jueves, 23 de julio de 2009

COLABORACIÓN: Despedidas (Okuribito,Yahiro Takita;2008)



Una de las grandes sorpresas de la ceremonia de entrega de los Oscars de 2.009 se dio sin duda en la categoría de película en lengua no inglesa con la victoria casi contra pronóstico de esta producción japonesa del director Yohiro Takita. En una edición marcada por la calidad de las películas a concurso, Despedidas logró finalmente imponerse a cintas como la francesa La clase de Laurent Cantet o la israelí Vals con Bashir de Ari Folman que en un principio parecían mejor colocadas en la carrera por la estatuilla. Meses después de su triunfo en Hollywood, la película de Takita se estrena por fin en los cines españoles.
Es sabida la importancia que una cultura tan celosa siempre de sus tradiciones como la nipona concede al tema de la muerte y al de las relaciones entre el mundo de los vivos y el más allá. Lógicamente también el cine japonés ha recurrido una y otra vez a este mismo argumento que ha sido objeto de tratamiento en películas de algunos de sus grandes maestros como Ozu o Kurosawa. Ahora le toca el turno a Yohiro Takita con un film que nos introduce en los ritos funerarios y en las ceremonias con las que sus compatriotas despiden a los seres queridos. El protagonista de la historia es Daigo Kobayashi, un joven de Tokio que trabaja como violonchelista en una pequeña orquesta sinfónica de la ciudad. Tras la disolución de ésta por problemas económicos, Kobayashi decide regresar junto a su esposa al pueblo que le vio nacer y en el que tiene todas sus raíces. Una vez allí, consigue a través de un anuncio un empleo muy especial, un puesto que nadie parece estar dispuesto a ocupar como embalsamador de cadáveres. Un poco por vergüenza y otro poco por superstición, el joven oculta desde el principio tanto a su mujer como a sus vecinos cuál es realmente su profesión; sin embargo, conforme pasa el tiempo y gracias a los sabios consejos de su jefe el muchacho se adentra en los misterios de su oficio, comienza también a sentirse mejor y a valorar su labor. Y lo que es más importante, consigue transmitir esa misma sensación a cuantos le rodean.
Se podría definir Despedidas como una tragicomedia, se podría decir asímismo que es una historia triste porque ciertamente el tema que trata lo es. Hay que tener en cuenta que el centro de esa historia lo constituyen las distintas ceremonias de embalsamamiento que aparecen en ella y en las que el operario no debe limitarse a maquillar y arreglar al difunto sino que también está obligado a dirigirse a sus familiares allí presentes para explicarles los detalles del proceso. Un ritual triste y al mismo tiempo bello, con esa belleza que infunden las cosas tristes de la que ya me han oído hablar alguna vez por aquí. La muerte se nos presenta como el final de un camino y el comienzo de otro; lejos de plantear una lectura estrictamente cristiano, este pensamiento debe interpretarse en un sentido mucho más filosófico y abierto. La película comienza en un tono más o menos ligero que abarca el proceso de adaptación del protagonista a su nueva situación. Asistimos así al principio a una serie de escenas más o menos divertidas que desde nuestra perspectiva occidental calificariamos como de humor negro. Sin embargo, de repente, la trama da un vuelco y adquiere un tono mucho más dramático y emotivo que alcanza su zenit en un último cuarto de metraje que literalmente pone los vellos de punta. Nos acompaña en este tramo final el mágico sonido del violonchelo envolviéndolo todo, acentúando todavía más la belleza, la emoción y la tragedia contenidas en esta triste pero impresionante película.

martes, 21 de julio de 2009

COLABORACIÓN: Pollock, la vida de un creador (Pollock, Ed Harris;2000)




