jueves, 30 de septiembre de 2010

CINE Y TAPAS: POLLO AL VINAGRE (Poulet au Vinaigre de Claude Chabrol, 1985)

Retomamos nuestra sección gastronómica y, de paso, continuamos con el homenaje a Claude Chabrol, con este título tan sugerente. La famosa receta, tan fácil de preparar como sabrosa, anuncia un filme que siempre ha sido considerado menor dentro de la obra del director francés. Una apreciación que no compartimos cuando Pollo al Vinagre pertenece claramente a su grupo de películas más personales.



Lo es a pesar de tratarse de una adaptación literaria: el realizador galo se basa en la novela “Une Morte en Trop”, de Dominique Roulet, y se alía con él para escribir el guión y así transformar la historia en un policíaco de suspense al estilo Chabrol. El resultado es de color negro, nada maniqueo, dentro del tradicional polar francés. Con mucho humor; y con entorno y personajes muy reconocibles por el asiduo a su cine:

En un pueblo, las fuerzas vivas representadas por el médico, el notario y el carnicero –no podía faltar-, forman una sociedad inmobiliaria que pretende hacerse con los terrenos de las afueras y especular con ellos. Los planes se ven obstaculizados por Madame Cuno (Stephane Audran), que no se deja convencer para vender su propiedad. La viuda está resentida con el pueblo, y con el mundo entero. Pegada a su silla de ruedas no tiene nada que perder y está dispuesta a todo con tal de no dar su brazo a torcer. Además, aprovecha el trabajo de su hijo (es el cartero de la villa) para espiar la correspondencia de sus enemigos y conseguir sacar alguna ventaja de ello. Chabrol plantea así la trama, y le da el giró conveniente, para hacerla avanzar, con un accidente -¿asesinato?- y varias desapariciones.

Con el guión muy enrevesado, y con casi la mitad de la cinta a sus espaldas, el director manda un personaje nuevo a la historia: El Inspector Lavardin. Es lo que parece, un enviado directo de Chabrol para resolver el caso a su manera. Con métodos poco ortodoxos, violento, pero educado, y sobre todo cínico, el policía va atando cabos; y lo hace con nudos corredizos entorno a los cuellos de algunos sospechosos. Es la primera aparición del agente de la ley que es a la vez investigador, juez y verdugo. La frase “La Policía puede hacer de todo” es su declaración de intenciones. Sus aventuras, siempre interpretadas por Jean Poiret, continuarán con la secuela El Inspector Lavardin (Inspecteur Lavardin, 1986) y con una serie de televisión donde también participará Chabrol dirigiendo algunos episodios.

Pero lo que realmente nos interesa –nos apasiona- es la forma de rodar de Claude Chabrol. Como en la boda del arranque de El Carnicero, en los créditos de Poulet au Vinaigre ya sabemos quien maneja los hilos: una secuencia de una fiesta de cumpleaños presenta personajes, intriga y victima. Enseguida conoceremos la figura central del drama: la viuda Cuno. El cineasta insiste en un plano magnífico cuando coloca a Stephane Audran (siempre excelente la musa de Chabrol) de espaldas, en primer término, presidiendo el encuadre, dirigiendo la vida de su hijo. La actitud posesiva del personaje se ha dicho que recuerda al de Eleanor Parker en El Hombre del brazo de oro ( The Man With the Golden Arm de Otto Preminger, 1955); nosotros también queremos ver a la madre de Norman Bates en un posible antecedente de Psicosis. Sobre todo en el final, más que un guiño al cine de terror. Recordemos la admiración y el respeto que Chabrol tenía por Hitchcock.


El seguimiento a las sutilezas de Chabrol es recompensado con cambios de eje cuando se revelan importantes sucesos del pasado; con reflejos en espejos para certificar la subversión y las pulsiones de los personajes; o con ligeros travellings que son pistas para el espectador avispado.

