miércoles, 24 de febrero de 2010

AVATAR (James Cameron, 2009)

Hablar de la última cinta de Cameron es como intentar hacer una crítica de un viaje en la montaña rusa o en la casa del terror. Hay que ser poco razonable para acometer tal tarea. Pero quizás no haya más remedio o pronto nos quedaremos sin poder comentar ninguna película de estreno en este parque de atracciones en el que se ha convertido el cinematógrafo contemporáneo.




Es curioso que filmes como Avatar, nacidos de la mano de ingeniosos creadores de realidades virtuales, con presupuestos astronómicos que asustan, y con tantas horas de trabajo que su realización se cuenta por años, son producciones que anuncian la revolución del cine. “Nada será igual después de Avatar”, rezan algunos tag lines ansiosos de conseguir el record de recaudación en la primera semana, único objetivo de tan magno proyecto.

Nosotros creemos que el filme-atracción de Cameron no ha supuesto un paso adelante en el cine. Todo lo contrario: ha conseguido retrocederlo más de un siglo, a sus comienzos, allá donde Georges Méliès y compañía lo utilizaban en las barracas de feria donde la gente salía despavorida ante la presencia de un tren que avanzaba hacia ellos, o se divertía cuando Segundo de Chomón hacía que la ropa de las maletas del cliente de un hotel se colocara sola en los armarios. No es nueva la intención, ni siquiera es novedoso el vehículo feriante de las tres dimensiones.

¿Se dan cuenta de que aún no hemos hablado de la película? Es que poco hay que decir de argumento, tratamiento del guión, interpretación, puesta en escena, y demás elementos narrativos que se supone debe tener un largometraje de esto que llamamos cine.



¿El argumento y el guión? Cameron ha echado mano de viejos conocidos para dotar de cierta trama a sus secuencias bélicas, a sus vuelos espectaculares y demás fuegos artificiales. Una historia sospechosamente parecida a las producciones animadas de Disney. El público, siempre sabio, anda circulando una divertida teoría de que Avatar es realmente Pocahontas pero en clave de ciencia-ficción. Qué razón tienen; y menos mal que no hay canciones, sería el remate final a casi tres horas larguísimas.

El párrafo correspondiente a la interpretación también habrá que dejarlo vacío de contenido como corresponde a una película de animación, y por respeto a una actriz que nos encanta –nos encantaba-. No, no queremos ensañarnos con Sigourney Weaver, una profesional que se ha vendido al mejor postor y que lo único que consigue es mostrar su decadencia. Lo malo es que su jefe es el mismo que hizo aquella maravilla de secuela donde un Alien era la pesadilla en un entorno gris, sucio y oxidado que sí fue la revolución de la ciencia ficción. Lastima que Cameron, en su etapa de madurez (¿?), haya dejado salir el punto hortera que todo americano tiene: esos colores no pueden chirriar más.

El comentario del resto de elementos cinematográficos, si es que los hay, lo dejo en manos de los usuarios de video juegos que seguro que le sacarán más partido. Yo lo siento, pero sólo intento hablar de cine. Y es que ¿qué queda después de un viaje en la montaña rusa? La sensación de vértigo mientras dura el recorrido pronto se olvida; se abandona definitivamente cuando compramos el billete de la siguiente atracción.

Pasen y vean, señores, pasen y vean.


Ver Ficha de Avatar.

jueves, 18 de febrero de 2010

EL SECRETO DE SUS OJOS (Juan José Campanella, 2009)

Películas como El Secreto de sus ojos (y La Cinta Blanca, recientemente reseñada) confirman que en la lucha por el Oscar las cintas de mayor calidad generalmente se encuentran en la categoría de mejor largometraje de habla no inglesa.



Y es que el último filme de Juan José Campanella –importantísimo- descansa en una interesante trama poliédrica que engancha sin decaer, muy bien rodada desde el punto de vista técnico y eficazmente interpretada por Ricardo Darín, un actor que se nos antoja el sucesor ideal de Federico Luppi o Héctor Alterio; con registros tan amplios como los de ellos, pero muy diferente en su forma de entender un personaje.