El conocido actor Ed Harris dirigió y protagonizó en 2.000 esta película que se centra en la vida y en la obra del pintor estadounidense Paul Jackson Pollock, considerado el padre del llamado expresionismo abstracto y una de las figuras más influyentes de la cultura nortearmericana del pasado siglo. Vaya por delante que no soy precisamente lo que se dice ningún experto ni ningún entendido en arte, suponiendo, claro está, que lo del arte sea cuestión de entender y no de sentir o dejarse atrapar, que esa es otra. Si ya entramos en los terrenos del llamado arte moderno o contemporáneo mi ignorancia alcanza cotas todavía más elevadas que rayan casi el escándalo. Y desde luego si hay una película que cambia mi percepción y mi concepto de arte moderno y que en cierto modo me reconcilia con él, esa no es otra que Pollock. Gracias a la obra de Harris tuve la oportunidad de adentrarme en la fascinante obra y personalidad de un artista del que anteriormente apenas tenía unas pocas referencias.
Pollock está basada en la novela de Steven Naifeh y Gregory White Smith y supuso el debut en la dirección cinematográfica de su protagonista principal. El intérprete de films como El sohw de Truman o Elegidos para la gloria se pasó diez años trabajando de forma concienzuda en la elaboración de su opera prima con la que además logró una nueva candidatura al Oscar en la categoría de Mejor Actor Principal, ese premio que tanto y tanto se le resiste y que finalmente en aquella edición fue a parar a manos del gladiador Máximo Décimo Meridio. Diez son también los años de la vida de Jackson Pollock que recrea el film, una década que condensa el ascenso, esplendor y decadencia en la carrera del artista y que sirve además para dar cuenta de su atormentado carácter.
Sin embargo, Pollock no es un biopic al uso; funciona además como el pefecto manual para no iniciados y para aquelos que quieran introducirse a nivel usario en los misterios y entresijos del arte moderno. La película es la historia de un artista a la búsqueda de un estilo y una identidad propias que permitan desmarcarle del resto; estamos en definitva ante la forja de un mito. Al mismo tiempo, Harris acierta, tanto delante como detrás de la cámara, en la descripción del perfil psicológico de su homenajeado en su faceta diríamos más humana. Ya desde el principio descubrimos a un personaje lleno de miedos y complejos abocado a la soledad y a la incompresión aunque llamado en contrapartida a ocupar un sitio entre los elegidos; a fin de cuentas, el peaje que ha de pagar todo aquel que logra adelantarse a su tiempo.El retrato que de Pollock con todas sus aristas y salientes se hace en la cinta no difiere mucho del que en tiempos hicieron de Miguel Angel o deVan Gogh directores como Carol Reed o Minelli. Pollock vuelve a ser un nuevo tratado sobre la geniadlidad y en este sentido es fácil ver en ella la huella de otros maestros del pasado. La pintura moderna no se presenta como una ruptura sino más bien como un continuum e incluso Goya o El Greco llegan a ser citados en algún momento de la película como referencias contemporáneas de primer orden.
Hay dos pinceladas sin embargo que diferencian este tratado sobre la genialidad – o sobre la condición de ser genios- de otros anteriores. El primero es la presencia de una mujer que resultará esencial en la vida del artista, la pintora judía de origen ruso Lee Krasner que contrajó matrimonio con Pollock en 1945 y debió sacrificar una prometedora carrera artística en parte para potenciar y procurar no hacer sombra a la de su marido. Krasner no sólo creyó en Pollock desde el primer momento sino que se encargó de mover los hilos para que llegará donde llegó, y lo más difícil, en los últimos años compartió el cariño del artista con una amante inoportuna y peligrosa, la bebida. El papel recayó en una pletórica Marcia Gay Harden que sí recogió por su trabajo el Oscar como mejor actriz secundaria del año y con todo merecimiento además. Otro rasgo destacable de la obra es el acercamiento al proceso de creación de la obra artística de Pollock. En un chispazo de genio Pollock descubre el dripping, una técnica que no exige trabajar sobre el lienzo sino literalmente metido en él haciendo chorrear la pintura hacia el suelo de modo que pintar no es un trabajo manual sino que se extiende a todo el cuerpo. Y resulta espectacular ver a Harris desenvolverse en esa especie de danza ancestral, una coreografía tan bella como llena de genio y garra. Tal vez, en el fondo está película nos venga a decir que todos nacemos con un don y un genio, y que son muy pocos los llamados a gozar plenamente de él, pues el precio que hay que pagar por ello es casi siempre muy alto.

jueves, 16 de julio de 2009

COLABORACIÓN: Adiós muchachos (Au revoir les enfants, Louis Malle; 1987)



