martes, 26 de febrero de 2013

ESPECIAL EXPRESIONISMO (V)

3.3. El Expresionismo de Murnau y Lang (continuación):

Fritz Lang.- Comenzó en el mundo del cine como guionista, igual que su esposa Thea von Harbou. Aunque el siempre lo negó, su forma de hacer cine tiene una relación directa con el Expresionismo, tanto es así que estuvo a punto de dirigir El gabinete del doctor Caligari siendo sustituido finalmente por Wiene. Más que servir al movimiento, Lang se sirve de él en su propio interés. De esta forma en Las tres luces (Der müde Tod, 1921) utiliza la simbología que le proporciona una imagen y un decorado distorsionados a través del claroscuro, influencias directas del teatro de Reinhardt.

Las Tres Luces

Pero quizás la obra mas recordada de Lang en su etapa muda es Metrópolis (1927).  Cuando el movimiento expresionista agonizaba, Lang sorprendió al mundo cinematográfico con este filme, paradigma de lo que se llamó Expresionismo Arquitectónico o Lineal (no olvidemos los inicios de Lang como arquitecto). Lang se inspiró en un viaje que realizó a Nueva York para poner en práctica su idea de "la línea del cielo", por la cual todas las estructuras apuntaban hacia arriba.

"La línea del cielo" en Metrópolis

Los recursos expresionistas son evidentes en una cinta donde las máquinas cobran vida, donde los robots protagonizan la trama, donde los actores gesticulan hasta el paroxismo (véase el inventor interpretado por Klein-Rogge, o la falsa María, brillante Brigitte Helm).

La luz también juega un papel importante, pero no para distorsionar ambientes y personajes, sino para diferenciar socialmente la clase alta que vive en el exterior de la clase obrera perteneciente al mundo subterráneo. También para dar impresión sonora, como en los cuatro chorros de luz que salen de la sirena que anuncia el cambio de turno, o la sinfonía luminosa de las máquinas.

Disposición geométrica en las multitudes de Metrópolis

Otro de los logros de esta obra maestra es el manejo de las multitudes. Parte del mérito habrá que atribuírselo a Otto Rippert, cuya influencia en Metrópolis es notoria, no en vano Lang trabajó para él como guionista. Sólo hace falta ver Homunculus para darse cuenta de la similitud en la utilización de las masas en ambas películas. En el arranque de Metrópolis, un grupo de obreros caminan de manera uniforme, siempre con la cabeza agachada, sin que se les vea la cara, carentes de personalidad alguna; durante la inundación, la multitud que huye desesperadamente se amontona de forma piramidal sobre un islote apuntando hacia el cielo, rogando por la salvación; en la escena final, los obreros se aproximan formando un triángulo que apunta al centro de la imagen donde se encuentra la pareja protagonista. Son algunos de los ejemplos de las disposiciones geométricas que Lang ideó para dar mayor fuerza expresiva a las imágenes.


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sábado, 16 de febrero de 2013

GANGSTER SQUAD (Ruben Fleischer, 2013)

Nos da por llevar la contraria. Es habitual que en estos días de febrero, con la cartelera repleta de películas nominadas a los Goya, Oscar y demás premios, uno no sepa a qué sala acudir. Qué manía la de distribuir las películas, que supuestamente son las mejores, en un solo mes. No entramos en el juego y nos decantamos por una cinta que me temo tendrá que esperar al año que viene para disputar estos galardones ya que se estrenó el pasado enero; mala fecha, pero buena película.



Este escuadrón antigángsters se basa en una historia real y en el libro homónimo  de Paul Lieberman, pero realmente es, a partes iguales, un ejercicio de nostalgia y de estilo. Veamos:

Mickey Cohen (Sean Penn) es un sanguinario y ambicioso capo de la mafia que quiere controlar Los Ángeles a base de asesinar a la competencia y de comprar a jueces y policías. El sargento O’Mara (Josh Brolin) es un excombatiente de la Segunda Guerra Mundial que aún sigue batallando, esta vez contra los delincuentes. Un agente de la ley atípico, de los que no se venden, que quiere acabar con Cohen formando un escuadrón de policías. Los agentes operan desde la ilegalidad y tienen carta blanca para destrozar locales, garitos e intervenir las operaciones del mafioso. La mano derecha de O’Mara es el sargento Jerry Wooters (Ryan Gosling), un policía más “normal”, que se adhiere a la causa por dos razones: es el amante de la novia de Cohen y además acaba de perder a un amigo, a un niño limpiabotas víctima de un tiroteo de los matones de Cohen. 

Con esta trama de película de serie B ambientada en los años cuarenta, Ruben Fleischer, un director curtido en la televisión —uno más—, elabora un producto que sueña parecerse a aquellas películas de cine negro que poblaban las carteleras de posguerra. Consigue su propósito gracias a una cuidada estilización y ambientación, y a una galería de personajes estereotipados que encajan como un guante en este filme de género.



Fleischer aprende de los errores de proyectos anteriores del mismo corte como La Dalia Negra (The Black Dalia de Brian De Palma, 2006) y se hace con un libreto de altura, con unos diálogos que parecen extraídos de las mejores novelas hard-boiled. Fleischer es más fiel al universo de James Ellroy que De Palma y sólo sigue al segundo para gestionar una trama que mezcla la historia de La Dalia… con otro largometraje del mismo director: Los Intocables de Eliot Ness (The Untouchables de Brian De Palma, 1987). Los puntos en común con Los Intocables son evidentes, entre ellos, el villano: Sean Penn, tan sobreactuado como De Niro —en un papel que demanda esa sobreactuación— es el que abre la película con un arranque (literal) que pone los pelos de punta. Fleischer juega a ser Howard Hawks y advierte al público del terrible peligro al que se enfrentan los personajes desde el primer minuto. Un acierto.