Y, claro, no podía faltar la afición culinaria del realizador galo. Chabrol se gusta con platos elaborados en diferentes secuencias: Hojaldres de molleja con setas, Ave de corral con salsa Mornay, Profiteroles, Foie-gras y, con especial insistencia en los Huevos fritos con pimentón de los desayunos de Lavardin. Además, como buen sumiller que es, recomienda regar su menú particular con excelentes caldos. Allí las burbujas del Pipper del 76 o el buqué del Chateauneuf du Pape del 81 son algunos de los protagonistas. Champán y varios para una buena y apetitosa película.


Ver Ficha de Pollo al Vinagre.


Y ahora las tapas:

LA CAVA DEL EUROPA (Puerta de la Carne, 6, Sevilla)

Esta vez recomendamos un bar de lujo, situado en el centro de Sevilla, en el recorrido turístico de la ciudad. Lugar frecuentado por extranjeros y españoles, La Cava del Europa destaca por su cocina elaborada y por su carta variada. De obligada visita en cualquier estación, solemos acercarnos en la temporada estival para cenar justo antes de asistir a la proyección del cine de verano de La Diputación.

Allí podemos degustar tapas galardonadas (Wantún de Sanfaina, premio 2003 en la Feria de la Tapa) y tapas por premiar. Yo le daría el Oscar por ejemplo al Taco de Merluza con Papas Panaderas o al Lomo Alto de Novillo Argentino. Aunque me gusta especialmente el Huevo de Codorniz con Chorizo Picante. También hay que estar atentos al guiso del día: una Cazuela de Alubias o de Espinacas con Garbanzos puede competir dignamente con los suculentos manjares. La cocina tradicional también tiene su sitio.

Para beber, lo que guste el cliente dada la muy selecta y diversa carta de vinos. Un Rioja Glorioso le recomendarán cuando se siente en la terraza, en la barra o en las mesas del interior. No lo rechace.

Por último, destacar el buen hacer de la joven de nacionalidad argentina que trabaja tras la barra. Igual de agradable que efectiva, encabeza el personal de La Cava del Europa y consigue que recordemos el bar tanto por sus viandas como por el trato recibido.


viernes, 17 de septiembre de 2010

REY Y PATRIA (King & Country de Joseph Losey, 1964)

Sin Rey y sin Patria, Joseph Losey, exiliado en el Reino Unido, perseguido por el HUAC (Comité de Actividades Antiamericanas), acomete una de sus obras más importantes. Adapta la obra de teatro “Hump” de John Wilson y la convierte en un grito contra lo absurdo de la Guerra. La cinta es tan cruda que no deja ningún atisbo de duda acerca de la intención del director. Losey, desde su situación personal, no teme la censura y, como el más británico de los directores americanos, se refugia en el Free Cinema para expresar su pesimismo. Su decisión es acertada si tenemos en cuenta que el flamante movimiento fue impulsado por la generación que sufrió la guerra y vive desconcertada; o la que nació a su sombra, sin ningún ideal al que agarrarse.



El realizador estadounidense elige, para su denuncia directa, el drama de un desertor de la Primera Guerra Mundial que es sometido a un consejo de guerra. El soldado realmente no ha traicionado a su Patria, sólo "ha dado un paseo" después de un mal trago en la batalla; sin embargo, para el ejército, su trastorno pasajero es técnicamente una deserción. Con la pena de muerte planeando sobre su la celda improvisada, el militar se aferra a la vida -una mísera existencia- y confía en el oficial que le han asignado para defenderle. Pero el letrado no alberga esperanza alguna; ni Losey tampoco.

Sólo hay que mirar el escenario elegido: trincheras escavadas en vano por culpa de una tierra nada firme, donde sólo se asienta la podredumbre; donde la lluvia que no cesa alimenta un barro infinito que cubre todo de mugre y engulle por igual a los cadáveres hinchados de los combatientes y a los animales de carga. Para Joseph Losey, es la propia conciencia humana la que nutre de fango este lodazal; un limo que todo lo contamina -incluyendo, literalmente, la sentencia del consejo de guerra- que hace inútil el intento del asistente por limpiar las botas del coronel; y que convierte los impactos de los proyectiles de gran calibre en piscinas de arenas movedizas.


