miércoles, 28 de marzo de 2012

PUENTES Y SOMBRAS: La última entrega


Hoy cerramos esta pequeña introducción de la novela con un extracto del segundo capítulo.

Entendemos que estas entregas son un poco desesperantes en un libro de suspense como éste (más de uno así me lo habéis dicho), de ahí que demos por cerrado el adelanto de la novela. Sólo me resta agradecer vuestros comentarios y esperar que os haya gustado el primer capítulo, y que os divierta el resto del libro a los que decidan leerlo.

No quería despedir esta serie de entradas sin presentaros a otro personaje fundamental de "Puentes y Sombras": la subinspectora "Sam" Torres, una detective de policía obsesionada por el pasado, que junto a su jefe, el inspector Hidalgo, pronto se hará cargo de los asesinatos.

Aquí tenéis la primera aparición de Sam en la novela:

La noche no pudo ser más dura. Desde luego, si ella lo hubiera sabido, no le habría cambiado el turno al caradura de Solís; el jeta había alargado el puente desde el viernes 29 hasta el miércoles 3. ¿Cómo se las arreglaba para camelar al comisario? El caso es que a ella no le tocaba pringar hasta el jueves, pero Solís la convenció para permutarlo por el martes, justo el día que finalmente resultó ser el peor del año para que te cogieran como jefe de turno. Lamentando su mala suerte, la subinspectora Torres, de la comisaría de distrito Poniente, llegó a la escena del crimen.
Casandra Torres, a la que todos sus compañeros llamaban “Sam”, estaba realmente agotada. No tuvo tiempo ni para ducharse, sólo para quitarse el uniforme y ponerse su ropa de paisano. La guardia había sido de perros. Desde que llamaron del servicio de emergencia anunciando la muerte de un hombre por posible sobredosis, hasta el aviso del crimen en la Barqueta, pasando por el envío de un destacamento al palacio de San Telmo, no había parado para descansar ni un minuto.
El primer caso, el del drogadicto de la calle Trajano, se lo quitó de encima rápido: se lo endosó al grupo de estupefacientes. Con el segundo hubo más problemas. El requerimiento urgente de la Jefatura Superior de Policía de Andalucía Occidental para mandar un grupo que se uniera al dispositivo antidisturbios, tuvo su dificultad por la hora que era y la falta de personal. Al final, consiguió mandarlo pasadas las seis de la mañana.
El último asunto era el que la afectaba directamente. Sólo hacía una hora de la llamada de la policía local. El cadáver de la mujer lo descubrieron a unos cuatrocientos metros del puente de la Barqueta, en el sendero que conduce a los Jardines del Guadalquivir. Sam se puso en marcha enseguida para gestionar las primeras actuaciones. Lo primero que hizo fue avisar al comisario Ramírez. Sabiendo que el caso le iba a dar de lleno se anticipó a la jugada activando el grupo de policía científica, y alertando al juzgado para el levantamiento del cadáver. Hasta abrió un archivo para el comienzo de las diligencias de prevención. Al llegar el comisario, Sam le puso al corriente de todo y confirmó lo que se había imaginado: el jefe nombró al inspector Hidalgo, con Sam de auxiliar, para dirigir la investigación y efectuar el correspondiente atestado. Hidalgo y ella llevaban varios años actuando juntos y, prácticamente, ya era una rutina que les encargaran a ellos los homicidios. Como Rodrigo Hidalgo no había llegado todavía a la comisaría, Sam se adelantó al lugar de los hechos para hacerse cargo de la escena del crimen.
Ya era de día cuando Sam atravesó el camino forestal. Iba en el Citroen Picasso del parque de automóviles, sorteando a las pocas personas que a esas horas estaban haciendo footing o circulaban en bicicleta. Tenía prisa, pero debía andar con ojo al conducir por un camino en principio vetado para los automóviles. Después de pasar una curva muy abierta, y un pequeño cambio de rasante, divisó la zona acotada por la policía local.
Sam aparcó a un lado de la carretera y apagó las luces del todo innecesarias ante un sol que ya se alzaba más de un palmo sobre el horizonte. Con decisión, levantó la cinta amarilla que señalaba el perímetro acordonado, mientras, con la otra mano, enseñaba la placa a uno de los dos agentes que aseguraban el recinto.
—Buenos días. Subinspectora Torres de la policía judicial —dijo Sam con autoridad al agente que la miraba incrédulo.
El aspecto de Sam se encontraba muy lejos del que se esperaba de una funcionaria del cuerpo de policía. Con una rebeca de lana ajada, cargada de bolas y de años, y un pañuelo hippie alrededor del cuello, parecía recién salida de una comuna más que de una comisaría. Se diría que a Sam no le importaba demasiado su imagen, sin embargo, su aparente desidia a la hora de vestir era engañosa. Sam hacía todo lo posible para esconder su figura regordeta y poco afortunada. Nada de vestidos ajustados. Esos anchos jerseys cumplían muy bien su función y, encima, eran muy cómodos. En el mismo sentido, había decidido cortarse su morena melena. Con eso evitaba el efecto negativo que produce un pelo demasiado largo sobre alguien que llega con dificultad al metro sesenta. Todo dentro de un estilo desenfadado, propio de quien no tiene ninguna intención de presumir. La única licencia, digamos elegante, que se permitía era llevar las gafas acorde al color de su ropa. Tenía una extensa colección, que guardaba celosamente, y le gustaba tomarse su tiempo para elegir la más adecuada antes de salir de casa. Ese día llevaba unas lentes estrechas con montura de color negro. Era cierto que su miopía las necesitaba, pero lo que más pesaba era su afán por esconder el rostro tras ellas.
Sam pasó rápidamente a la acción cuando pidió que la llevaran a ver al que estaba al mando. El mismo agente le confirmó que él era el responsable hasta que llegara alguien de la policía nacional.
—Muy bien, entonces quiero hablar con el que descubrió el cadáver —pidió Sam de forma que su deseo era una orden en toda regla.
—Fui yo, subinspectora —respondió el agente de nuevo, todavía sorprendido por aquella Serpico en versión femenina.
—¿A qué hora?