La historia que narra Campanella transcurre a caballo entre el pasado y el presente. Entre los difíciles años setenta, de feroz dictadura militar en Argentina, y la época actual. Darín encarna a un funcionario del Ministerio de Justicia, ya jubilado, que vuelve la vista atrás para escribir una novela autobiográfica. La decisión del protagonista se convierte en el hilo conductor de la acción. Perfecta excusa que consigue atraer al espectador y no lo suelta hasta el espectacular final. Todo gracias a una trama que pronto se precipita en drama policíaco con tintes puntuales de thriller.

Pero lo que aumenta rápidamente la calidad de la cinta es el envoltorio humano que Campanella ha sabido darle. Siempre desde el punto de vista de Darín, se desarrollan una historia de amor –de desamor- y otra de amistad, ambas verdaderamente emotivas muy bien conducidas por el realizador, hábil en la contención y extremadamente cuidadoso con el tratamiento del guión. Así, las sutilezas de repetir situaciones, tan típicas del guión clásico, aquí cobran una fuerza inusitada cuando las puertas se abren o cierran, según el carácter personal de las entrevistas que se celebran tras ellas; cuando aparecen insertos en flash back, que permanecen en la retina hasta aclararse en el drama; cuando objetos y fotografías se vuelven claves; o cuando las miradas, sobre todo las miradas, se convierten en el origen y en el final de todo.


Pero si la gestión de actores y trama son notables, no lo es menos el manejo de la cámara por parte de Campanella. Mientras las situaciones dramáticas son enfatizadas por primeros planos en escorzo desenfocado, para darle a la emoción el realismo adecuado, las escenas de acción son acompañadas de tomas casi subjetivas, esclavas a un movimiento frenético sorprendente.

En El Secreto de sus ojos, Juan José Campanella disfruta especialmente hablando de la pasión. Y lo hace no sólo en su acepción más sentimental sino en la general: en aquella fuerza irresistible que nos hace volver una y otra vez a atender nuestras aficiones más queridas, a perseguir nuestros sueños inalcanzables, o a dar rienda suelta a nuestros deseos más inconfesables.

viernes, 12 de febrero de 2010

CINE EN DVD: DEMONIOS EN EL JARDÍN (Manuel Gutiérrez Aragón, 1982)

Hace unos pocos meses la distribuidora Cameo Media lanzaba al mercado audiovisual una de las mejores películas de Manuel Gutiérrez Aragón: Demonios en el Jardín.




Se trata de la primera, y la mejor, de su excelente trilogía sobre la sociedad española de las últimas décadas, la que va desde el franquismo hasta la democracia ya consolidada (las otras son La Mitad del Cielo y El Rey del Río).

Concebida por el director para sus protagonistas, las dos actrices españolas Ana Belén y Ángela Molina (de hecho los personajes tienen sus mismos nombres), la cinta arranca como el típico drama rural donde dos mujeres se enamoran del mismo hombre (el casi debutante Imanol Arias). Una de ellas (Ángela) tiene un hijo ilegítimo con él; la otra (Ana) se conforma con casarse con el hermano. Mientras, el amante de ambas se dedica a llevar una vida de crápula en la capital aprovechando las influencias que tiene dentro del régimen franquista. Es decir, un triángulo amoroso y un ambiente rústico que no aportan nada nuevo al cine español demasiado acostumbrado a los melodramas. No hasta que la cinta cambia radicalmente desde el nacimiento del hijo bastardo. El nuevo personaje se convierte en el eje central del filme y en la herramienta favorita de Gutiérrez Aragón para comunicarse con el espectador.

A partir de aquí, el largometraje toma un atractivo carácter autobiográfico -en palabras de su autor- cuando la acción se desarrolla bajo el punto de vista del niño. Un niño enfermizo, que recibe las atenciones de todos (abuela, madre y tía), que prácticamente no sale de su cama, y que se aprovecha de la situación. Con su lecho convertido en el soporte ideal de sus fantasías toda su aspiración se centra en poder ver a su padre, al que imagina como el hombre más importante del momento; la mano derecha del mismísimo Franco.