Pese a que antes de morir en noviembre de 1995 todavía le quedaría tiempo para rodar otros tres títulos más a lo largo de la década siguiente, la divertida y buñueliana Milou en mayo y las maravillosas Herida y Vania en la calle 42, el francés Louis Malle nos había presentado ya en 1.987 el que en verdad ha de ser considerado su auténtico testamento cinematográfico. A los 55 años y con una sólida y reconocida carrera profesional a sus espaldas, el maestro de la nouvelle vague se atreve a saldar por fin cuentas con su pasado rodando la película que siempre había querido rodar y para la que llevaba preparándose psicológicamente más de media vida. En esta sutil y delicada obra maestra Malle lleva a la pantalla uno de los recuerdos que más marcaron su infancia y posterior existencia, un recuerdo traumático y doloroso que nos traslada a una fría mañana de enero de 1944 en el patio del Pequeño Colegio del Carmen, un internado católico al sur de París cerca de Fontenebleau en el que el futuro cineasta cursaba estudios. Un recuerdo que persiguió a Malle hasta el final de sus días. Es la propia voz del realizador la encargada de cerrar el film para ratificarlo. “Han pasado – confiesa- más de 40 años [de aquello] pero hasta el día de mi muerte, yo recordaré cada segundo de esa mañana de enero”.
Julien Quentin, alter ego de Malle en el film, es un chaval de 12 años, segundo de los hijos de una familia parisina de clase media alta y posición acomodada. Estamos en octubre de 1943 y los alemanes siguen campando a las anchas por las calles de la capital; aunque todo indica que falta poco para que se marchen, la situación amenaza con recudrecerse, por lo que los Quentin deciden envíar a sus hijos a estudiar a un internado religioso a las afueras de la ciudad. A poco de iniciarse las clases llega al centro un nuevo alumno llamado Jean Bonnet, un muchacho avispado e inteligente de orígen judío que enseguida capta la atención de Julien. Los dos chicos traban desde el primer momento una bonita amistad que se cimentará en los meses siguientes a través de juegos, lecturas, conversaciones… Todo cambía de raíz el día en el que dos miembros de la Gestapo irrumpen en el aula de Quentin y Bonnet y se llevan a este segundo junto a otro compañero y al propio superior del colegio acusado de haberles dado cobijo. De inmediato, todos los alumnos son convocados en el patio del centro donde se produce el encuentro final con los prisioneros y la emotiva despedida que da pie al título de la obra.
La realidad nos dice no obstante que las cosas no sucedieron exactamente así. Hans Helmunt Michel, el chico en el que está basado el personaje de Bonnet, llegó al internado donde estudiaba Malle apenas iniciado el curso del 43 después de haber pasado toda una serie de calamidades y penurias. Su padre, un médico judío de Frankfurt, se suicidó cuando el pequeño sólo contaba 3 años y su madre acabaría siendo arrestada años después en París por la policia francesa en la célebre “redada del Velódromo de Invierno”. Hans pudo escapar junto a su hermana menor y encontrar refugio en el hogar de una amiga de la familia que más tarde conseguiría que lo admitieran como alumno del Colegio del Carmen por mediación de su director, el padre Jacques. Sin embargo, a diferencia de lo que se nos cuenta en la cinta, Michel y Malle nunca fueron amigos; es más, según confesaría más tarde, el segundo no sintió en ningún momento simpatía alguna por su nuevo compañero. Algo hasta cierto punto normal. Al principio de la película, Julien aparece descrito como un niño mimado, caprichoso y algo redicho y resabiado, y no es de extrañar que la llegada de un alumno que se mostraba más listo e inteligente que él le tocase y no poco las narices. Aquella fatídica mañana de enero comenzó a anidar en el corazón de Malle una profunda desazón que le perseguirá toda la vida, un fastidio y un vacío por no haberse acercado lo suficiente a alguien que quizá podía haber sido su alma gémela. Ya en los comienzos de su carrera, el cineasta baraja la posibilidad de fabular y contarnos cómo hubiese sido esa amistad, pero no puede. La tarea le lleva más de 40 años, tal es el peso de los recuerdos y de la culpa. Malle reccorre el camino inverso al de su amigo y compañero de generación François Truffaut quien sí fue capaz de trazar un certero retrato de su infancia en su conocida y celebrada opera prima Los cuatrocientos golpes.
Resulta especialmente sobrecogedor que la amistad que se nos narra en la película nunca existiera, que sea solamente una proyección de su director que se vale de la magia del cine para convertir en realidad una situación personal traumática. Y resulta así, porque Au revoir les enfants es uno de los más bellos cantos a la amistad jamás rodados, narrado con ternura, honestidad y una sensiblidad a flor de piel. Malle vuelve a una época y a un escenario que ya había retratado anteriormente en su cine (Lacombe Lucien) y a un tema como es el de la pérdida de la inocencia que no era ajeno en su filmografía (El soplo al corazón). Sin embargo, el carácter autobiográfico y a la vez fabulador de la cinta le proporciona una dimensión extraordinaria. El film de Malle es pura sensiblidad, la sensibilidad hecha cine, sus cimientos esa mágica y rara poesía que llevan impresas la tristeza y la melancolía. Permítanme para finalizar confesarles un pequeño secreto. Me tengo por un espectador tremendamente sensible, aunque pocas han sido las películas que a lo largo de mi vida han conseguido arrancarme las lágrimas en una sala de cine. Adiós muchachos ha sido una de ellas.

domingo, 12 de julio de 2009

CINE FÓRUM: LA VENGANZA (Juan Antonio Bardem, 1958)

El cine español actual es políticamente ineficaz,
socialmente falso, intelectualmente ínfimo,
estéticamente nulo e industrialmente raquítico.


En el año 1955, en el Cine Club de Salamanca, se celebraron las decisivas conversaciones entre cineastas españoles de todo tipo de condición social e ideológica. El famoso pentagrama con el que abrimos el post se debe a Juan Antonio Bardem. En pocas palabras, en un párrafo, Bardem definía con precisión la realidad del cine español en los años cincuenta. Hoy, en nuestro cine club virtual, queremos aproximarnos a la obra del genial director y de paso comprobar los esfuerzos que hacía para cambiar la deplorable situación. Para ello vamos a comentar La Venganza; un estupendo drama rural, con tintes neorrealistas y clara intención disidente.



El cine español actual es políticamente ineficaz, socialmente falso.

La Venganza significaba en la obra de Bardem la finalización de una trilogía iniciada con Muerte de un Ciclista (crítica a la alta burguesía) y continuada con Calle Mayor (opinión sobre la clase media de provincias). La trama es una clara metáfora del enfrentamiento entre las dos españas. Los vencidos vienen personificados por Juan Díaz (Jorge Mistral), el personaje que regresa de la prisión (el exilio) después de cumplir condena por un delito no cometido. Para representar a los vencedores, Bardem se vale de Luis, “El Torcido” (Raf Vallone), el jefe de los segadores que pertenece a la familia responsable de acusar a Díaz: “Los de la Casa Vieja” (el régimen). Ambos personajes se unen a otros tres campesinos y a la hermana de Juan para formar una cuadrilla. En el peregrinaje, en busca de campos para segar, la rivalidad de los dos se verá acrecentada. El guión y la estructura de itinerario provocan que surjan contratiempos, nuevos acompañantes y todo tipo de impulsos narrativos que desembocarán en el inevitable enfrentamiento.

Toda la historia tiene un objetivo: presentar el Plan de Reconciliación Nacional promovido por el clandestino Partido Comunista. Como casi todas las películas de Bardem, la cinta fue censurada –y, además, cortada en casi una hora-. El régimen forzó a que la acción se desarrollara en una época anterior a la Guerra Civil y no contemporánea al momento del estreno; por otro lado el título inicial: "Los Segadores", fue sustituido por el actual, La Venganza, para evitar que el primero coincidiera con el himno catalán (“Els Segadors”) y su reivindicación de libertad para la tierra. A pesar de todo, el filme mantiene el carácter discrepante con la dictadura y se atreve, por ejemplo, a incluir una secuencia donde un pueblo entero se enfrenta al terrateniente planteando una huelga general.


Intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo.

A la simbología citada, y para alejarse del maniqueísmo, Bardem hace referencia a un tercer punto de vista: el del espectador neutro, el que sólo quiere que la gente viva en paz. Así, el realizador incluye a Fernando Rey para dotar a la trama de un personaje culto, un escritor ajeno al conflicto entre Juan y “El Torcido” que aboga por el bien y el sentido común. También el resto de integrantes de la cuadrilla, que prácticamente representan todas las edades de la población adulta, podrían ir en el mismo sentido. No así el personaje interpretado por Carmen Sevilla (debe ser una de las mejores actuaciones de la actriz, muy lejos de su habitual registro de folclórica), que se sitúa en la línea de salida con el mismo odio visceral que los protagonistas.

Conviviendo con el casting estelar, Bardem acerca el drama a una estética realista. Y lo consigue gracias a la muy buena ambientación, al sentido naturalista de la trama y a las imágenes casi documentales de las labores de siega (evidente alegoría) que se asemejan al tono épico de los cineastas rusos.

E industrialmente raquítico.

La Venganza, como se ha citado, tuvo un reparto internacional de talla. Además contó con la distribución de, nada menos, que la Metro Goldwyn Mayer, que la promocionó con eficacia amparada en su formato a todo color (Eastmancolor). La ambición comercial –ejemplar- y su indudable calidad obtuvieron su recompensa cuando el largometraje fue seleccionado para la Palma de Oro en Cannes; y cuando tuvo el honor de ser la primera cinta española de la historia nominada al oscar a la mejor película extranjera.

Juan Antonio Bardem demostró con La Venganza que se podía salir del oscuro y profundo pozo en el que se encontraba el cine español. Intentó contrarrestar uno por uno los cinco puntos negros que el mismo había definido. Y lo logró. ¿Quién se decidirá, a día de hoy, a enumerar los defectos de la industria cinematográfica española y, lo que es más importante, a demostrar que se puede salir de una crisis que ya dura décadas?




Atendiendo a la petición de nuestro querido lector Raúl (estudiar una secuencia de alguna película española cercana al Neorrealismo), vamos a analizar una escena de La Venganza. Nos encontramos aproximadamente en la mitad de la película, con la cuadrilla de segadores en plena faena y con el fantasma del enfrentamiento entre Juan y “El Torcido” planeando sobre ellos…



Se trata de una escena compacta, muy bien delimitada gracias a tres aspectos técnicos: se enmarca entre un fundido encadenado y un fundido a negro; arranca con la cámara en picado y termina igual; y prácticamente es un plano secuencia, Bardem sólo interrumpe la toma justo al comienzo cuando “El Tinorio” (Manuel Alexandre) se corta el brazo con la hoz; esto cumple además la función de separar la acción casi documental de la dramática.

El accidente del labrador, y su brazo herido, predisponen al espectador para un enfrentamiento violento entre los dos protagonistas. Será el desencadenante que propicie el conato de lucha que pronto vamos a ver. La sangre es un aviso.

La cámara sigue en travelling a los personajes que intentan parar la hemorragia; finalmente se detiene en el encuadre final. Un bellísimo plano donde la inmensidad del campo y la perspectiva de lo ya segado llega hasta el horizonte.

La puesta en escena está estudiada al detalle: al fondo del plano, en el centro, Bardem reserva un espacio para el núcleo de la cuadrilla que atiende a “El Tinorio”; son los espectadores del drama. En primer término, a la derecha, como símbolo del régimen dictatorial, sitúa a “El Torcido”; a la izquierda coloca a Juan. Entonces se desencadena la pelea. Sólo el más viejo de la cuadrilla es capaz de separarlos aludiendo al bien común (la citada tesis de reconciliación que defiende la película).

En otro plano muy logrado, Bardem cierra la secuencia con la grúa en picado, igual que al comienzo. Mientras suena una triste melodía, los personajes se van sentando en el centro acotando un espacio que quiere representar al territorio nacional.




jueves, 9 de julio de 2009

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 10 al 16 de julio de 2009)

Despedimos, temporalmente, la sección de recomendaciones televisivas, por motivos vacacionales, pero eso sí les dejamos con algunos títulos imprescindibles de todos los géneros y épocas. A saber: aventuras en la mar dirigidas por Raoul Walsh, o en la Edad Media realizadas por Richard Fleischer; películas del Oeste de Hawks, Aldrich, King, Wellman, Polonsky, George Roy Hill o Nicholas Ray; cine negro representado por cintas de la talla de Los Amantes de la Noche o Perversidad; y obras tan importantes como Psicosis o Lo Que el Viento se llevó, entre muchas otras. Que disfruten de las vacaciones los que puedan, y los que no tengan descanso que al menos vean buen cine.

Pinchar en la tabla para verla mejor (las películas en rojo no son necesariamente las mejores, son las que se comentan más abajo)

Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:
La Verdadera Historia de Jesse James (The True Story of Jesse James de Nicholas Ray, 1956). Robert Wagner, Jeffrey Hunter, Hope Lange. (Radiotelevisión de las Islas Baleares, IB3, viernes 10 a las 17:40)

Con la historia del bandido más célebre del viejo Oeste hay como una especie de bendición: prácticamente todas las películas que han tratado el tema se han saldado con éxito de público, de crítica, o de las dos cosas; y, vistas hoy en día todas tienen su indudable atractivo. Incluidas la reciente El Asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (Andrew Dominik, 2007); la ambiciosa Forajidos de Leyenda (The Long Riders de Walter Hill, 1980) donde varias parejas de hermanos actores interpretaban a los miembros de la legendaria banda (Los Keach, los Quaid y los Karradine); y las curiosas The Last Days of Frank and Jesse James (de William A. Graham, 1986), con los cantantes Kris Kristofferson y Johnny Cash a la cabeza del reparto, y Balas Vengadoras (I Shot Jesse James, 1948) de otro autor de culto, Samuel Fuller.