—A eso de las siete de la mañana. Llevamos toda la noche buscándola.
—Entonces sabemos quién es…
—Sí, su nombre es Ana Mateos, vive al otro lado del puente, en Torneo.
Sam anotó en una pequeña libreta la dirección y el nombre de la mujer y siguió preguntando al joven policía local.
—¿Quién denunció su desaparición?
—El marido de la víctima. Ha estado aquí hasta hace un rato. Le convencimos para que se fuera a descansar. Ha participado en la búsqueda y cuando hemos encontrado a su mujer no ha podido soportarlo. Se ha hundido completamente. Nunca he visto a alguien tan destrozado.
—Me lo imagino. —A Sam no le costó nada ponerse en el lugar de aquel hombre que acababa de perder a un ser querido. Ella tenía, por desgracia, su propia experiencia. Y sabía que lo peor estaba por llegar: cuando el marido se diera cuenta del verdadero alcance de la situación.
Al lugar del siniestro comenzaba a llegar más gente: un coche patrulla, con dos agentes más, y algunos curiosos que eran disuadidos de pasar más allá del cordón establecido.
—Por lo visto, avisó a la comisaría cuando su hijo regresó de la calle solo —siguió informando el policía municipal—. La víctima y el niño habían salido juntos por la tarde, como casi todos los días, a dar un paseo por el parque.
—Ya veo… —Sam pensó que lo primero que tendría que hacer era hablar con el marido para acotar tiempos y concretar donde habían estado exactamente la madre y el niño. Además, era inevitable incluirlo en la lista de sospechosos, mientras no tuvieran otra cosa.
—¿Dónde está el cadáver? —preguntó Sam mientras miraba a un lado y otro de la calzada sin más resultado que el de una zapatilla de deportes abandonada, marcada con un número por los técnicos criminalistas.
—Aquí abajo. —El agente señaló un cañaveral situado en la rivera—. Si quiere seguirme…
Los dos policías bajaron con alguna dificultad hasta la orilla del río. Allí, el cuerpo sin vida de una mujer rubia descansaba en una posición poco natural. El cadáver seguía la inclinación del terreno, con la cabeza a un nivel inferior al de las piernas. Llevaba un chándal rosa y una riñonera abierta, con el contenido esparcido alrededor. Tenía el pie derecho descalzo; el izquierdo calzaba la pareja de la zapatilla encontrada arriba. El personal de la policía científica ya se encontraba trabajando gracias a la eficacia de Sam. Con sus batas blancas y los guantes de látex, uno se encargaba de fotografiar los restos y el entorno, mientras el otro examinaba el cuerpo y tomaba notas en una libreta.
—Buenos días, Santi —saludó Sam al que estudiaba el cadáver.
—Hola Sam; de buenos no tienen nada.
Santiago Casal era un tipo meticuloso y efectivo. Sam lo conocía bien y sabía que ya tendría alguna impresión del crimen.
—¿Sabemos la hora del fallecimiento?
—Yo calculo que dejó de respirar hace doce horas como poco, pero te lo diré con más exactitud cuando la examine el forense.
—¿Y la causa de la muerte?
—Ni idea, pero supongo que estas marcas han tenido algo que ver. —Santi señalaba el cuello de la mujer donde destacaban dos hematomas rojizos paralelos y muy bien delimitados—. Quizás estrangulada, aunque tiene una herida en la nuca que quisiera tener más tiempo para estudiarla.
—Ya me han dicho que el marido la ha reconocido… —Sam pensaba en alto.
—Sí, cuando llegábamos él se iba. Estaba bastante afectado —confirmó Santi.
Sam se tomó un momento de respiro. El cansancio le estaba jugando una mala pasada.
—Dime más cosas, Santi —dijo al cabo de unos segundos.
—Aún es pronto, pero, si quitamos las marcas del cuello, no hay otros signos externos de violencia, ni en el cadáver ni en el entorno. Lo que sí hemos podido apreciar es desde dónde pudo venir el asesino. —Santi señalaba una especie de camino, donde los arbustos estaban aplastados y las cañas tronchadas. El rastro discurría paralelo al camino asfaltado, pero por el margen del río.
—Sí. Debió seguirla hasta aquí, esperando su oportunidad para atacarla. —Sam razonaba mientas se aproximaba más al cuerpo. Sintió un escalofrío al ver el rostro azulado, entre desconcertado y compungido, de la víctima—. La deportiva de arriba indica que el asalto se produjo en la carretera. La sorprendió saliendo del cañaveral. Después la arrastró hasta el río. No se molestó en esconder el cuerpo. En tirarlo al agua, por ejemplo. Debía tener prisa.
Sam narraba la posible secuencia como si estuviera rodando una película.
—Podría tratarse de un robo… —dedujo la subinspectora agachándose para observar los restos esparcidos de la cartera que llevaba la mujer a la cintura—. Aunque es pronto para decirlo.
—Eso parece —apuntó el otro técnico.
Sam no supo si se refería al robo o a que era pronto para asegurarlo. Observó como el policía tomaba una instantánea del supuesto contenido de la cartera. Muy cerca del cadáver se hallaba una polvera con el cristal roto, un lápiz de labios, un paquete de clínex y un llavero. “Qué coqueta, hasta para hacer footing se lleva un kit de maquillaje”, pensó Sam al tiempo que no se imaginaba a ella misma haciendo ejercicio ni llevando esos horrorosos bolsitos en la cintura.
—Bueno, te dejo trabajar Santi. Ya me contarás si descubres alguna cosa.
—De acuerdo, pero no creo que adelantemos nada más hasta que el doctor la examine. Espero que el juez autorice a llevar el cuerpo al Instituto Anatómico Forense cuanto antes. Vamos, que no tendrás datos concretos hasta dentro de un par de días.
—OK. Te veo luego —dijo Sam subiendo de nuevo hasta la carretera, acompañada del agente municipal.
Arriba, los policías nacionales ya controlaban la situación.
—Ya tengo aquí a mis hombres —exclamó Sam cuando vio a la pareja de su comisaría vigilando la zona acotada y alejando a los curiosos—. Muchas gracias por todo. —Sam le dio una palmada en la espalda al joven municipal que, aunque se sorprendió del gesto tan poco femenino, le resultó bastante agradable—. Han hecho un buen trabajo. Me gustaría que dejasen un informe escrito con todo lo relevante. Cuando terminen, pueden irse a descansar. A partir de ahora nos hacemos cargo de la situación.

