Sheila (Lana Turner) está casada con Matthew Cabot, armador multimillonario, mucho mayor que ella, que vive postrado en una cama, pero que dirige su imperio –y a su mujer- con mano de hierro. Su enfermedad empeora por momentos y necesita de los frecuentes cuidados del doctor Rivera (Anthony Quinn); que no sólo atiende al magnate, sino que también se encarga, en otro sentido, de Sheila. El enfermo no termina de morir y el adulterio se vuelve insostenible; tanto que desemboca en asesinato y, lo que es peor, provoca un molesto chantaje.

Aunque el filme comienza algo desigual en su realización (algunas secuencias del principio resultan forzadas y la escena del funeral no puede ser más típica) las casi dos terceras partes siguientes atrapan al público y no lo sueltan hasta el sorprendente final. Subtramas paralelas de personajes arribistas, pulsiones sexuales y cuentas pendientes de saldar, rodean a esta especie de whodunit en el que se convierte la película, cuando el espectador se pone del lado de los criminales e intenta averiguar quién es el chantajista. Desde el chófer hasta la inquietante ama de llaves oriental (Anna May Wong, ¿la recuerdan como compañera de Marlene Dietrich en El Expreso de Shanghai?), pasando por la secretaria de Cabot, y por Howard, la mano derecha del armador, todos pueden haber tenido sus motivos para aprovecharse del asesinato. Incluso los objetos inanimados tienen algo que decir en este thriller negro: escaleras, cortinas y automóviles (sobre todo si no se sabe cómo conducirlos) no pondrán las cosas nada fáciles a los protagonistas.

Para conseguir la atmósfera adecuada, Gordon recurre a una luz por sectores que ilumina parcialmente el plató. De esta forma, es el movimiento de los actores el que consigue el efecto deseado de luces y sombras. Así, mientras planean el crimen, Lana Turner se sitúa en primer término para que su rostro permanezca parcialmente iluminado mientras Anthony Quinn la observa detrás, a oscuras.

Como se ha dicho, la actriz se encontraba en plena resurrección artística. Después del éxito de Imitación a la vida (del mismo productor) aquí consigue superar con su actuación a sus oponentes. Muy elegante siempre, vestida por Jean Louis, sólo desentona su peinado, más propio de una mujer mucho mayor, que no hace sino acentuar su aspecto de actriz algo talludita. Y es que la edad no perdona.


Ver Ficha de Retrato en Negro.


domingo, 17 de octubre de 2010

CINE EN TV: FILÓN DE PLATA; EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES

Filón de Plata (Silver Lode de Allan Dwan, 1954). John Payne, Lizabeth Scott, Dan Duryea. (Televisión de las Islas Baleares, IB3, miércoles 20 a las 17:40).

Western frenético de un director de largo recorrido, así se podría resumir esta notable película alabada, entre otros, por Martin Scorsese en su excelente documental sobre el cine americano; e incluida en múltiples listas de largometrajes que no hay que perderse.

Silver Lode no es una cinta del Oeste típica. Aunque pertenece al género, tiene rasgos de cine negro. Y no sólo por el casting -Dan Duryea, un clásico "malo" del film-noir, Lizabeth Scott, en el ranking de las damas más negras (aquí de blanco, como corresponde a una novia que acaba de contraer matrimonio) y John Payne, que repetirá en alguna película oscura del mismo director- sino por la estética de algunas secuencias (sobre todo las del final) y por la angustia creada entorno al personaje principal y la transformación de su carácter propiciada por el deseo de venganza, más que por el de justicia.