Para algunos la mejor versión es la que vamos a comentar, la debida a Nicholas Ray. Aunque si voy a ser sincero yo tengo mis dudas, la culpa la tiene el excelente díptico de la Fox, Tierra de Audaces (Jesse James, 1939) y La Venganza de Frank James (The Return of Frank James, 1940) de Henry King y Fritz Lang, respectivamente. En aquellas películas tan lejanas ya se daba una versión bastante cercana a la realidad. Pero lo que las hacía sobresalientes era la interpretación de Tyrone Power y Henry Fonda en el papel de los hermanos James. Quizás en La Verdadera Historia… sea precisamente el casting lo que falle. Y es que la actuación de Robert Wagner, como el famoso ladrón, no convence. Todo lo contrario que Jeffrey Hunter que hace un Frank James a la altura del mismísimo Fonda.

Lo que sí destaca –y es lo que hace que el largometraje gane tantos enteros- es la personalidad del autor de la cinta. Nicholas Ray no se resiste a incluir el romanticismo característico de sus mejores obras para darle el adecuado tono a la película. Además no desperdicia las pocas escenas donde dialoga la pareja protagonista (Robert Wagner y una bellísima Hope Lange) para resaltar la habitual problemática que le interesa: la lucha de los amantes contra el mundo hostil que no les deja vivir en paz, o contra el destino fatal.

Por otro lado acude a una estructura no lineal para contar las vidas de los hermanos y su grupo de malhechores. Tres largos flash-back dirigen la narrativa. Los dos primeros contados desde el punto de vista de la madre de Jesse (Agnes Moorehead) y de su esposa (Hope Lange). Hábilmente, Ray suaviza la historia (como lo harían, interesadamente, las dos mujeres) y presenta a la familia como una victima de la Guerra de Secesión, y a los delincuentes como su lógica consecuencia.


El tercer comentarista es el propio Frank James. Y Nicholas Ray. El director se vuelve violento para acompañar el relato más descarnado y pesimista del hermano mayor de Jesse; y la película gana en aspecto visual: la secuencia del robo al tren es espectacular, sobre todo el inicio, un largo travelling, con poca luz, aprovechando muy bien el cinemascope, donde Jesse corre por encima de los vagones mientras se puede ver a través de las ventanillas a los pasajeros ajenos al asalto. Desde luego, no hay duda de la importancia de esta película: esa mezcla de acción trepidante con tono crepuscular ha influido en posteriores realizadores (el arranque, y alguna secuencia del atraco final, se parecen demasiado al Grupo Salvaje de Sam Peckinpah; también la escena donde los hermanos se lanzan al río desde un acantilado puede ser el origen de la posterior Dos Hombres y un Destino de George Roy Hill).

El título de La Verdadera Historia de Jesse James se presta a engaño. El espectador que no ha visto la película podría pensar que se trata de una especie de biopic documentado y, por tanto, despersonalizado. Nada más lejos de la realidad. Es una película de autor. Con todo lo que eso significa.



Robin y Marian (Robin and Marian de Richard Lester, 1976). Sean Connery, Audrey Hepburn. (Televisión del Principado de Asturias, domingo 12 a las 15:30)

La mejor película de Richard Lester sin lugar a dudas, que además crece en calidad conforme pasan los años por ella. Todo en esta cinta es nostálgico. Lester consigue un clima crepuscular emocionante y una historia de amor de las más bellas jamás representadas en pantalla. Esto lo logra mostrándonos un Robin Hood entrado en años y una Marian madurita pero aún bella y enamorada de su héroe (Audrey Hepburn, un encanto, como siempre). El director no sólo se dedica a desmitificar todo lo que encuentra (Golfus de Roma, ¡Cómo gané la guerra!) también sabe emocionar, eso sí ayudado por una estupenda banda sonora de John Barry y una fotografía de David Watkin (Memorias de África).



Historia de una Monja (The Nun’s Story de Fred Zinnemann, 1959). Audrey Hepburn, Peter Finch. (Castilla-La Mancha TV, domingo 12 a las 17:30)

Basada en la novela autobiográfica de Kathryn C. Hulme, narra la historia de una monja belga, desde que entra en el convento como novicia hasta que abandona el convento, pasando por su etapa en el Congo Belga. La cinta, nominada para ocho premios de la Academia de Hollywood, resulta demasiado larga, pero consigue presentar con realismo la lucha interior de la protagonista, bastante bien interpretada por la actriz de moda en esos años: la “mujer gacela”, Audrey Hepburn. La estrella consiguió el papel gracias a la recomendación de Ingrid Bergman que previamente lo había rechazado por encontrarlo inadecuado para su edad.



