lunes, 27 de mayo de 2013

I DIED A THOUSAND TIMES (Stuart Heisler, 1955)


Si hubo un estudio que destacó por los policíacos, por las cintas de gángsters o por las películas del mejor ciclo negro de la historia del cine, ese fue la Warner Brothers. Con Jack Warner a la cabeza, con productores como Hal Wallis o Mark Hellinger, y con guionistas como John Huston o William R. Burnett, comenzó esa aventura realista que denunciaba a su manera el sistema y que se colocó a tiro para la caza de brujas del senador McCarthy. De todos ellos sería muy interesante hablar, pero hoy nos decantamos por el magnífico escritor que fue Burnett, y por una de sus novelas señeras: “High Sierra”.



Como saben los aficionados al noir, el libro de Burnett fue llevado a la pantalla por Raoul Walsh en dos ocasiones: la primera, se estrenó en 1941 con el mismo título (aquí se conoció por El último refugio) y resultó ser una obra maestra donde Humphrey Bogart e Ida Lupino brillaban al frente del reparto. La segunda, se rodó en 1949 en clave de western y tampoco le fue a la zaga: Colorado Territory (Juntos hasta la muerte en nuestras carteleras). Lo que es menos conocido es que hubo una tercera versión, que también nació en la Warner, que la dirigió el artesano Stuart Heisler y que se tituló como Burnett sugirió para la cinta original: I Died a Thousand Times.

Para el guión de I Died a Thousand Times, nadie mejor que el propio Burnett que ya había adaptado su novela en la primera versión, con la diferencia de que su colaborador de entonces, John Huston, ya era un director hecho y derecho por lo que el escritor se tuvo que enfrentar al trabajo solo. Un trabajo del que el propio Burnett reconoció estar más satisfecho que el realizado para El último refugio. Digamos que fue más fiel a su propia novela debido, según él, a no estar tan sujeto a las decisiones de los productores tal como ocurrió en 1941. Burnett se refería a las distintas objeciones que le puso Mark Hellinger, en especial en lo referente a la relación entre el gánster Roy Earle (Humphrey Bogart en la original, Jack Palance en la que nos atañe) y la minusválida Velma (Joan Leslie frente a Lori Nelson en el remake):


Roy Earle sale de la cárcel, indultado, después de siete años en prisión. Su socio Big Mac (Lon Chaney), que se está muriendo, quiere que se encargue de un último trabajo: robar la caja fuerte repleta de joyas de un hotel de la sierra. Roy acepta, pero siente que las cosas no van a ir bien cuando le presentan a los compañeros de trabajo: dos inútiles (Earl Holliman y Lee Marvin, algo desaprovechado este último) y una mujer (Shelley Winters) por la que ambos se pelean. En el camino hacia la sierra, Roy conoce a un grupo de granjeros que le recuerdan a su niñez. Quizás por eso se enamora de Velma, la hija pequeña, casi una adolescente, que sufre una minusvalía en un pie. Roy hará todo lo posible por ayudarla mientras prepara el plan que le hará rico, que le permitirá retirarse y casarse con Velma.

Salvo la omisión de todo el arranque de High Sierra (algo crucial para presentar el carácter ambiguo de Earle), el resto de la trama es idéntica al de la cinta original; con algunos planos calcados como el del salto de la liebre que propicia que Earle conozca a los granjeros, o la persecución final camino al monte Whitney. A pesar de un guión bien construido, la cinta es claramente inferior a la protagonizada por Humphrey Bogart e Ida Lupino; lo que demuestra, una vez más, que no es suficiente con contar con un argumento bien desarrollado.



Es inferior, en primer lugar, por carecer de estos magníficos intérpretes, pero también por no contar con Walsh al frente del proyecto. Heisler resulta demasiado frío. Desde luego, se echan en falta aquellos primeros planos de Bogart y Lupino que iban tejiendo un fuerte vínculo entre la pareja —para algunos (Noël Simsolo) esto es una ventaja, porque se muestra todo con mucha más objetividad y, por tanto, con más crudeza—. A la distante puesta en escena de Heisler, se le une algún personaje no del todo definido, como el propio Earle, o sencillamente mal construido como el de la cabaretera a la que da vida Shelley Winters, una mujer que baila la conga en el momento menos oportuno. Tampoco ayuda la fotografía en color mucho menos expresiva que el blanco y negro de la primera película, ingrediente que se nos antoja fundamental para un noir fatalista como éste; ni siquiera el formato panorámico consigue hacer olvidar los magníficos encuadres de Walsh y de Tony Gaudio, su operador de entonces.
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A pesar de todo, I Died a Thousand Times puede ser una agradable sorpresa para el aficionado al cine negro, en especial si no se han visto las versiones anteriores, o no se tienen tan cercanas. Porque ya se sabe que las comparaciones, en ocasiones, son odiosas.

Una de las mejores secuencias de la película:

Ver ficha de I Died a Thousand Times.




jueves, 9 de mayo de 2013

CINE EN DVD: EL HOMBRE DE LAS FIGURAS DE CERA
(Das Wachsfigurenkabinett de Paul Leni, 1924)


Sin abandonar el tema que nos ha ocupado las últimas entradas del blog, retomamos nuestra serie acerca de las novedades en DVD para comentar el lanzamiento que Cameo Media tiene previsto efectuar el próximo día 22. Se trata de la obra maestra de Paul Leni, El Hombre de las figuras de cera; película perteneciente al caligarismo o, lo que es lo mismo, al expresionismo más puro (véase el capítulo III del especial sobre el Expresionismo).

