viernes, 23 de septiembre de 2011

CINE EN DVD: EN TIERRA HOSTIL (The Hurt Locker de Kathryn Bigelow, 2008)

Este verano asistíamos al lanzamiento de un pack de blue-ray con dos cintas ganadoras de varios premios importantes, una de ficción y otra documental, ambas con la guerra como denominador común. Vamos a hablar de la primera:



Por lo que realmente es conocida The Hurt Locker —la vida es así— es por ser la película ganadora de varios oscar en 2009 (seis, y nominada para otros tres), entre ellos los premios gordos de mejor película y mejor director, en una noche en la que la directora (Kathryn Bigelow) competía con su ex (James Cameron presentaba Avatar) por la obtención de la preciada estatuilla, y que convirtió la gala de cine en una pelea doméstica, o en un juicio de divorcio, todo para disfrute de los que se nos atragantan tales premios —aunque no dejemos de referirnos a ellos, mea culpa—.

La trama se desarrolla en plena guerra de Irak, en el seno de un grupo de desactivación de explosivos. La directora se centra en tres personajes, y sobre todo en uno, el especialista TEDAX, el sargento William James (Jeremy Renner), todo un héroe que desprecia a la muerte en cada misión a la que se enfrenta.



La cinta está bien realizada, bien fotografiada editada y rodada, y correctamente interpretada. Con un punto de giro inicial atractivo que hace que arranque la verdadera historia —SPOILER: Bigelow emula a Hitch en Psicosis y se carga al supuesto protagonista nada más empezar la película, y lo vuelve a hacer un poco más tarde con otro actor importante; es decir usa el cameo con intereses comerciales, muy lista la realizadora—, todo muy interesante, pero no suficiente para hacer que sea especialmente recordada. Ni siquiera desde el aspecto técnico: nada nuevo desde Black Hawk Derribado (O Salvar al Soldado Ryan, verdaderos punto de inflexión en cuanto al verismo y al nuevo punto de vista de las cintas bélicas).



¿Entonces que nos queda? Nos queda la tesis que defiende Kathryn Bigelow, quizás sea eso lo más interesante. Cómo ataca frontalmente al mito del héroe y lo va desmontando poco a poco. Primero lo tacha de loco, de fanático, de frikie, de irresponsable. El valiente sargento es un inhumano que se despreocupa de la vida de los demás, que persigue el suicidio, pero que no le importa "suicidar" al resto. Y lo vamos conociendo con cada nueva vuelta de tuerca de la directora, que armada con un cizañero punzón fílmico va presentando al héroe como a un desarraigado, un inadaptado social que es incapaz de vivir con su esposa e hijo una existencia normal, que no puede integrarse en la way life norteamericana por la que lucha, y que solo puede hacer lo que mejor sabe: intentar morir todos los días un poco más.

Por eso no nos parece casual que la directora estructure el largometraje en capítulos que arrancan con el rótulo de los días que le quedan a la compañía para ser relevados. Días para terminar la misión; o días para morir. Al sargento James le da exactamente igual.


Ver Ficha de En Tierra Hostil.



domingo, 18 de septiembre de 2011

CINE Y TAPAS: CHUNGKING EXPRESS (Wong Kar-Wai, 1994)

Recuperamos el apetito cinematográfico con una de las cintas más aclamadas del buen director chino Wong Kar-Wai (hay pocas del realizador que no hayan sido elogiadas, al menos por una parte de la crítica), y con uno de los mejores bares del que nos reconocemos asiduos.


Chungking Express es un experimento —de resultado excelente a nuestro entender— rompedor y, por tanto, de alto riesgo para la taquilla, como casi todos los intentos que persiguen la originalidad (benditos sean).

La primera rareza es la forma en la que Wong Kar-Wai estructura la película. Lo hace presentando dos historias totalmente independientes que tienen en común tres cosas, que los protagonistas son policías, que ambos sufren de desamor y que las tramas se cruzan levemente en el Midnight Express, un bar de comida rápida de Hong Kong —permítanme esta concesión al fastfood, pero entiéndanlo como una excusa cualquiera para volver a la sección culinaria—.