El Quinteto de la Muerte (The Ladykillers de Alexander Mackendrick, 1955). Alec Guiness, Peter Sellers. (Veo TV, domingo 12 a las 22:00)

Producción del legendario Michael Balcon (el que lanzó la carrera de Alfred Hitchcock) para los no menos importantes Ealing Studios. Es la última obra maestra de los Ealing, donde el humor negro llega a sus cotas más altas. La cinta de Alexander Mackendrick narra como una banda de ladrones, camuflados como quinteto musical, intenta asesinar a una anciana indefensa, sabedora de la verdadera identidad del grupo. El jefe de la banda -y protagonista de la película- es Alec Guinnes; el polifacético actor borda el papel de cínico criminal. No le van a la zaga sus compañeros, en especial Cecil Parker, Herbert Lom y un joven Peter Sellers. El filme gozó de merecida fama en su tiempo, fue nominada para el oscar y aún se deja ver con agrado. En el 2004, los hermanos Coen realizaron un remake que resultó bastante inferior al original, como suele ocurrir.



Solo ante el peligro (High Noon de Fred Zinnemann, 1952). Gary Cooper, Grace Kelly. (Canal Extremadura TV, domingo 12 a las 22:29)

Un plano de Lee Van Cleef (la primera vez, en toda su carrera, que salía en pantalla este carismático actor) esperando a alguien, amenazante y con una canción de fondo muy conocida de Dimitri Tiomkim (“Do Not Forsake Me, Oh My Darlin’”, que ganó el oscar) es el arranque de uno de los mejores western de la historia.

Fred Zinnemann da una vuelta de tuerca –la más importante- a un género que se agiganta con este filme. Realmente confirma lo iniciado con El Pistolero (The Gunfighter de Henry King, 1950): que las películas del Oeste podían tener un empaque distinto y profundizar mucho más en el interior de los personajes. Que nadie se espere tiroteos, duelos, indios, caballería y cosas por el estilo. Lo que hay que hacer es sentarse y disfrutar de un largometraje cuyo tiempo diegético es igual al tiempo real, es decir la duración de la película (80 minutos) corresponde a la duración real de la acción para que el espectador se haga partícipe de la angustia del personaje principal: un sheriff al que le quedan minutos para enfrentarse, el solo, a una banda de delincuentes, y todo esto en el día de su boda. Zinnemann “cronometra” la acción continuamente con planos detalles de los distintos relojes de pared, o con ellos en el fondo del plano, utilizando con buen criterio la profundidad de campo.


Pero además tenemos la increíble interpretación de Gary Cooper (otro oscar) y de una casi debutante Grace Kelly, que está magnifica. Aquí el héroe tiene miedo, y se nota. El sudor, la mirada preocupada y la angustia así lo reflejan. Dicen que la falta de maquillaje -y la úlcera sangrante que Cooper tenía que soportar- ayudaron bastante en la interpretación.

Zinnemann colabora con el perfecto registro de la estrella con planos generales en picado donde el sheriff deambula por las desiertas calles en busca de una ayuda que nunca llega. Consigue transmitir el desasosiego que padece el agente de la ley; la misma desazón a la que tenían que enfrentarse los perseguidos por el HUAC (Comité sobre Actividades Antinorteamericanas) cuando eran abandonados por sus amigos y familiares. Y es que esta cinta es un homenaje a todos ellos.

Imprescindible.

lunes, 6 de julio de 2009

COLABORACIÓN: Los niños del Brasil (The boys from Brazil, Franklin J. Schaffner;1978)



Cuando en 1.978 el director Franklin J. Schaffner presentó en los cines de todo el mundo su adaptación cinematográfica de la novela de Ira Levin Los niños del Brasil, el debate ético y moral en torno a cuestiones como la clonación humana se encontraba aún en fase embrionaria; la sociedad de la época no estaba preparada ni tenía los elementos necesarios para enfrentarse a un debate de tal calibre, y el camino que quedaba por recorrer todavía era largo. En este contexto, los productores del film de Schaffner prefirieron arrastrar espectadores a las salas con un slogan que rezaba "Se acerca el IV Reich" poniendo más el acento en el hipotético resurgimiento del régimen nazi que recreaba la película que en la verdadera revolución genética que lo provocaba. Plantear un presunto retorno de la hegemonia nazi forjado desde un laboratorio era en plenos 70 y para los profanos en la materia poco menos que un ejercicio de política ficción. Lo de la clonación y la ingeniería genética seguía siendo cosa de las películas – la serie B había dado buena cuenta del tema en las dos décadas anteriores- al menos para el ciudadano medio que prácticamente no nos desayunamos del asunto hasta que años después no vimos aparecer a la oveja Dolly en las primeras páginas de los periódicos. Encontramos aquí el argumento más común que esgrimen aquellos para quienes el film ha quedado obsoleto, aunque sobre este particular habría también mucho que discutir. Y eso que a buen seguro que e haber sido rodada en nuestros días Los niños del Brasil se hubiese planteado desde una perspectiva distinta y hubiese generado un debate también muy diferente.
Tanto la película de Schaffner como la novela de Levin presentan una base más o menos real. Levin y Schaffner eran sabedores por supuesto de toda la serie de aberraciones cometidas por Menguele durante su etapa de Austwitz que le valieron el sobrenombre de "el Angel de la Muerte" y que tenían por objeto reafirmar la supremacía de la raza aria sobre el resto y de paso la vigencia del ideario nacionalsocialista. Los últimos años en la vida de Joseph Mengele todavia arrojan bastantes interrogantes pero ya en el año en el que se rodó el film se sabía que tras la caída del III Reich se había exiliado a Sudamérica y que había vivido allí hasta su muerte. Lo que no está tan claro es que Mengele continuase allí sus execrables experimentos como postula la película; más bien parece que pasó sus últimos días huyendo de sus perseguidores, acosado por el Mossad, y ocultando su verdadero nombre bajo una serie de identidades falsas. Y aquí es donde entramos en el terreno de la pura ficción.
Años antes de la publicación de Los niños del Brasil, Ira Levin había cosechado otro espectacular éxito internacional gracias a La semilla del diablo, otro impactante best seller llevado también al cine con resultados más que satisfactorios . La adaptación a la pantalla de la obra por parte de Roman Polanski abrió todo un subgénero dentro del género, una vertiente podríamos llamar satánica dentro del cine de terror. Las salas se llenaron de exorcismos, ritos esotéricos y posesiones demoniacas, un filón que explotaron films como El exorcista o La profecia. Y la que nos ocupa, aunque con un leve matiz. Si la primogenita de Rosemarie, Demian o la archifamosa "niña del exorcista", protagonistas de las películas citadas eran engendros directos de Satán o lo tenían metido en sus pequeños cuerpecitos, el origen de estos niños del Brasil estaba en unas células de esa especie de personificación del Diablo en la tierra llamado Adolf Hitler. Claro que que esos niños en principio tan diábolicos y tan endemoniados en realidad no lo eran tanto a causa de la educación que habían recibido por parte de las familias a las que habían sido confiadas. Esto nos adentra en una de las tesis fundamentales del fin y que a la vez que nos proporciona algo de consuelo: nuestro comportamiento y nuestra predisposición hacia el bien o el mal depende de factores culturales y no hereditarios.

