lunes, 18 de julio de 2011

RECORDANDO A GINGER ROGERS: ESPEJISMO DE AMOR (Kitty Foyle de Sam Wood, 1940)

Aprovechamos el centenario del nacimiento de Ginger Rogers para recuperar un post colgado hace tres años cuando comenzábamos nuestra andadura bloguera y eramos unos completos desconocidos. Vaya por ella, una de las grandes.

'Nunca he sido partidario de esa frase lapidaria que suele pronunciarse cuando termina la proyección de algún filme clásico: “Ya no se hacen películas así”. En mi opinión, lo único cierto de esa afirmación es su sentido literal. En efecto, la producción de cintas en Hollywood ha cambiado y mucho desde la época dorada de los grandes estudios. El diseño de vestuario, la decoración, el maquillaje, etc., eran parte de los estudios y no había que romperse la cabeza para contratar a tal o cual empresa para llevar a cabo un nuevo proyecto. Eso facilitaba mucho la labor creativa y además posibilitaba la “fabricación” de largometrajes en beneficio directo de un actor o actriz en concreto. Y eso fue lo que sucedió con Espejismo de Amor. En este caso la gran beneficiada fue la protagonista: Ginger Rogers. La película no cabe duda que está hecha a su medida -ahora veremos por qué-, pero puedo anticipar que el resultado no pudo ser mejor: fue la cinta de mayor recaudación de la RKO ese año y significó el punto más alto de la carrera de la estrella, llevándose el oscar y el reconocimiento de la Academia de Hollywood por su brillante interpretación.



Y es que la actriz saca a relucir sus mejores virtudes: el talento para la comedia y su habilidad para cambiar de aspecto. Para mí siempre será la mujer de las ”mil caras”. A lo largo de su carrera sorprende lo madura que aparece por ejemplo en La Calle 42 (42nd Street de Lloyd Bacon, 1933) –cuando sólo tenía 22 años- y su cara de niña en papeles como Me Siento Rejuvenecer (Monkey Business de Howard Hawks, 1952), cuando ya era una cuarentona. En Kitty Foyle tenemos la suerte de contar con todas las Ginger Rogers como si fuera un resumen de su carrera. Así, aparece caracterizada como una adolescente asistiendo a un desfile de famosos en Filadelfia; o la misma actriz representa a una mujer muy circunspecta y seria que sirve de conciencia al otro lado del espejo a su trasunta de apariencia más juvenil. En todo caso siempre muy elegante, vestida por Renié, y especialmente guapa.

Para asegurar el éxito, la productora puso al servicio de Ginger Rogers uno de sus mejores artesanos, Sam Wood, que realiza un excelente trabajo. Con una eficaz estructura en flash-back, por episodios –una bola de cristal o de nieve, nos introduce en cada capítulo-, presenciamos los momentos decisivos de la vida de Kitty; una mujer moderna, fuerte y trabajadora, de clase media baja, de las llamadas white-collar girl o mujeres de las "cinco y media" (hora en la que salían de trabajar), con una existencia algo más que complicada, que se debatía entre el amor de su vida y la seguridad de un matrimonio convencional.

El arranque quiere introducir la cinta en lo que parece va a ser una reivindicación feminista, aunque vista hoy en día se queda en sólo un intento, eso sí muy loable para los años cuarenta. Y es que la película destila una atractiva contradicción a lo largo de todo el metraje. Por un lado el fuerte carácter del reaccionario Sam Wood -y el de la propia Ginger Rogers- hacía presuponer que la protagonista iba a decantarse siempre por las alternativas conservadoras para resolver cada uno de los problemas que se le presentaran: la elección clave ya citada, un posible aborto o el enfrentamiento con una familia de la alta sociedad, nada menos que en Filadelfia. Y casi sucede si no fuera porque enfrente tenían al responsable del guión: un gran profesional llamado Dalton Trumbo –de ideas socialistas, perseguido más tarde en la tristemente famosa “caza de brujas”, cuya lista negra había sido apoyada entre otros por... ¡Sam Wood y Ginger Rogers!- muy bien secundado por los diálogos de Donald Ogden Stewart, que consiguió un oscar ese mismo año por otra película sobre la ciudad del “cotilleo”: Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story de George Cukor, 1940). Lo cierto es que el guión es casi lo mejor de la cinta, con todos los recursos propios de un buen escritor como objetos recurrentes (un anillo, una botella firmada) o frases repetitivas en boca de los personajes (“por Judas Tadeo”). Todo para familiarizar al espectador y conseguir su complicidad.