El resto es totalmente diferente, de hecho cada trama pertenece a un género distinto. La primera se adentra poco a poco, hasta explotar, en el cine negro: un agente de policía supera su fracaso sentimental al enamorarse de otra mujer, con la fatalidad de que resulta ser una traficante de heroína. La segunda es más propia de la comedia romántica, y es en esta última trama en la que Kar-Wai se siente más a gusto, lo notamos por el mejor acabado y por lo atractivo de la puesta en escena: El policía 663 (Tony Leung, un clásico ya) está enamorado de una azafata que no le hace mucho caso; es la camarera del Midnight Express (Faye Wong) la que se muere por sus huesos, tanto que consigue entrar en el apartamento del detective —la mejor secuencia del filme— para sentir su presencia rodeada de los muebles y objetos personales de su amor platónico.

Curiosamente, la vivienda del agente 663 es en realidad el piso de Christopher Doyle, el director de fotografía de Wong Kar-Wai, colaborador habitual de sus películas y responsable de la plasticidad tan personal de obras como In The Mood For Love, Happy Together o 2046. Y es que de lo que realmente queríamos hablar era de Doyle, el alma y los ojos de Kar-Wai.

El también operador de cámara (lo lleva todo este Doyle) utiliza los recursos técnicos como nadie para conseguir una estilización marca de la casa y parar el tiempo o acelerarlo a su antojo. Puede filmar la violencia o el estrés con la misma precisión que refleja los sentimientos más profundos de los personajes, o incluso puede hacer las dos cosas a la vez. Precisamente, Chungking Express es famosa por la utilización de la doble exposición (mientras un personaje se mueve a cámara lenta el resto se mueve a toda velocidad) que luego sería tan imitada. Doyle fotografía la soledad del individuo y la sitúa en una ciudad frenética donde el ruido y los encontronazos están a la orden del día. Usa la cámara al hombro, experimenta con el teleobjetivo para resaltar los detalles de una bulliciosa Hong Kong, o juega con la apertura de diafragma en las escenas de acción de la primera parte. Toda una revolución estética que hace que este largometraje haya pasado a la historia.


Ver Ficha de Chungking Express.

Y ahora las tapas:

Casa Aurelio (Calle Río de la Plata, 1, Sevilla)

Junto a la Parroquia de San Sebastián, famosa por la cofradía de La Paz, protagonista de los Domingos de Pascua, se sitúa este magnífico bar donde la calidad de sus platos obliga a regresar a él una y otra vez. Con el atractivo ambiente de finales de los sesenta, proporcionado por una enorme fotografía de la Universidad de Sevilla, circulan tapas y raciones de todo tipo hacia las mesas altas y los banquitos.

Son especialidad los bacalaos con tomate, las ensaladillas, los aliños de gambas, pero confesamos que lo que nos gusta más son su fritos y sus mariscos. Aquí tengo que ser algo radical, sus calamares fritos son los mejores que he probado nunca. Y los berberechos o percebes no los encontrarás mejores (iguales, puede, pero tendrás que irte a Galicia). Parece ser que hay truco detrás de la barra, en la cocina, y en un local que tiene al otro lado de la calle donde una cocinera portuguesa maneja la freidora como nadie.

En Casa Aurelio no te cortes, pide una de esas copas heladas que guardan con celo para beber un Albariño espectacular. Si lo haces para acompañar a las cigalas que allí preparan estás de suerte, amigo.

Nos vemos en Casa Aurelio.


miércoles, 7 de septiembre de 2011

CINE FÓRUM: TRES HOMBRES MALOS (Three Bad Men de John Ford, 1926)

Volvemos a nuestra sección favorita y reconocemos que esta vez lo hacemos especialmente motivados por el hecho de comentar una película del maestro Ford. También por la oportunidad de hablar de una de sus obras más representativas —diríamos que la mejor— de su fructífero período mudo.