En el capítulo artístico, la película nos brinda la oportunidad de ver frente a frente a dos grandes clásicos de la Historia del Cine. Quince años después de haber interpretado en la pantalla al intachable Atticus Finch, el gran Gregory Peck da vida a un personaje en las antípodas de éste. Para Peck debió resultar todo un reto encarnar a ese auténtico icono del Mal que era Menguele, después de que su protagonista en la maravillosa obra maestra de Mulligan le hubiese consagrado para siempre como el paradigma del ciudadano ejemplar y el padre modelo. En el otro lado del ring, encontramos a Sir Lawrence Olivier en el papel del anciano cazanazis que debe cargar a su pesar con la responsabilidad de poner freno a los diábolicos planes de su contricante. Es su personaje si se me permite la expresión un "abuelo cebolleta" que se resiste a serlo, que renuncia a la venganza negándose a recrearse en el pasado y optando por afrontar con dignidad y con calma sus últimos días. El histrionismo y la afectación con la que Olivier compone su personaje se entienden como una concesión de la película, una manera de descargar la tensión y el dramatismo de la historia y hacerla virar claramente hacia el humor. Otra paradoja que nos brinda el espectacular reparto de la película es ver como el doctor encargado de explicar al personaje de Olivier las maldades del proyecto nazi al austríaco Bruno Ganz que años más tarde habría de meterse en la piel del mismísimo Adolf Hitler en la película El hundimiento.
Los niños del Brasil arranca como una filmde acción más; al más puro estilo James Bond la trama nos lleva a viajar a distintos puntos del planeta: Praga, Brasil, Paraguay, Suecia... Pero además de acción, aquí también hay hueco para el thriller político, el cine fantástico, la intriga y el suspense. Y el terror, claro, con una tensión que va in crescendo y culmina en una memorable escena que tiene por protagonistas a una hambrienta jauría de dobermans y a un niño con una mirada tan demoníaca como angelical. Atractiva amalgama de géneros muy característica de este tipo de producciones. Se nota la mano de Franklin J. Schafner, todo un experto en la adaptación a la pantalla de best sellers. Si acaso se deba poner algún pero, habremos de hablar de la factura por momentos un tanto televisiva que el director imprime a su film. Poco importa. El tema es tan atractivo y el tratamiento resulta tan apasionante que el hecho de que a veces las formas no estén a la altura sólo ha de entenderse como un error menor.

jueves, 2 de julio de 2009

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 3 al 9 de julio de 2009)

Vacaciones. Palabra esperada por muchos y deseada por todos (ya nos llegará el turno). Mientras esperamos el merecido descanso nada mejor que acudir al cine. Esta semana la televisión nos ofrece una variada oferta. Si bien no hay demasiadas cintas importantes (Luna Nueva, La Mujer Pantera e Inseparables dominan la tabla) sí que tenemos filmes muy interesantes como algunos western de Curtiz, Douglas, Huston, Kasdan, Mann o Peckinpah; divertidas comedias de Delbert Mann, Mike Newell o Jay Roach; o intensos dramas de Jim Sheridan y Roman Polanski. Ya saben, conecten el aire acondicionado, arranquen el ventilador y… programen el DVD.

Pinchar en la tabla para verla mejor (las películas en rojo no son necesariamente las mejores, son las que se comentan más abajo)

Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:

El Ladrón de Cadáveres (The Body Snatcher de Robert Wise, 1945). Boris Karloff, Bela Lugosi. (Castilla La Mancha TV 2, viernes 3 a las 00:30)

La carrera de Robert Wise como realizador (ya era un editor de prestigio) comenzó con una serie de películas de bajo coste supervisadas por el productor imaginativo Val Lewton; un cineasta que aprovechaba al máximo los fondos asignados y conseguía que sus producciones se codearan –e incluso superaran- a otras mucho más generosas con el presupuesto. La forma de trabajar de Lewton con sus directores (Jacques Tourneur, Mark Robson y Robert Wise fueron los mejores) puede verse reflejada en la obra maestra de Vincente Minnelli, Cautivos del Mal (The Bad and The Beautiful, 1952). Allí se ha querido identificar al personaje interpretado por Kirk Douglas con Irving Thalberg, pero a mí siempre me ha parecido mejor la comparación con Val Lewton. La escena en la que Douglas recomienda emplear las sombras para sugerir cierta amenaza destinada a inquietar al espectador, y de paso renunciar a mostrarse más explícito, bien podría ser una secuencia del rodaje de La mujer pantera o de El Ladrón de Cadáveres.