Sin embargo, es en esa definición de caracteres donde el director se muestra algo más irregular. Si el personaje al que da vida Ryan Gosling —en un registro que el actor domina— es el que consigue que la película se salga del maniqueísmo para ingresar de lleno en el noir, el de la esposa del sargento O’Mara da más vueltas que una veleta hasta convertirse en el error más grave de la película.

Pocos fallos que Fleischer suple con algunas secuencias para enmarcar: la del atentado en plena calle y la del tiroteo a oscuras. La primera, resuelta dilatando el tiempo con el manejo de la cámara lenta; la segunda, con un montaje paralelo que alterna el número musical de una graciosa “Carmen Miranda” con una espectacular escena de acción. Dicha secuencia utiliza de una forma muy original los fogonazos de los disparos para conseguir un recurso estético de altura.

Gangster Squad es, por tanto, un refugio para el cinéfilo aficionado al cine negro, una mirada al pasado con la técnica del presente, un producto bien rodado con un guión que parece escrito por el mismísimo Raymond Chandler:

               “—¿Dónde has estado toda mi deprimente vida?
                —… Bebiendo.”



Ver Ficha de Gangster Squad.



viernes, 8 de febrero de 2013

EL MESTIZO (The Squaw Man de Cecil B. DeMille y Oscar Apfel, 1914)


A lo largo de este año se cumple un siglo del comienzo del rodaje del que ha sido considerado durante muchos años el primer largometraje realizado en Hollywood. La importancia de la gestación de El Mestizo, que sobrepasa con creces la que pueda tener la película —de calidad limitada—, justifica sobradamente que nuestro blog preste su espacio al proceso que culminó con su filmación:


















En otoño de 1913, casado y con deudas, Cecil B. DeMille había superado ya la treintena y se le presentaba un futuro bastante incierto: su trabajo como escritor de operetas y vodevil no daba para mucho, y además veía como las compañías de teatro en Nueva York iban desapareciendo año tras año (en parte, por culpa del cine). Fue entonces cuando decidió apostar por la aventura. DeMille le confió a su amigo Jesse L. Lasky su deseo de probar como corresponsal de guerra en la revolución mexicana. Lasky, como empresario que era, le quitó a DeMille la idea de la cabeza y le propuso otro tipo de aventura: rodar un largometraje.

Después de reunir alrededor de 20.000 dólares, Lasky formó la Jesse L. Lasky Feature Play Company, con él de presidente, Sam Goldwyn de vicepresidente y Cecil B. DeMille como director general. Para su primera película, decidieron adaptar una obra de teatro de éxito y contratar como protagonista a un actor consagrado en las tablas. “The Squaw Man” cumplía todos los requisitos: era una obra muy conocida, que se había representado en casi todos los estados, y que había sido un éxito total. Su autor, Edwin Milton Royle, vendía los derechos a un precio asequible, y al ser un western, el ahorro en costes de iluminación podía ser significativo ya que gran parte del rodaje se haría en exteriores. Para el papel principal se pensó en Dustin Farnum que ya lo había representado en el teatro. El resto del casting estaba previsto elegirlo en el lugar de la filmación, en Flagstaff, Arizona.


DeMille y su equipo llegaron a Arizona, pero tanto el clima como el paisaje les parecieron muy poco adecuados para una historia que en teoría se desarrollaba en Wyoming. Fue Farnum el que sugirió la idea de seguir hacia delante, hacia Los Ángeles, California, y echar un vistazo. Así lo hicieron. Después de varios días buscando un lugar adecuado para montar su estudio, por fin lo hallaron en una especie de pedanía próxima a Los Ángeles que ofrecía gran variedad de escenarios naturales y un clima perfecto. La aldea se llamaba Hollywood, allí fue donde DeMille alquiló el famoso granero que se convirtió en el primer estudio de lo que hoy conocemos como la Paramount.

Tras elegir localizaciones y contratar al resto del personal, el rodaje comenzó el 29 de diciembre de 1913. La historia de la filmación de The Squaw Man, plagada de obstáculos y contratiempos, podría perfectamente ser motivo para hacer otra película; sobre todo por las anécdotas relativas al enfrentamiento entre la recién creada empresa y la todopoderosa compañía de Edison, por entonces dueña del monopolio cinematográfico.


En una ocasión, DeMille encontró en la sala de montaje varios metros de película destrozados que fueron repuestos gracias a que tenían otra copia disponible. En esa misma jornada se estableció un turno de guardia —armada— a la puerta de la sala de edición. Otro día, como si formara parte del western que estaban rodando, el propio DeMille en el traslado —¡a caballo!— de parte de la película desde su alojamiento hasta el estudio, recibió varios disparos de un franco tirador. Todas estos atentados se suponían estaban orquestados por el trust de Edison.

A pesar de los inconvenientes, para Lasky, Goldwyn y DeMille, The Squaw Man fue una aventura que salió muy bien. Un éxito sin precedentes que significó el inicio de nada menos que la Paramount y la Metro Goldwyn Mayer. Ellos fueron los que dieron el pistoletazo de salida a la industria cinematográfica en Hollywoo­d; con todo lo que eso significa.


Ver ficha de El Mestizo.


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