Sería normal por nuestra parte considerar Three Bad Men, producida en 1926, como un filme de aprendizaje de un director con una carrera tan longeva e importante como Ford, para muchos el mejor director de cine de la historia. Sin embargo, y probablemente esta sea una de las características que hace tan grande la figura del realizador, Tres Hombres Malos ya es una obra personal, una de las películas mayores de Ford, con todos los ingredientes que configuraron sus largometrajes, como luego veremos. Lo es porque a esas alturas de mediado de los años veinte, Ford ya tenía en su haber la friolera de cuarenta y cinco películas, más algunos cortos. Es decir, la cantidad de cine suficiente para toda una carrera. Podemos decir que su “aprendizaje” estaba bastante avanzado. Sobre todo si tenemos en cuenta que ya había dirigido El Caballo de Hierro (The Iron Horse, 1924) y pronto rodaría Cuatro Hijos (Four Sons, 1928) y Legado Trágico (Hangman's House, 1928); y estamos citando sólo las películas calificadas por casi todos los entendidos como rozando o alcanzando la obra maestra.

Y entre ellas, Tres Hombres Malos. Un western fordiano por los cuatro costados. Ya sólo en el arranque planea la sombra del realizador cuando presenta al protagonista cantando una canción popular irlandesa mientras cabalga junto a una caravana de colonos. O’Malley (George O’Brien) es un cowboy que procede de la tierra del arpa y la cerveza y se interesa por Lee Carlton (Olive Borden), la joven y bella protagonista de la película. La secuencia en la que O’Malley conoce a Lee es de lo mejor de la película. Cargada de humor (una mancha en la nariz que aparece y desaparece puede ser un método para ligar estupendo) la escena muestra el cine que le interesa al realizador, el de lo cotidiano, el sencillo con pinceladas de humor y emoción casi a partes iguales.


La cinta cobra su giro más importante cuando aparecen las inquietantes siluetas a contraluz de tres jinetes buscados por la justicia. Con ligeros insertos, Ford nos indica que los personajes son unos sanguinarios y no persiguen nada bueno. Un western convencional parece arrancar, pero enseguida se convierte en un mero intento, en un espejismo —otra genialidad—, el espectador no sabrá a que atenerse cuando los bandidos intenten robar los caballos a Lee y vean como otra banda se les adelanta. ¿Es una broma del director? Ciertamente, porque a partir de ahí, en muy poco metraje, el filme cambia 180 grados. Los “tres malos” se transforman en los protectores de la joven Lee contra el sheriff y su banda. Ford le da la vuelta a la trama y la vuelve del revés: los malvados son los buenos y viceversa.

Las situaciones cómicas y cotidianas de nuevo son lo mejor del maestro. Los diálogos con doble sentido cuando los bandidos conocen a su protegida son para enmarcar. Y lo que sigue: no sólo los delincuentes desisten en su plan de robar a la huérfana sino que se transforman en casamenteros. Otra escena a destacar: un largo plano secuencia con travelling de ida y vuelta en un saloon mientras buscan un marido para Lee. “Hay que buscar gente que no beba, no queremos esponjas con nosotros” llegan a decir los beodos compañeros en plena borrachera.


Ford atiende a los personajes principales, pero no abandona los secundarios que les acompañan, por muy poco metraje que ocupen. Un ejemplo es el director del periódico local, que asistirá en directo a la carrera para ocupar el territorio, y de vez en cuando comentará algunas noticias de sociedad: “tuvieron problemas para extirparle el apéndice: lo mataron antes”. Un personaje perteneciente al universo de Ford, como los amigos borrachines; los volveremos a ver en películas posteriores transformados para la ocasión en miembros de un jurado sudista, en suboficiales del ejército entregados al ponche más que al baile o en marinos mercantes el día de la paga.