Leer Capítulo I 
Cómo conseguir el libro.


martes, 27 de marzo de 2012

PUENTES Y SOMBRAS: I- y 7


Enrique acompañó a Merche hasta la salida. Caminaron sin decir una palabra a través del ruido de las conversaciones telefónicas y de las impresoras.
—Me lo imaginaba todo mucho más grande —dijo Merche para romper el hielo.
—Sí. Todo el mundo dice lo mismo al ver la sala de redacción. En realidad, el periódico no es muy ambicioso. Como te habrá dicho Cecilia tenemos sólo tres secciones.
—La verdad es que no me ha contado casi nada.
—¿No? Bueno, de la organización no hay mucho que decir.
—Todo lo que me puedas adelantar me interesa.
—Vale. Pues el diario se divide en cuatro áreas: la de Opinión la lleva personalmente Roberto, por eso no cuenta. Hará un año o así, Nacional se unió con Regional y Local, donde vas a trabajar tú. Cecilia se hizo cargo de todo; a pesar de sus defectos hay que reconocer que es una trabajadora nata. Yo llevo Cultura y Deportes; Internacional lo lleva otra persona...
—Jaime Morales —le interrumpió Merche.
—Vaya, parece que algo sí te han contado.
—Sí, es al primero que he conocido —dijo Merche con muy poco entusiasmo.
—Entonces me ahorraré cualquier comentario. —Parecía que a Enrique tampoco le caía muy bien Jaime.
—Pues eso es casi todo —prosiguió Enrique—. Luego está el personal de cada sección, al que irás conociendo poco a poco; la gente de informática; los de medios gráficos, los de maquetación... En general, hay muy buen ambiente. Ah, se me olvidaba, tu jefa también es la coordinadora, un cargo que suele llevar el más antiguo. Muy importante para darle a todo un mismo enfoque y conseguir un periódico compacto en vez de la suma de muchos periódicos pequeños. —Enrique se estaba poniendo demasiado serio; se dio cuenta—: Esto es la teoría, en la práctica, como has visto, la sala de redacción es lo más parecido al camarote de los Hermanos Marx. Intentamos sacar adelante la edición del día con demasiada prisa. La presión es tan alta que no podemos pararnos a reflexionar si le estamos dando la orientación adecuada.
Merche se sentía como en una nube. Le encantaba formar parte de ese equipo. La ilusión era tremenda. Iba a trabajar como periodista y, aunque su jefa era bastante difícil de tratar, le hubiera dado dos besos cuando le anunció que el puesto era para ella. Aquellos cielos oscuros que antes nublaban su mente se antojaban ya muy lejanos. Y una de las causas por las que el día se había despejado tanto que amenazaba con darle una insolación era el hecho de haber conocido a Enrique. En aquel momento de euforia le pare­cía el hombre más interesante de su vida. Tenía que conocerlo mejor.
Podía invitarle a la fiesta que pensaba dar esa noche. Lo estaba deseando, pero pensó que iba a quedar fatal. ¿Qué iba a pensar de ella? De repente se sorprendió a sí misma con tantos escrúpulos: Ojo, Merche, que este no es uno de esos ligues de verano. Te lo acaban de presentar, y esto no es una discoteca en la que después de sacarle a bailar ya te estás morreando con él y en una hora te lo estás tirando. Las cosas no se hacen así. Va a ser un compañero de trabajo. Lo vas a ver todos los días. Así que ándate con tiento y no lo eches todo a perder.
—No le hagas mucho caso —la despertó Enrique.
—¿Cómo? —Merche dio un respingo.
—A Cecilia. Es así con todo el mundo.
—Ah, bueno… —Despertó del todo—. La verdad es que hoy he llegado tarde. Tiene razón en cabrearse conmigo. No me quejo en absoluto. Al revés, no puedo estarle más agradecida. Estoy…
—¿Encantada? —le ayudó Enrique alzando las cejas. Ambos estallaron en una cómplice carcajada que duró unos segundos.
—Hay que saber tratarla —prosiguió Enrique a medida que iba desapareciendo la sonrisa de sus labios—. Además lleva muy mal lo del embarazo. Por su edad y todo eso. La cosa puede complicarse y debe estar preocupada.
—Claro, la entiendo perfectamente. Yo estaría acojonada. Necesitará los cuidados de su marido… —Mientras decía eso, Merche pensaba que a ella sí que le gustaría rendirse a los cuidados de Enrique. Se ruborizó al imaginárselo, y más aún al pensar que Enrique podría estar dándose cuenta.
—Está separada. En realidad vivían juntos, pero no estaban casados —dijo Enrique negando con la cabeza.
—No tenía ni idea.
Siguieron hablando del periódico de forma tan amena que a Merche se le hizo la conversación muy corta. No se había dado cuenta de dónde estaban hasta que tuvo que atravesar la puerta giratoria del edificio Expo 2. Ya en la calle, Enrique se ofreció a resolverle las dudas que le surgieran en los primeros días de trabajo. Además le confió un secreto: pronto iban a trabajar en la misma sección ya que Cecilia estaba a punto de darse de baja y él iba a sustituirla. La noticia no podía ser mejor. Esta vez no le sorprendieron a Merche los besos de despedida. Fue, precisamente, el recuerdo de ese instante el que la llevó en volandas de vuelta hasta su casa.  