 

Leni, antiguo decorador de Max Reinhardt (el productor y director teatral, padre del Expresionismo), se rodea de nombres propios del movimiento y se deja influenciar por, Caligari, primero, pero también por Las Tres Luces (Der Müde Tod de Fritz Lang, 1921), para rodar Das Wachsfigurenkabinett. Una maravilla de filme que, a su vez, inspiró a cineastas posteriores y que aborda un tema que será recurrente en las futuras películas de terror, los crímenes en los museos de cera:

A un escritor (Wilhelm Dieterle) le encargan el trabajo de inventar tres historias fantásticas sobre otras tantas figuras célebres (el califa Harun al Raschid, el zar Iván el Terrible y el asesino, Jack el Destripador) con el objetivo de promocionar el museo de cera donde se exhiben. El poeta se apoya en su propia persona y en Eva, la hija del dueño del museo, para protagonizar los tres cuentos. En ellos, la pareja sufre el acoso de los hombres de cera que han cobrado vida. Mientras escribe sus relatos, el escritor se enamora de  Eva al tiempo que le va venciendo el sueño…

Como en Der Müde Tod, Leni narra tres historias diferentes donde los mismos actores dan vida una y otra vez a distintos personajes en un imaginario país árabe, en la Rusia zarista o en el Londres decimonónico. Para escribir el guión, Leni no pudo elegir a  nadie mejor que a Henrik Galeen, otro de los fundadores del expresionismo cinematográfico. De Galeen es, por ejemplo, el libreto de Nosferatu, pero también fue el director de uno de los remakes de El estudiante de Praga y el colaborador de Paul Wegener en la primera versión de El Golem. Para encarnar a los villanos de cada episodio, Leni tampoco se corta y se decide por los tres actores fundamentales del movimiento: Emil Jannings, Conradt Veidt y Werner Krauss. Sin duda, uno de los atractivos de la película es ver trabajar juntos a estos tres actores legendarios.

El agobiante laberinto del palacio del califa
Con respecto al protagonista, el futuro realizador Wilhelm Dieterle —que cambió su nombre de pila por el más “americano”, William, después de emigrar a Estados Unidos—, hay que decir que tampoco era ajeno al expresionismo ya que había pertenecido al elenco de la compañía de teatro de Reinhardt. En El Hombre de las figuras de cera, Dieterle es un pluriempleado que interpreta a tres personajes y además ejerce de ayudante del director. En el primer acto, da vida a un panadero que tiene que demostrarle a su mujer que no es tan débil como ella cree, para lo cual se dispone a robarle al mismísimo califa el anillo de los deseos. Mientras el panadero arriesga su vida, su “ligera” esposa flirtea con todo aquel que se acerca a su casa, desde el visir hasta el propio califa. De este primer capítulo, destaca el contraste del amenazante muro de la ciudad, con los decorados circulares de la vivienda del panadero y los laberínticos e imposible corredores del palacio. Esto último en sintonía con la oronda figura de Emil Jannings que interpreta a un lascivo califa. Se dice que Douglas Fairbanks se fijó en la cinta de Leni, en este capítulo en concreto, para idear su Ladrón de Bagdad (The Thief of Bagdad de Raoul Walsh, 1924). 

En el segundo episodio, Dieterle es un príncipe de la corte de Iván el Terrible. El célebre zar es interpretado por Conradt Veidt al más puro estilo expresionista. Un monarca envilecido que ordena asesinar a su sicario, “el envenenador”, para evitar ser una más de sus victimas. Veidt interpreta al zar como hizo en Caligari, como si fuese el zombi Cesare, sólo que ahora el monarca está hipnotizado por un reloj de arena que cuenta el tiempo que le queda de vida.  De nuevo los decorados —también el vestuario— son un aspecto a destacar: las cúpulas esféricas que aluden al fatídico reloj de arena se mezclan con otras formas más verticales, en armonía a la estilizada figura del zar; aunque, igual que en el primer capítulo, los techos sigan siendo demasiado bajos para que puedan andar cómodos los personajes. Es clara la influencia de este acto en la excelente Iván el Terrible (1944) y su segunda parte, La conjura de los boyardos (1958), ambas de Eisenstein. El Iván del director soviético es calcado al de Veidt: camina a cámara lenta y se comporta como un autómata a través de unos decorados que acentúan aún más la verticalidad que ya esbozó Leni.

Pero si hay un capítulo que represente el caligarismo tal como lo enunciamos en anteriores entradas, ese es el tercero: Dieterle, el poeta, escribe sobre Jack el Destripador, pero se queda dormido. El asesino, interpretado por Werner Krauss (el doctor Caligari, ¿recuerdan?), cobra vida y persigue al escritor y a su novia a través de una ciudad de pesadilla, donde los decorados se desdoblan, donde se agolpan los edificios extrañamente inclinados en un delirio maravilloso obra del propio Paul Leni y del pintor Fritz Maurischat, todo para reflejar la angustia de la pareja. El único problema de este acto es que queda demasiado corto en comparación con los otros dos. Al parecer la falta de presupuesto fue el motivo de la amputación del filme que, en el origen, constaba de cuatro partes. Aun así, la cinta es una obra maestra del cine alemán, y del cine silente en general.

Para los cinéfilos, pero también para diseñadores o artistas de cualquier índole, recuperar, o visionar por primera vez —dichosos ellos—, El Hombre de las figuras de cera, prometemos que será una actividad sorprendente que no olvidarán nunca.

Ver ficha de El Hombre de las figuras de cera.





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