La trama también se aleja del western convencional, al menos del que se estilaba antes de que el sheriff Will Kane (Solo ante el peligro) caminara temeroso buscando ayuda en un pueblo acobardado. Allan Dwan le da la vuelta a la historia de Zinnemann, pero sigue con la simbología Mccarthista. Veamos porqué:

Dan Ballard (Payne) se acaba de casar con Rose Evans (Liz Scott), pero la llegada de unos sospechosos agentes de la ley le quieren aguar la fiesta. Hasta ahora, el argumento se mueve en el mismo terreno que el de la película protagonizada por Gary Cooper. El punto de giro que hace que Allan Dwan se distancie de Zinnemann es la acusación de asesinato que traen los forasteros contra Ballard. En un principio, todo el pueblo está a favor de su inocencia, pero ciertas mentiras, malentendidos y viejas rencillas harán que poco a poco la gente se vuelva de lo más hostil. El héroe no está sólo contra una banda de forajidos, ahora lucha por su supervivencia ¡contra toda la ciudad! Una caza de brujas en toda regla. El director, con poco disimulo, le pone nombre al que dirige la persecución: McCarty.

Lo que viene a continuación es la razón por la que el filme ha sido tan elogiado: el ritmo endiablado que le imprime este efectivo cineasta de extensa carrera que es Allan Dwan. El realizador ya dirigió notables obras en el período mudo y se atrevió con todos los géneros en el sonoro. Aquí demuestra lo aprendido en obras tan dispares como las simpáticas aventuras de Douglas Fairbanks o las películas bélicas junto a John Wayne, entre muchas otras.

En Silver Lode parece imposible que el acorralado Payne salga con vida. Sólo su flamante esposa cree en él, aunque con momentos de duda; como la Grace Kelly de Solo ante el peligro. También, como ella, Liz Scott será decisiva para la resolución de la película. Un final estupendo, donde el protagonista acude al edificio de la iglesia como única salvación posible. Dwan coloca otra metáfora. Esta vez evidente, pero espectacular en su ejecución.



El Crepúsculo de los Dioses (Sunset Blvd. de Billy Wilder, 1950). William Holden, Gloria Swanson, Erich Von Stroheim, Cecil B. De Mille. (La Otra, jueves 21 a las 22:30)

La Morgue; música del oscarizado Franz Waxman. Los cadáveres cubiertos con un blanco sudario, casi transparente. Los recién fallecidos hablan y comentan entre ellos –casi cotillean- lo que les ha ocurrido a cada uno. Uno de ellos comienza a contar que la ilusión de toda su vida siempre fue tener una piscina. Por fin la tuvo; pero murió en ella.

Este era el inicio que Charles Brackett y Billy Wilder idearon para Sunset Boulevard, y que finalmente no fue aprobado por un público que se reía a carcajadas en una proyección previa… leer más


lunes, 11 de octubre de 2010

LA MUJER INFIEL (La Femme Infidele de Claude Chabrol, 1969)

Nos resistimos a abandonar a Chabrol. Espero sepan perdonarnos, pero hay tantas películas por comentar (más de cincuenta filmes) y la mayoría de ellos de enorme calidad como la que, sin duda tiene, La Mujer Infiel, la cinta elegida para seguir con nuestro particular homenaje.


El título nos anuncia un drama triangular: el matrimonio, en apariencia feliz, formado por Charles (Michel Bouquet) y Helene (Stephane Audran) entra en crisis cuando Charles comienza a sospechar que su mujer le engaña. La infidelidad se confirma más adelante y el encuentro entre marido y amante (Maurice Ronet) tiene consecuencias trágicas. La historia es lo de menos para el realizador francés, que compensa la sencillez de la trama con la complejidad interna de los personajes. Ahí es donde se luce Chabrol, con la definición de los caracteres. Y lo hace gracias a las imágenes, utilizando muy poco diálogo –esto es cine con mayúsculas-.