Fin. Ana pasó la última página del libro miniatura. Agradecimientos. Se acabó la novela. Justo a tiempo porque el crepúsculo estaba agotando sus últimos minutos.  Esos nuevos ejemplares, literalmente de bolsillo, eran ideales para ella. Los fabricaban las editoriales que se especializaban en misales y biblias. Dieron con el invento del siglo gracias a ese papel tan fino y a la forma vertical en la que se disponían las páginas. Mucho mejor que los e-book. Pasas las hojas como si estuvieras manejando un calendario. Las letras no son tan pequeñas y puedes guardarlo en el bolso o en la riñonera. Ideal para leer en el metro o en el autobús. O para llevárselo al parque mientras Nacho juega en los columpios. ¿Dónde está Nacho? El corazón le dio un vuelco. Ensimismada con los capítulos finales, no se había dado cuenta del paso del tiempo. Tampoco existía rastro de la niñera sudamericana que jugaba con los gemelos pelirrojos; ni de la mujer del moderno cochecito de bebé. Se encontraba sola.
Nada más salir del parque infantil se tropezó con la bicicleta de montaña de Nacho que estaba tumbada en el suelo. Se asomó a la plaza del Auditorio, pero tampoco quedaba nadie. Volvió a bajar al parque infantil y se dirigió hacia el jardín botánico. Entonces vio a Nacho. Su pelo rubio flotaba en el aire cada vez que daba un salto. Estaba jugando en los islotes artificiales del Jardín Americano; pasando por encima de los estrechos canales que daban al río. ¿Por qué siempre elegía los lugares más peligrosos para jugar? ¡Nacho ven aquí! Las pequeñas cascadas y los estanques rodeados de verdina atraían al niño mucho más que los columpios. ¡Quédate quieto, ahora me acerco yo!
Ana lo sujetó por el brazo y lo arrastró hacia el huerto de cactus. A regañadientes, Nacho consintió en esquivar las piscinas donde ya compartían hábitat algas de agua dulce y nenúfares. Pasaron cerca del pabellón de la Naturaleza y atravesaron el curioso parque de los arbustos tropicales, las chumberas, las pitas y los árboles de la familia de las leguminosas. Pronto llegaron a la zona de ocio para los pequeños, donde aguardaba la bici de Nacho. Ana agarró con una mano el manillar, mientras mantenía sujeto al protestón de Nacho con la otra. ¡Déjame montar! No, que no me fío. Pero si es todo recto, cuando llegue al puente te espero. De acuerdo, pero más vale que estés allí, si no olvídate de la consola en un mes.
Siempre hacían lo mismo: él se adelantaba, mientras ella se relajaba paseando por la ribera, pensando en sus cosas. Nacho pedaleó con fuerza y se alejó por el sendero asfaltado que conducía al puente de la Barqueta. Ana vio como desaparecía por el cambio de rasante. Aún seguía algo intranquila. Y no sabía por qué. Por allí no podían circular automóviles. Además, no había pérdida posible: el camino era recto, con curvas muy suaves, y terminaba al pie del puente. La cuneta casi no existía. En el lado derecho, la vegetación subía desde el río hasta la calzada; en el izquierdo, el límite lo fijaba un talud de arbustos y cañas que se elevaba hasta el recinto de la Expo. Sin embargo, sintió un escalofrío.
Estaba bastante oscuro y la última persona haciendo footing había pasado como una exhalación en sentido contrario. Ana sopesó la posibilidad de hacer lo mismo: salir corriendo para alcanzar a Nacho antes de que llegara al puente. Llevaba su chándal Nike de color rosa y sus zapatillas de deportes, pero estaba realmente cansada. Ya había hecho bastante ejercicio a la ida, cuando vinieron por el mismo camino haciendo carreras, él con su pequeña Totem de montaña y ella con la lengua fuera casi todo el rato.
No, no podía quitarse de encima la sensación de desasosiego. Podía deberse a la existencia del asentamiento de chabolas en el Puente de Chapina, no lejos de allí. La verdad es que nunca los habían molestado. ¿Eran gitanos o rumanos? Qué más daba. Ella no los había visto nunca en la zona de los jardines del Guadalquivir. Los indigentes se limitaban a mirar con indiferencia a los pescadores ocasionales que lanzaban sus anzuelos en los márgenes del río
Ana pensaba en lo rápido que habían pasado los últimos cinco años desde el traslado al nuevo apartamento de Torneo. En lo lejos que quedaban los malos tiempos, cuando Vicente y ella estuvieron a punto de la separación. La frustración por la pérdida del primer hijo dio paso a la desesperación por no quedarse embarazada de nuevo. Luego llegó el infierno de los reproches. Sólo el anuncio de la llegada de Nacho pudo salvar la situación.
¿Estará ya en el puente? Seguro que sí. Lo que ha crecido Nacho, todo le está pequeño. Ana estaba pensando que tendrían que aprovechar las rebajas para comprarle ropa cuando oyó un ruido. Se volvió instintivamente pero no vio a nadie. El sendero se encontraba vacío. Estaba segura de haber oído algo, pero no sabía con certeza de donde provenía el sonido. Lo más seguro es que fuera un pájaro remolón que aún estaba localizando el lugar donde pasar la noche; o algún roedor buscando comida entre las cañas.
El río parecía un espejo. La última piragua hacía ya media hora que pasó por allí, y los barcos de turistas habían desaparecido. Pues estamos en temporada alta, pensó Ana más tranquila. Hay que ver lo infrautilizado que está el río. Otras capitales en la misma situación, y con esta temperatura, estarían saturadas de cruceros. Debe ser cosa de la crisis.
Alzó la vista y pudo observar como Venus brillaba ya con fuerza. La claridad de las luces de la ciudad impedía que el resto de estrellas acompañara al planeta. Los días son cada vez más cortos. Y más desde que funciona el horario de verano. ¿Es una hora más o una menos? Soy disléxica hasta en eso. Ese fue el último pensamiento de Ana antes de que un golpe seco en la garganta la detuviera bruscamente.