El director no se conforma con este decorado expresionista, también busca que la propia trama sea impactante, que el espectador no olvide nunca el objetivo final del largometraje. Para ello alterna la historia convencional, la que se puede encuadrar en el subgénero de juicios dentro del cine bélico, con otra paródica que subvierte el drama principal intencionadamente: los compañeros del desertor buscan una rata que ha mordido la oreja de uno de ellos mientras dormía. El juicio del asqueroso roedor y su linchamiento coincide en el tiempo con el que se celebra en el derruido cuartel general. Metáfora e historia discurren simultáneamente y llegan a confundirse cuando la sentencia es firme y los compañeros juegan con el reo a la gallina ciega.

En King & Country destacan la fotografía en blanco y negro y el casting. Aquí se encuentran algunos de los intérpretes más característicos de la nueva ola inglesa: Dirk Bogarde, en el papel del abogado defensor, y Tom Courtenay que da vida a Hump, el cabo desertor. Un personaje que bien podría ser antepasado de otro de similar corte e interpretado por el mismo actor: el inadaptado Colin Smith de La Soledad del Corredor de Fondo (The Loneliness of The Long Distance Runner de Tony Richardson, 1962). El resto del elenco cumple a la perfección su cometido de estirados y falsos militares que buscan no implicarse demasiado en el caso mientras sobreviven a la contienda. Todo sea por el Rey y la Patria.


Ver Ficha de Rey y Patria.

domingo, 12 de septiembre de 2010

EL BELLO SERGIO (Le Beau Serge de Claude Chabrol , 1958)

Hoy nuestro blog está de luto. Andábamos convencidos de que Claude Chabrol era inmortal -su cine lo es-, pero la sacudida provocada por la noticia de su muerte nos ha devuelto a la cruda realidad. Creo que ya hemos manifestado nuestra preferencia por el cine de Chabrol, reconocemos, también, nuestro afán de coleccionista obsesivo, casi enfermizo, de sus películas. La pena es tremenda. Y egoísta: nos habíamos acostumbrado a ver sus películas de estreno en cada otoño, aquí en el festival de Sevilla, donde su obra acudía con cierta regularidad.

El homenaje que se merece no se puede limitar a una simple reseña. Aunque ya hemos comentado algunas de sus cintas (Una doble vida, Máscaras, El Infierno), a partir de ahora nos comprometemos a aumentar la frecuencia y hablar de sus filmes más a menudo, lo que sin duda es un placer para nosotros. Y creemos que lo mejor es comenzar por el principio: El Bello Sergio.



El primer largometraje de Claude Chabrol es un hito en la historia del cine. Esta película, sobre el regreso de un hombre enfermo a su pueblo natal, significa –para la mayoría- el arranque oficial de la Nouvelle Vague. El rodaje con escasos medios es todo un ejemplo para el resto de cineastas del movimiento. Chabrol utiliza la herencia que acaba de recibir su mujer y crea la compañía AJYM (siglas del nombre de su esposa, Agnes y el de sus hijos Jean-Yves y Matthieu). El resultado es una película muy simbólica (veremos que con exceso) y algo torpe en su realización, pero entusiasta y con mucho atractivo.

El aún rudimentario Chabrol se arma de toda su cinefilia para rodar con algunos encuadres barrocos a imagen y semejanza de Orson Welles. La osadía de sus planos se agradece hoy en día casi más que en el estreno. Los fallos en la trama y en el ritmo se perdonan por la singularidad de esta cinta con respecto al resto de su obra. Todavía no tenemos al Chabrol de El Carnicero, pero sí a un apasionado por el cine: en El Bello Sergio es director, guionista, productor y hasta actor. Las ganas de hacer cine destacan sobre todo lo demás.




Ese arrebato por fotografiar una historia, en parte autobiográfica, es la que le lleva a caer en un exceso metafórico. Francois (Jean-Claude Brialy) regresa a Sardent (el pueblo donde se rueda la película) para recuperarse de la tuberculosis que sufre desde hace tiempo. Allí se encuentra con sus amigos de la infancia: Serge (Gerard Blain) y Marie (Bernadette Lafont, mítica intérprete de Chabrol). Descubre que Serge se ha quedado atrapado en el pueblo desde que dejó embarazada a Yvonne (Michele Meritz). El matrimonio forzado y el nacimiento de un hijo deficiente, y su posterior muerte, no han hecho más que empeorar las cosas y provocar la caída en picado de Serge que se consume poco a poco en alcohol. La película se convierte en el Vía Crucis particular de Francois que se sacrifica, y pone en peligro su vida, para salvar a su amigo.