Mucho se ha comentado de la excesiva carga simbólica de nuestro cine en los años setenta y primeros ochenta. Creemos que Gutiérrez Aragón se salva de la crítica gracias a la utilización inteligente de la metáfora como sello personal y no como protesta o reivindicación, o artimaña para eludir la censura. Así, la cinta contiene escenas y planos tan brillantes como el de un toro que se encuentra presente en las escenas más dramáticas; un astado que arremete contra la gente dentro de una iglesia o persigue al niño cuando éste descubre las relaciones adúlteras de su padre. Otro momento mágico es aquel en el que el hijo es presentado a Franco en uno de las famosas inauguraciones de pantanos. Cuando el niño sale corriendo por el bosque, avergonzado al descubrir la profesión de su padre, descubrimos entre los árboles y la maleza a todas las fuerzas vivas del régimen: curas, militares, falangistas y guardia civiles. De la carga autobiográfica destacan los minutos cinéfilos cuando el niño visita la cabina de proyección del cine del pueblo y puede ver a, por ejemplo, una espectacular Silvana Mangano bailando el bayon.

Gutiérrez Aragón se convierte, gracias a películas como ésta, en uno de los grandes cineastas españoles contemporáneos; desde luego el mejor de la llamada generación de la transición -el de más talento-, con un cine que maneja la realidad de una forma personal mezclándola con la ilusión o la fantasía, en muchos casos producto de la imaginación infantil. Así ocurre en Demonios en el jardín. Una película con tantos matices que necesita más de una visión para descubrirlos todos. Clara indicación de que nos encontramos con una obra maestra.


Ver Ficha de Demonios en el Jardín.


viernes, 5 de febrero de 2010

INVICTUS (Clint Eastwood, 2009)

Notas para una crítica, tras haber visto la última película del maestro:

Comenzar el artículo demostrando nuestra más sincera admiración por el director norteamericano y la fidelidad hacia su cine que nos obliga a no faltar nunca a los estrenos de sus cintas. Rebajar la loa al realizador indicando que Invictus no llega a la altura de sus últimas producciones. La culpa la tiene un argumento demasiado previsible (sin que tenga nada que ver que el largometraje se base en la historia real) oportunista y efectista al máximo; y un rodaje sin personalidad, aunque no carente de emoción.




Eastwood ha atacado la trama desde distintos frentes: la vida familiar del propio Mandela; su entorno profesional, el de sus asesores más cercanos; el de los funcionarios de seguridad; el equipo nacional de Rugby, con el segundo punto de vista principal después del presidente, su capitán (interpretado por Matt Damon); y desde la calle, los suburbios y las chabolas, representadas por un niño indigente de color que rechaza llevar la camiseta de los Springboks (la camiseta del equipo nacional), que se convierte en el protagonista de una de las escenas finales más tramposas y efectistas que he visto. En todos ellos ha seguido la misma táctica: la de presentar el enfrentamiento con la sombra del Apartheid demasiado cercana y dolorosa. Un odio que el espectador sabe que se verá diluido gracias al esfuerzo del único personaje que no lleva incorporado el maniqueísmo: el propio presidente. Demasiado convencional a estas alturas.

Y muy oportunista. No sólo por lo cercano del mundial de futbol en Sudáfrica sino por la similitud que pueda tener para el pueblo norteamericano –sobre todo el de color- la figura de un Mandela recién incorporado al poder con la de Obama en la misma situación, a pesar de la muy diferente realidad política


Pero muchas tramas tan me-suena-el-argumento han conseguido llegar a buen puerto gracias al sello personal del director. En este caso no ha sido así. En muy pocas, contadísimas ocasiones, Eastwood ha salido a relucir. Me quedo con la secuencia en la cárcel y poco más. Y eso que no ha estado mal acompañado por sus actores, premiados con sendas nominaciones a los oscar. La de Morgan Freeman merecidísima; la de Damon no tanto, cuando se me antoja una interpretación demasiado arropada por la emoción del duelo deportivo.