viernes, 23 de marzo de 2012

PUENTES Y SOMBRAS: I-6 y Entrevista en Punto Radio.

Merche siguió los pasos de Cecilia; su jefa, a partir de ahora. No se lo podía creer: ¡tenía trabajo! Mientras caminaba decidió que esa noche lo iba a festejar. Tenía que llamar a algunos amigos y encargar comida a la taberna de la esquina. Cuánto le gusta­ría poder celebrarlo con Elena e Isabel. Tenía que contárselo a su madre. Y al doctor Vallés. ¿Ves como me puedo ganar la vida? No necesito ni tu dinero ni tus influencias. Y, lo siento, pero tengo intención de vivir aquí mucho tiempo.
Cecilia la guiaba por un camino libre de papeleras, cables de impresoras y mesitas plegables que soportaban teléfonos y todo tipo de periféricos. Ambas se dirigieron al despacho acristalado que había al fondo de la sala de redacción. Sin llamar a la puerta, Cecilia abrió bruscamente y se precipitó dentro de la habitación. Merche solamente se asomó. 
—Perdonad si interrumpo. —Cecilia anunciaba su llegada dando por sentado que interrumpía la conversación. Los dos hombres la miraron con sorpresa—. Acaba de llegar la nueva.
Cecilia se apartó y giró la cabeza en dirección a Merche que se escondía detrás de ella. 
—Roberto, te presento a Mercedes Vallés. Se va a encargar de las noticias locales.
Roberto se acercó a las dos mujeres con el brazo derecho extendido y enseñando la palma de la mano.
—Te esperábamos como agua de mayo.
—Encantada —dijo Merche estrechando la fuerte mano de Roberto. “Qué diferencia de saludo”, pensó al compararlo con el de Jaime.
Mientras Roberto y Merche se saludaban, el otro hombre se adelantó ligeramente y miró a Cecilia con la intención de unirse a la ronda de presentaciones.
—Y este es Jarque, el responsable de Cultura —señaló Cecilia con desgana.
Merche alargó de nuevo el brazo, pero el hombre tomó la iniciativa y le plantó dos besos en las mejillas que la desconcertaron por un momento, pero que no tardaron en provocarle la mejor de sus sonrisas. 
—Me llamo Enrique —se presentó.
—Encantada —volvió a decir, aunque esta vez sus palabras estaban cargadas de literalidad—. Casi todo el mundo me llama Merche.
Cecilia no fue ajena a la indirecta, pero le dio exactamente igual. 
—Pues bienvenida, Merche. —Enrique señaló la ovalada mesa de reuniones donde había una jarra de cristal medio llena de café y varias tazas, algunas usadas, otras vacías. 
—¿Café? Aún está caliente.
—No, gracias
—¿Té?
—No.
—¿Agua?
Merche negó con un ligero cabeceo, sonriendo ante la insistencia.
—El whisky no te lo puedo ofrecer porque Roberto lo tiene escondido.
Aquel comentario amplificó la sonrisa de Merche, que dejó ver su blanca dentadura y la graciosa distancia que separaba sus dos incisivos. También hicieron su aparición dos nuevos personajes: unos hoyuelos en las mejillas que terminaron por encandilar a Enrique. 
A Merche le sorprendió la espontaneidad de Enrique que hacía uso del despacho como si fuera suyo. Ese hombre alto de unos treinta y tantos años la estaba impresionando de verdad.Tenía el pelo moreno, corto, con una barba incipiente cuidadosamente descuidada. Vestía informal, como todo el mundo allí, con un jersey de pico morado y unos vaqueros Levis que “le sentaban de maravilla”, pensó Merche. Todo lo contrario que Roberto: mucho mayor que Enrique, parecía que estaba a medio peinar, a medio afeitar y a medio vestir, con la camisa por fuera. ¿Nadie le iba a decir que tenía una mancha en el bolsillo?