La parte final del filme es demasiado explícita: cruces en las ventanas, alambradas de espinas, apaleamiento del protagonista y conversaciones con el cura del pueblo (“¿te crees Jesucristo? Eres demasiado orgulloso” “Me da igual si lo soy o no, lo que importa es ayudar a Sergio”) se vuelven, paradójicamente, contra la Iglesia. Chabrol recuerda la raíz de la religión católica y la posición actual tan lejana del clero. De hecho, el director francés declaró que lo poco de cristiano que le quedaba se esfumó con esta película.

El Bello Sergio es una de las cintas que más queremos de Chabrol. Aunque sólo sea por lo que significó: el pistoletazo de salida a una extensa producción, de una enorme calidad. Hoy hemos querido recordar a Claude Chabrol. Hoy nuestro blog está de luto.


Ver Ficha de El Bello Sergio.

martes, 7 de septiembre de 2010

WHERE DANGER LIVES (John Farrow, 1950)

En nuestra búsqueda insaciable de buen cine negro nos hemos topado con una joya injustamente olvidada. Una película oscura de un gran director y escritor: John Farrow. Padre de Mia Farrow y marido de Maureen O’Sullivan (la famosa Jane de Tarzán, a la que le reserva un papel secundario en este drama), es autor de filmes de muy buena factura (recomendamos al menos dos: El reloj asesino y Mil ojos tiene la noche), entre ellos este largometraje que roza la obra maestra.



Jeff es un joven médico (Robert Mitchum) que comienza su carrera trabajando como cirujano en un hospital. Allí se enamora de Margo (Faith Domergue), después de que ella ingresara tras un intento de suicidio. Margo le domina y le hace creer que es soltera, pero no libre del todo por la interferencia de un padre posesivo (Claude Rains). El engaño funciona hasta que Jeff se enfrenta con él y descubre que en realidad es el marido. Farrow define el triángulo; y éste resulta fatal.

Mitchum, con el mismo registro que tendrá en Cara de Ángel (Angel Face de Otto Preminger, 1953) -eso sí, aquí con algo más de categoría, en tres años Preminger lo degradará a conductor de ambulancia-, resulta igual de manipulable por las mujeres. El masoquismo del personaje es alarmante. El espectador sabe que se va a meter en problemas. Lo intuye por la sombría estética, por la dureza de los rostros, por la ausencia de romanticismo en unos diálogos que hieren.

Por su parte, Claude Rains también da vida a su personaje más aplaudido: el de cínico, aparentemente tranquilo, extremadamente educado, un hombre adinerado que no le importa casarse con una mujer mucho más joven que él, aún sabiendo que va tras su dinero. En la inevitable pelea entre el médico y el marido Jeff resulta herido, sufre una conmoción cerebral que le aturde y confunde. La pareja decide huir; más bien es Margo –prototipo de femme fatale- la que toma esa determinación ante la poca resistencia de Mitchum que vive con un permanente dolor de cabeza, y con el remordimiento del asesino, certificando así la pesadilla en la que se convierte su particular viaje a los infiernos.

La cinta arranca de nuevo, y entra a formar parte del subgénero oscuro más interesante: el de la pareja que huye fuera de la ley. Where danger lives resulta menos romántica que Los Amantes de la Noche (They Live by Night de Nicholas Ray, 1949) y Sólo se vive una vez (You Only live once de Fritz Lang, 1937), pero la fatalidad se ceba igualmente con ella; no es tan moderna como El Demonio de las Armas (Gun Crazy de Joseph H. Lewis, 1949), pero sí más negra; tanto que llega a alcanzar a Detour (Edgar G. Ulmer, 1946) por el ambiente de pesadilla que vive el protagonista.