Al margen de los conflictos entre estrella, director y guionista –que seguro que los hubo- la película encajaba a la perfección con la vida real de la propia estrella: harta de ser la sombra de Fred Astaire, en la serie de largometrajes que le hicieron famosa, quiso demostrarse a sí misma y al público que era capaz de llevar una digna carrera en solitario. Valga la reseña de hoy para recordar a Ginger Rogers, una mujer fuerte e independiente, en el aniversario de su nacimiento, en julio de 1911. Ese mes venía al mundo en una ciudad de Missouri de nombre... Independence'.

Ver Ficha de Espejismo de Amor.


viernes, 15 de julio de 2011

LA EXTRAÑA PAREJA (The Odd Couple de Gene Saks, 1968)

Dentro del género de la comedia (también de otros como el drama policíaco, por ejemplo) es habitual encontrarse con las llamadas Buddy Movies, películas donde dos personalidades prácticamente opuestas se ven obligadas a convivir. A todos nos viene a la memoria unas cuantos ejemplos de largometrajes con dicha estructura básica, pero quizás el paradigma de este tipo de filmes sea La Extraña Pareja.


The Odd Couple es la adaptación de la obra de teatro homónima de Neil Simon. El propio escritor se encargó del guión, mientras Gene Saks se hacía responsable de la realización. Una pareja, guionista y director, que sí parece que se entendieron dado el buen resultado final. Y es que al talento del dramaturgo se unió el buen hacer del director, un verdadero especialista en versiones para la gran pantalla de comedias exitosas —nos acordamos de Descalzos en el parque (Barefoot in the Park, 1967), otro trabajo de ambos, y tenemos que decir que nos gustó más la alternativa cinematográfica que la teatral que pudimos ver hace unos años.

La generalizada crítica a esta clase de comedias, la de considerarlas excesivamente teatrales, no les resta un ápice de calidad cuando vistas hoy en día siguen provocando la hilaridad del que les habla. Las situaciones graciosas se suceden desde el momento en el que dos amigos, un divorciado (Walter Matthau) y un recién separado (Jack Lemmon), deciden compartir sus vidas. Mientras el primero es un machista declarado al que le encanta su vuelta a la soltería, el segundo es un pusilánime hipocondríaco que no se conforma con su nueva condición de exmarido y añora tanto a su mujer como a la vida de casado. El juerguista (Matthau), desordenado hasta el extremo, y desconsiderado con su compañero de piso, chocará con el recién llegado (Lemmon) que asume con gusto el rol de “amo de casa”, pero tan extremista como el primero: es decir, maniático de la limpieza, obsesivo con el orden y exquisito con la cocina. Esto hará que se reproduzcan entre ellos, y se refleje en su peculiar convivencia, la rotura de sus respectivos matrimonios. Algo cada vez más dramático para la pareja y cada vez más gracioso para el espectador.

Gene Saks aprovecha el notable rendimiento que la pareja de actores le dio a Wilder para seguir con la misma dinámica de enfrentamiento. Es verdad que la cinta resulta algo desigual, pero contiene momentos divertidísimos como los de las partidas de cartas, donde los personajes secundarios son casi tan graciosos como los dos protagonistas, o el intento de seducción por parte de la pareja sobre dos hermanas idénticas con cara de pájaro.

La Extraña Pareja tuvo una secuela treinta años después bastante inferior. Y casi inventa un nuevo género por la cantidad de películas que se hicieron posteriormente a imagen y semejanza de la cinta de Saks, incluso con los mismos protagonistas. Aunque seríamos más justos si reconociéramos que el cineasta que inició la serie fue Billy Wilder con aquella excelente En Bandeja de Plata (The Fortune Cookie, 1966), donde brilló especialmente Walter Matthau, sorprendiendo en su faceta cómica a un nivel altísimo y —para nosotros— superando al mismísimo Jack Lemmon.


Ver Ficha de La Extraña Pareja.





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