—Tienes una mancha de tinta.—Cecilia parecía que estaba leyéndole el pensamiento a Merche. La información se la dio a Roberto con cierta sorna. Cecilia señalaba con su dedo índice el fatídico cerco azulado que se iba extendiendo poco a poco por la camisa. Roberto se vació el bolsillo de bolígrafos, rotuladores y papeles mientras le dirigía una mirada asesina a Enrique.
—Bueno, me voy que tengo mucho que hacer —se quitó de en medio Enrique sin disimular una sonrisa que amenazaba convertirse en carcajada.
—Cecilia, quédate por favor—dijo Roberto cuando vio que su coordinadora también se marchaba—, tengo que hablar contigo de un par de cosas.
Merche se había quedado entierra de nadie, pero Enrique, muy atento, se dio cuenta enseguida.
—¿Vienes? —Enrique le ofreció la salida a Merche.
—Sí. Gracias. —Merche se volvió hacía Cecilia y Roberto antes de abandonar la sala—. Bueno, encantada…—¡otra vez! Era como si su vocabulario se hubiera reducido únicamente a esa palabra. Lo último que quería era parecer tonta.
—Nos vemos mañana —atajó Cecilia—. A las ocho —dijo marcando las palabras y alzando las cejas para dar a entender que no iba a permitir que llegara otra vez tarde.
—Seré puntual —prometió Merche. 
Cuando Merche salió con Enrique aún pudo oír como Roberto le decía a Cecilia algo sobre un desalojo de chabolas.

La jeringuilla seguía clavada en el brazo de Charlie, como si el tiempo se hubiera detenido en el momento en que el camello expiró. El Gabacho volvió a correr la improvisada cortina. Sus ojos ya estaban acostumbrados a la poca luz que aún llegaba de la otra habitación. El instinto de supervivencia logró el milagro: su vista se fijó en los blanquecinos restos de heroína que quedaban esparcidos por el suelo, al lado del cadáver. El cuerpo descansaba desmadejado en el terrazo, parcialmente apoyado en la pared, en una posición antinatural con la cabeza ladeada y el tronco inclinado exageradamente. La lividez de su rostro era la mejor certificación del fallecimiento. Allí, en la penumbra, la cara de Charlie parecía como si estuviera alumbrada por la luz mortecina de una linterna con las baterías a punto de agotarse. 
El Gabacho arrancó la hoja de un inútil calendario de un año pretérito que había colgado en la pared. La utilizó como recogedor improvisado mientras con la otra mano iba barriendo la preciada droga. Una maniobra poco efectiva que provocó que se dejara la mitad por el camino. La cantidad recogida era inferior a la dosis diaria, pero menos daba una piedra. En su delirio se dio cuenta de que le estaba prestando más atención al caballo que a Charlie. Su pobre amigo falleció de una sobredosis. Lo sabía porque no era el primer caso que veía. Sin embargo, una sombra de duda le recorrió el cuerpo;  y le hizo estremecer. Se acordó de los gritos y amenazas del día anterior: podían haberle ajustado las cuentas al camello y hacer que su muerte pareciera un accidente o un suicidio.
En cualquier caso tenía que salir de allí enseguida. No quería tener nada que ver con el asunto. Al menos disponía de algo de heroína para aguantar algunas horas. Pero sabía que no era suficiente. Bajó las escaleras todo lo rápido que pudo. Estuvo a punto de caerse dos veces antes de llegar al zaguán y salir a la calle. Ahora tenía que alejarse de allí para no volver nunca más; encontrar un sitio tranquilo donde chutarse era su prioridad número uno. Luego, debía conseguir algo de pasta antes de que volviera el mono. Aún quedaban varias horas de luz.