Eso sí, la cinta será la delicia de los aficionados al rugby, "ese deporte de hooligans que practican los caballeros". Y hay que reconocer que los minutos finales son de una belleza plástica muy conseguida que provocarán la alteración del más tranquilo de los espectadores, y que recuerdan a otras películas del género como Evasión o Victoria (Escape to Victory de John Huston, 1981) con la que comparte el mismo defecto de filme comercial como única pretensión.

Anotación final: Concluir con una frase que incluya estos adjetivos: previsible, oportunista, emotiva y carente de personalidad.


Ver Ficha de Invictus.

lunes, 1 de febrero de 2010

LA CINTA BLANCA (Das Weisse Band de Michael Haneke, 2009)

A veces los hechos del pasado son un lastre difícil de soportar. Es comprensible que se busquen las causas que pudieron originar la mayor catástrofe de la Humanidad: la Segunda Guerra Mundial. Y más si uno ha nacido en Alemania. Todo esto es lícito. Lo que no es demasiado ético es culpar a toda una generación, los padres de los futuros genocidas, de la muerte de los más de cincuenta millones de personas. Es decir, no estoy de acuerdo con Michael Haneke, o por lo menos no con lo que yo creo que ha querido insinuar.



Y es que, en mi opinión, la intención del director germano con su última película ha sido la de justificar la actitud de los jóvenes alemanes nacidos con el siglo XX –futuros nazis- como respuesta a la rígida educación sufrida, a la estricta religión temerosa de Dios, o a la estructura aún feudal de muchas regiones centro europeas en esos años. Curiosamente la misma sufrida por jóvenes de muchos países en todo el mundo y, que sin embargo, no desembocó en la subida al poder de alguien como Hitler. La carga es pesada, sí, y el Holocausto todavía duele, pero los alemanes, como Haneke, tendrán que vivir con ello y asumir quienes fueron los que tuvieron una responsabilidad directa en lo acontecido.

Dicho esto, y abstrayéndonos de la intención de Haneke (si es que era esa), la cinta tiene tanta calidad que puede que sea la mejor del realizador hasta la fecha, y eso es decir mucho. Desde luego en su aspecto formal, pero también en el tratamiento del guión y en el espectacular trabajo de todo el elenco de actores; muy bien caracterizados gracias al exquisito maquillaje y al cuidado casting que presenta, por ejemplo, a los cabezas de familia de los distintos clanes con dura expresión facial o con defectos físicos en ojos, o heridas en el rostro; todo para elevar el nivel de dureza de la trama.



Del continente de la cinta no podemos estar más que agradecidos al cineasta muniqués. Debemos dar gracias a que Haneke haya recuperado para nosotros el tono escandinavo de los filmes de Bergman o Dreyer. Del tratamiento de la luz tan realista -no recuerdo haber visto nada igual desde Barry Lyndon (Stanley Kubrick, 1975)-; una luz inversamente proporcional a la miseria representada (y no me refiero sólo al aspecto económico). De haber elegido el blanco y negro (el negro sobre el blanco en algunos planos sencillamente geniales de la campiña) para darle el tono adecuado al drama y resaltar aún más los vestidos de luto y las cabelleras rubias; salvando las distancias, tan amenazantes como aquellas de El Pueblo de los Malditos (The Village of The Damned de Wolf Rilla, 1960).

También agradecemos que Haneke siga comprometido con su personal visión cinematográfica. Que los encuadres fijos sigan allí el tiempo necesario para que el espectador asuma lo que acaba de ver, lo que está sucediendo fuera de campo, y lo que puede suceder a partir de ese momento.

Del contenido ya hemos hablado. Sólo resaltar otra posible sutileza (de Haneke nunca se sabe): la secuencia que se desarrolla en la iglesia, el día de la confirmación; una escena clave para reflejar la actitud pasiva de los padres de cara al exterior. Nos preguntamos si es una metáfora de la postura del pueblo alemán durante el Genocidio, que sintiéndose creadores del monstruo no se atrevieron a pararlo.


Ver Ficha de La Cinta Blanca.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...