Caracteres y situaciones son reconocibles como pertenecientes al cine particular de Ford. Tanto que la propia película podría ser un borrador de Tres Padrinos (Three Godfathers, 1948), sólo que el borrador le salió mejor que el original. Y es que nos gustan más estos “Hombres Malos” que aquella —por otra parte, excelente— alegoría de Los Reyes Magos. Los preferimos por dos razones, por la inclusión de la trama en un marco épico como el de la conquista del Oeste y por el final, un antecedente claro al cine crepuscular de Peckinpah, en muchas de sus películas, o al de Richard Brooks en Los Profesionales (The Professionals, 1966), dos ejemplos de la evidente influencia de Ford en el resto de cineastas.

Del tono épico nos ocuparemos en la secuencia que viene a continuación, la elegida para nuestro cine fórum y la culpable de la fama de la película. Aunque insistimos en las demás virtudes de la cinta, es justo reconocer la espectacularidad de las imágenes que vamos a ver. Sólo una advertencia antes de comenzar: lamentamos profundamente la mala calidad del vídeo, pero es el único del que disponemos y en la red no hemos encontrado nada mejor. Si algún lector puede conseguir la secuencia o decirnos donde encontrarla le estaríamos agradecidos eternamente.

Bueno, vamos a ello:




La secuencia que acabamos de ver incluye la carrera de los colonos organizada por el Estado para ocupar los nuevos territorios. Es una escena que se repetirá en diversas ocasiones a lo largo de la historia del cine. En especial recordamos las dos versiones de Cimarrón, la de Wesley Ruggles (1931) y la de Anthony Mann (1960), ambos filmes inferiores al de Ford; desiguales en su estructura y narrativa.

Nuestra secuencia arranca cuando se da la señal de partida a los cientos de carromatos, jinetes y transportes de todo tipo. Hay dos aspectos importantes en el metraje que vamos a analizar, por un lado el montaje, quizás lo más destacado; por otro, la sorprendente capacidad, en el año 1926, de rodar estas imágenes que en nada tienen que envidiar a las que se pudieran filmar hoy en día.

Vista la secuencia de un tirón la primera impresión es de caos total, sin embargo la forma en la que se ha editado la película no tiene nada de improvisación sino todo lo contrario: está perfectamente estudiado por Ford y sus técnicos. Los primeros cortes siguen un ritmo similar y casi todos son panorámicas de izquierda a derecha, es decir en el sentido del avance según las primeras tomas antes de comenzar la carrera. Ford alterna todo tipo de medios de transporte utilizados (hay hasta una bicicleta) para conseguir esa sensación de confusión.

A continuación se insertan travellings en profundidad junto a las panorámicas, y encuadres fijos para atender a un aspecto determinado de la secuencia. El reportero que sigue las noticias in situ, un cambio de una rueda o el niño que casi es atropellado por los jinetes son ejemplos del montaje. Este último plano nos recuerda a aquel otro bebé en la escalera de Odessa filmado por Eisenstein, el rey de la edición. Son las mejores imágenes, Ford las reserva para la segunda parte según un plan premeditado que funciona estupendamente.

A partir de aquí, en el último tercio, Ford reduce el metraje de los cortes para acelerar el ritmo y aumentar la confusión. El realizador participa en el caos cuando cambia el eje e inserta algunas panorámicas en sentido contrario al inicial. Ahora las hay también de derecha a izquierda como si quisieran colisionar unas con otras. Hasta la cámara se mete debajo de los carromatos en un final espectacular e, insisto, sorprendente para una cinta de hace casi noventa años.

Para finalizar, algunos chascarrillos que el propio Ford le contó a Bogdanovich en las ya famosas entrevistas: el director aseguraba que varios de los actores habían participado en la carrera cuando eran pequeños e iban con sus padres. También decía que algunas de las imágenes estaban basadas en hechos reales, como la del niño que es salvado antes de ser atropellado o la del reportero que cubría la carrera desde dentro, imprimiendo los artículos a medida que pasaban las noticias. Según Ford, la secuencia que acabamos de ver se rodó en tan sólo dos días y sobró mucho material que luego fue utilizado para otras películas.


Ver Ficha de Tres Hombres Malos.




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