Continuar leyendo: I-7
Leer Capítulo I desde el principio
Cómo conseguir el libro.

Mientras llega la siguiente entrega os dejo con la entrevista que me hizo Punto Radio el pasado miércoles:

lunes, 19 de marzo de 2012

NO HABRÁ PAZ PARA LOS MALVADOS (Enrique Urbizu, 2011)

El eterno debate sobre la crisis del cine español es como el horario del AVE, con sus picos y sus valles. Uno de los puntos álgidos de la discusión entre los propios profesionales de la industria cinematográfica, entre los medios de comunicación, y entre estos dos grupos, tiene lugar en el mes de febrero, coincidiendo con la ceremonia de la entrega de los premios de la Academia, los Goya. Nosotros llevamos años situándonos del lado de los que apuestan por las películas de calidad y no por las subvenciones (aunque sí por las cuotas de pantalla) y por el cine de género como pilar base para aguantar la industria—en España siempre incipiente desde que el cine es cine—. La película triunfadora de los Goya este año parece que nos da la razón si nos atenemos a los buenos resultados en taquilla y, por fin, a la calidad.






















En efecto, NoHabrá Paz para los malvados, oportuno título por otra parte, muy en sintonía con aquel de los Coen, No es país para viejos —títulos largos que atraen, vamos por buen camino—, es una película de género, un thriller negro que confirma a Enrique Urbizu como especialista del noir español, que ya nos sorprendió gratamente con La Caja 507, su mejor película hasta la fecha.

Urbizu nos propone una historia donde el protagonista (José Coronado, muy bien; se gana a pulso el Goya) llena la pantalla con su amargura y malos modos, esos que le llevan a cometer un triple asesinato cuando ni siquiera nos hemos acomodado en la butaca. El actor, que ya se puede considerar fetiche de Urbizu, da vida a un inspector de policía con un pasado oscuro que, a partir de ese comienzo tan impactante, se ve obligado a investigar su propio crimen para buscar a un testigo de la masacre y eliminarlo.
La figura desaliñada del protagonista, que sobrevive a base de cubalibres de ron, donde la coca cola es un mero adorno; la fotografía adecuada al género, en exceso estilizada en algunas ocasiones —cosa que se agradece—; y el acierto con los ambientes y decorados, son elementos que ayudan a cubrir la cinta con el halo atractivo y fatalista que tanto nos gusta. Destacamos este último aspecto, el del diseño de producción, cuando nos fijamos en lo bien elegidos que están los entornos donde transcurre la acción: son los interiores de tugurios y pisos,con el atrezzo perfectamente estudiado al mínimo detalle, pero también los exteriores, donde vertederos, barrios de las afueras, y túneles urbanos en los que se adentra el protagonista, tienen un estupendo efecto desesperanzador y metafórico.
En el aparatado de interpretación, la réplica a Coronado, inspector despiadado y fuera de sí, la da Helena Miquel. La actriz se hace con el papel de juez fría y calculadora, pero quizás con excesivo empeño, algo que tenía que haber corregido el director para que su personaje no resultara tan artificial. Juanjo Artero y Rodolfo Sancho completan un reparto que parece extraído de los créditos de una serie de televisión: el primero no sorprende en su actuación —se nos antoja muy encasillado en este tipo de papeles—, pero al segundo le auguramos un futuro cinematográfico de primera; atentos, pues, a Rodolfo Sancho. 

Urbizu, como decimos, vuelve a la buena senda comenzada con la citada La Caja 507, aunque sin llegar a superarla por cierta pérdida de ritmo en el desarrollo de la película y por alguna falta de control en las elipsis que provocan confusión en la trama. Si bien, esto último ha podido ser intencionado al objeto de cumplir con otro de los clichés del género. ¿Seremos capaces de modelar un cine negro hispánico, como hicieran los franceses a finales de los cincuenta con el polar? Ya veremos, mientras tanto este filme de Urbizu nos deja buen sabor de boca, con un arranque de primera y un final excelente, diría de los mejores que hemos visto en mucho tiempo.


Ver Ficha de No habrá paz para los malvados.





lunes, 12 de marzo de 2012

PUENTES Y SOMBRAS


“Puentes y Sombras” es una novela de género, llámese policíaco, thriller o noir, con una estructura casi cinematográfica. Nacida para entretener, posee un lenguaje sencillo y moderno donde destaca la evidente influencia del séptimo arte en el autor. De hecho, el lector descubrirá en sus páginas referencias, algunas explícitas, al cine negro más clásico.

El libro arranca desde distintos ambientes y situaciones para desarrollar una trama coral donde no existe un solo protagonista y donde la presencia de la ciudad es fundamental. Las plazas, las calles y, sobre todo, los puentes se convierten en personajes de la novela, a veces con implicaciones decisivas en la historia.