Como él mismo ha reconocido en varias entrevistas, desde Los Primos (Les Cousins, 1959), su segunda película, plantea con recurrencia un triángulo basado en tres sujetos: Charles, Helene y Paul (en varias ocasiones, como en la que nos atañe, ni siquiera se molesta en cambiar el nombre a algunos de los protagonistas). Charles y Paul representan en su filmografía todas las variantes de la victima y el verdugo, incluyendo el intercambio de papeles a lo largo del metraje; mientras que Helene suele ser la desencadenante de la acción. Se trata de un personaje ambiguo, generalmente interpretado por la musa de Chabrol en gran parte de su carrera: Stephane Audran. Digamos que el paradigma de Helene es el representado en La Femme Infidele. Se trata de una mujer distante, sensual, infiel, pero que comprende las muestras de celos de su pareja, e incluso las pulsiones violentas, ya que las ve como pruebas de amor. Para el realizador, Helene es una figura de porcelana –atentos a la escultura que se convierte en el arma del crimen ¿es un busto de Helene?-, la cámara la fotografía semidesnuda, en ropa interior, pintándose las uñas de los pies en el cuarto de baño, o tumbada en la cama o en el césped, como si fuera una diosa del Olimpo. Chabrol participa en el drama cuando Stephane Audran posa para él, mientras el resto de personajes se mantiene al margen. La relación entre objetivo y actriz se convierte en otra infidelidad más.

Por otro lado, el director sigue fiel a sí mismo cuando opina, en boca de sus personajes, que se vive mejor en el campo que en la ciudad, o que la televisión es denigrante. Tampoco se olvida de la gastronomía como solución perfecta para la puesta en escena con diálogos. Y hasta se concede un auto-homenaje cuando el protagonista pasa de largo un cine en el que anuncian Las Ciervas (Les biches, 1968), su filme anterior.

La Mujer Infiel es una buena oportunidad para admirar la forma de rodar de Claude Chabrol, desde el principio hasta el final: así, el manejo del foco en el arranque nos anuncia el conflicto cuando distorsiona la perfecta imagen de familia feliz y da paso a los créditos; y el travelling final de Helene, en primer plano, resulta clarificador –perfecta Stephane Audran cuando su sorpresa se va transformando poco a poco en sonrisa-; aunque de todas las escenas nos quedamos con la secuencia del crimen. La referencia a Hitchcock es inevitable y la ausencia de música preside una sucesión de encuadres a cada cual mejor.

Sólo nos queda avisar, al lector que aún no haya visto La Femme Infidele, que no piense que durante una hora y media va a ser un espectador pasivo. Nada de eso. El director le va a pedir que colabore con él. Ya verá como se sorprende trabajando en la elaboración de los diálogos que faltan. Aquellos que el director insinúa con silencios y miradas entre los protagonistas. Es decir, que se prepare para disfrutar del mejor cine de Claude Chabrol.


Ver Ficha de La Mujer Infiel.


miércoles, 6 de octubre de 2010

COLABORACIÓN: CLAUDE CHABROL (según Caperuzzita)


Al Señor Chabrol le gustaba comer, lo sé porque era un hombre gordo de manos poderosas y sensuales; un gran gusto por la vida. A Chabrol le gustaban los asesinatos con olor a veneno en el aire y un ligero matizz de hortensias plantadas en los jardines.

A Chabrol le gustaba el zzine, el amor, la comida y los banquetes de boda. A Chabrol le gustaba hablar hazziendo rizzos en el aire, lo sé porque le escuche, una noche, metida en mi guarida. Le gustaban las hermanas Papin tanto como a Lacan y mucho más que a mi pequeño psicoanalista, algo corto de entendederas y muy, muy flojo de remos.

A mí me gusta Chabrol.


Las hermanas Papin.
Las recortadas, mucho más que a Chabrol, y ya es dezzir.
A mí no me gustan las perdizzes…. Ni las codornizzes porque dan saltos y, siempre, me dejan perpleja.
Caperuzzita.

Possdata: Días antes de las muerte de Chabrol en Franzzia, una ciudazz de provinzzias, fue descubierto el cadáver de un afamado cozzinero que llevaba desaparezzido más de dos años. El cuerpo fue encontrado, descuartizzado, en un congelador. Su esposa lo apioló dos años antes y lo escondió en su casa, lugar zzercano a un restaurante de su propiedazz.

Si Chabrol siguiera vivo, hubiera hecho una peli de este extraño suzzeso. Una pena…






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