La huida es dramática. El destino es implacable con ellos; y aún peor ya que el amor que podría redimirles va desapareciendo poco a poco, igual que se van mermando las facultades del protagonista. Y es que la herida de Jeff es física, pero también psicológica. La nebulosa en la mente del protagonista coincide con la propia del género. Sombras distorsionantes, trama borrosa, ambigua y subversiva, mujer psicópata y dominante tejen un obscuro envoltorio que agobian al personaje; y que no le dejan otra salida que la de escapar hacia delante, sin posibilidad de regreso, al menos hasta que ese terrible dolor le deje pensar con claridad.

Los equívocos del malintencionado guión consiguen llevar a la pareja a la destrucción típica del cine más negro. La fotografía se ensaña con ellos, incluso de día. También los personajes con los que se cruzan. Todos sacarán provecho de los pocos bienes que les quedan. El saqueo previo al hundimiento. Pero que nadie se lleve a engaño, es John Farrow el que abre la espita, el que los arrastrará hasta el maravilloso y trágico final.


Ver Ficha de Where danger lives.

sábado, 4 de septiembre de 2010

COLABORACIÓN: BILL SYKES

Todos los que tenemos mascota sabemos lo que significa perderla para siempre. Nuestra amiga y colaboradora Caperuzzita le regala este cinéfilo artículo a su querido Bull:


A MI BULL, UNO DE LOS MEJORES AZZTORES PRINZZIPALES DE MI VDA.

Le conozzí en una peli. No podía ser de otro modo. El azzar aliándose con el zzine en mi vida futura. Por aquel entonzzes y en mi infanzzia, la Gran Vía estaba repleta de salas de zzine; enormes palcos y sillones de madera entelados de falso terzziopelo verde o granate. Era el perro del perverso Bill Sykes. La cara cosida por no se sabe cuántas peleas y esa manera de andar, un aspezzto tan grotesco.

Recuerdo haber sentido su olor aquella tarde de un remoto invierno. ¿Quién dijo que las pelis no huelen?. Aquel perro de patas arqueadas apestaba; sentí su olor aquella tarde. Ojobuey, surgió de un misterioso y suzzio callejón nozzturno de Londres. Ojobuey, se quedó, para siempre, en mi corazzón y en todos los rincones de mi imaginazzión.

Un tiempo después (no recuerdo con exazztitud, cuánto) volví a encontrarme con él. Películas, años y realidades confundidas entre fizziones y bastidores. Ahora, era Guillermito montado en un tanque, al lado de un General pirado y disléxico que cultivaba orquídeas y que hablaba de bastardos que perdían guerras, en una de las mejores secuenzzias de apertura que yo todavía recuerdo.

Bull fue mi perro y fue un perro de zzine, como muchas de las cosas de mi vida. Vino a mí, a través de una película y compartió muchas de ellas, sentado a mi lado, durante catorzze intensos y apasionantes años. Afezztos y sensazziones de largos planos y secuenzzias. Un gran azztor éste Bull mío, casi tan histriónico como Pazzino o de Niro. Cariñoso, tierno, vehemente, caprichoso, exagerado, pugnazz, incansable, mimoso, grazzioso, poderoso, despistado y, en ocasiones, incompetente como pocos, para pequeños trabajos domésticos que nunca tuvieron demasiado interés para mí, cosas terrenales, supongo...

Vio todas las pelis de Leone.

No se inmutó con las balas de Alfredo Garzzía.

Mojó sus diminutos ojos con la lluvia de Innisfree más de catorzze, diezziocho o diezziseis vezzes.

No sé por dónde andará ahora. Me gustaría pensar que con mi ojito derecho, abrazzado por sus fuertes brazzos, en un campo de margaritas, viendo pegar tiros a Tony Montana, sin dolor ya, sin el recuerdo de los últimos días que tanto daño le hizzieron, con mi mano en su cara en una eterna y triste despedida.

Le quise antes de haberle conozzido, una noche de un Londres jamás andado, pegado a los talones del malvado Bill Sykes.

Así fue, así será para siempre.


Caperuzzita.





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