En “Puentes y Sombras”, los diferentes frentes de la acción se van entrelazando progresivamente para ir encajando poco a poco como si fueran piezas de un rompecabezas. Los encuentros entre los protagonistas y los cruces de las tramas se ven reflejados en el estilo cuando el autor alterna los puntos de vista y la narrativa.

En las páginas de “Puentes y Sombras” se adivina lo mucho que se ha divertido el autor escribiendo el libro, y el empeño que ha puesto en transmitir ese entretenimiento. De ahí que la tensión nunca decaiga y que el ritmo de la novela, a veces frenético, consiga enganchar al lector desde el primer párrafo. (Nota de prensa de ABEC Editores)


Leer los primeros capítulos.

Para conseguir la novela:

El libro se distribuirá con normalidad en todo el territorio español.

Si vives en Sevilla, lo puedes encontrar en Librerías Beta (calle Sierpes, Eduardo Dato, Luís Montoto, República Argentina, Asunción, San Pablo y Viapol Center). En cualquier otra librería de la ciudad también lo pueden tener, si no es así puedes hacer lo que se explica a continuación:

Si vives fuera de Sevilla, (en cualquier lugar de España) lo más fácil es acudir a tu librería de siempre y encargar la novela de la forma siguiente (es mejor encargarla que sólo limitarse a pedir si la tienen, de esta forma te la envían enseguida y, además, ayudas a que se distribuya):

“Puentes y Sombras” de Fernando de Cea, editorial ABEC Editores y, lo más importante, distribuida por
DISTRIFORMA para todas las regiones excepto para Andalucía y Extremadura que será distribuida por CAL-MALAGA S.L. y LIBROSUR.ES. Con eso sería suficiente, pero le puedes dar más datos al librero para facilitarle la labor: 


DISTRIFORMA
Tel : 902 884 878 · Tel : 925 137 570 · Fax : 925 137 566 · Mail : distriforma@distriforma.es
Ctra. de Ocaña a Huerta de Valdecarábanos, km 6,500 - 45312 Cabañas de Yepes (Toledo)


CAL-MÁLAGA S.L. para Andalucía Oriental: Teléfono de pedidos.- 952.251.004 / calmalaga@calmalaga.es
LIBROSUR.ES para Extremadura y Andalucía Occidental: Teléfono de pedidos.- 952.251.004 / librosur@librosur.es

Por Internet:

-La puedes conseguir por Internet en las siguientes páginas web: (te dejo los enlaces directos del libro)

DISTRIFORMA (la mejor opción si vives en el extranjero)

ABEC

Librerías Beta 





Y, en fin, creo que eso es todo; sólo me gustaría incidir en la importancia de encargar el libro de la forma indicada para favorecer su difusión.

Iré actualizando esta entrada conforme haya novedades referentes a la forma de conseguir el libro. Mientras tanto os dejo con el reportaje que emitió la televisión acerca de la presentación de la novela:


jueves, 8 de marzo de 2012

PUENTES Y SOMBRAS: Acto de presentación

Como estaba previsto, ayer tuvo lugar el acto de presentación en la Librería Beta Imperial de la calle Sierpes, en Sevilla. Fue un acto emocionante, distendido, todo un éxito, con gran afluencia de público que abarrotaba la sala.

Las fotos y la noticia del acto se pueden ver en el siguiente enlace:

http://abeceditores.blogspot.com/2012/03/fotos-presentacion-puentes-y-sombras.html


Allí se habló de la novela, pero también de cine. El local, antiguo Teatro y Cine Imperial ahora convertido en librería, se edificó en el solar que ocupaba el Café Suizo, famoso por ser el salón donde se proyectaron las primeras películas en Sevilla, allá por el año 1896.

 Agradecemos desde aquí la presencia de los que nos acompañaron en ese día inolvidable.


viernes, 2 de marzo de 2012

PUENTES Y SOMBRAS: Presentación de la Novela

Es para mí un placer invitar a todos los lectores del blog al acto de presentación de mi primera novela:


Aquí tenéis el enlace de la noticia que ha publicado la editorial:

http://abeceditores.blogspot.com/2012/03/presentacion-del-libro-puentes-y.html

¡Ya tenemos portada para la novela!


Y este es el cartel que van a colocar en todas las librerías Beta de Sevilla:


Como dice la invitación, el acto se celebrará en la Librería Beta de la calle Sierpes, en Sevilla. Será el próximo miércoles a las 19:45 y tengo la suerte de contar con un padrino de excepción, nada menos que el escritor y periodista Nicolás Salas, autor de más de cincuenta libros, director de ABC de Sevilla en los difíciles años de la transición, y con un currículum que impresiona, toda una personalidad; estoy encantado.

Por otro lado, no podíamos haber elegido mejor lugar para hablar de una novela tan cinematográfica. El local es una preciosidad, es el antiguo Teatro y Cine Imperial reconvertido en espacio cultural para la venta de libros. La invitación y el cartel parecen que están anunciando una película ¿verdad?

Bueno, al final va a ser cierto eso de que los sueños se cumplen si crees firmemente en ellos, si luchas porque se hagan realidad.

Lo dicho, os espero el día 7 de marzo en Sevilla, hablaremos de la novela; y de cine, claro.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...