The Body Snatcher es, por tanto, una cinta de terror, creación de la RKO, pero muy cercana a las producciones que se hicieron en los años 30 en la Universal. Por el ambiente gótico: Edimburgo, una ciudad ideal, con castillo incluido, muy bien recreada en los estudios para servir de entorno del relato corto de Robert L. Stevenson, y del eco de una historia real ocurrida en el siglo IX; y por el reparto: nada menos que Boris Karloff (Frankestein) al frente, y Bela Lugosi (Drácula) de secundario de lujo. Además la trama del médico que utiliza cadáveres para sus estudios tiene muchos puntos en común con la historia ideada por Mary Shelley.

Sin embargo El Ladrón de Cadáveres tiene su propia personalidad gracias al tratamiento de Robert Wise/Val Lewton de los personajes principales, menos fantásticos que los citados de la Universal –y por tanto más inquietantes-. Son médicos con un pasado oscuro; sirvientes que espían a sus amos, con el objetivo de adquirir la ventaja necesaria para poder fabricar un chantaje; o pardillos imberbes que asisten al horror del manejo de los fallecidos, algunos de ellos sospechosamente oportunos.

De entre todos los personajes destaca el interpretado por Boris Karloff: John Gray, un hito ya en el cine de género. Karloff interpreta a la misma muerte, un cochero que transporta cadáveres, con un siniestro carruaje tirado por un único caballo blanco (no podía ser de otro color: el asociado en las pesadillas con la parca). Su presencia turbadora en la pantalla todavía inquieta y la secuencia final, muy cercana al mundo de Edgar Allan Poe, puede ser de las más terroríficas jamás filmada.



La Esclava Libre (Band of Angels de Raoul Walsh, 1957). Clark Gable, Yvonne De Carlo. (La 2, viernes 3 a las 02:05)

En el periodo justo anterior a la Guerra Civil Americana, la hija de un terrateniente (extraordinaria Yvonne De Carlo) descubre, a la muerte de su padre, que se encuentra en la ruina y que encima tiene sangre negra en sus venas por lo que finalmente es vendida como esclava. Este es el arranque de la tercera y última colaboración del gran director Raoul Walsh con el ya muy veterano Clark Gable en los años cincuenta. Las tres cintas de este período (la que nos ocupa, Los implacables y Un rey para cuatro reinas) son excelentes muestras del buen hacer del realizador clásico que supo aprovechar a un Clark Gable en pleno –pero atractivo- declive. El largometraje está basado en la novela de Robert Penn Warren y cuenta con una magnifica banda sonora a cargo de Max Steiner. Sólo desentona un excesivo Sidney Poitier en el papel de activo abolicionista. Tuvo una fría acogida porque se quiso comparar con la inigualable Lo que el viento se llevó debido a la ambientación de la historia y al parecido del personaje que interpreta Clark Gable.



Cumbres Borrascosas (Wuthering Heights de William Wyler, 1939). Laurence Olivier, Merle Oberon. (Popular TV, sábado 4 a las 22:00)

Famosa producción de Samuel Goldwyn, que tenía predilección sobre las grandes adaptaciones literarias (ésta era su favorita). La verdad es que consiguió la mejor de las múltiples versiones que se han hecho sobre la célebre obra de Emily Brönte y las pasiones entre Cathy y Heathcliff (La de Buñuel le sigue muy de cerca: Abismos de pasión, 1953; otra destacada es la de Jacques Rivette en 1985). Lo mejor de la película es la fotografía en blanco y negro del inmejorable Gregg Toland, que se llevó el oscar. La tensión dramática también está muy conseguida, quizás debida a los continuos enfrentamientos entre Goldwyn y Wyler (“William Wyler la dirigió, pero yo la hice”); entre Olivier y Wyler (el actor se desesperaba con la minuciosidad en la realización del gran director); o entre Merle Oberon y el propio actor británico (después de una escena de amor, tras cortar la toma, Merle Oberon se volvió hacia Wyler quejándose de Olivier: “dígale que deje de escupirme”).



Con las horas contadas (D.O.A. de Rudolph Maté, 1949). Edmond O’Brien, Pamela Britton. (Canal 300, domingo 5 a las 05:50 y lunes 6 a las 02:25)

Un personaje anónimo, visiblemente cansado, acude a denunciar un asesinato. El policía de turno le pregunta ¿a quién han asesinado? La respuesta del hombre sorprende a todos:"A mí". Este corto diálogo da pie a uno de los arranques que más enganchan de todo el cine negro. Sin embargo, el responsable de la dirección, el primero director de fotografía Rudolph Maté, no aprovecha el buen recurso de guión y deja que la película destaque más por el apartado técnico que por la narración.

Y es una lástima porque además de la historia (el citado personaje ha sido envenenado y tiene unas pocas horas de vida que gastará en averiguar quién le ha asesinado y por qué) también cuenta con un buen protagonista: el habitual secundario Edmond O'Brien. El actor, a través de un largo flash-back, explica como se ha llegado a la situación extrema, que se corresponde con el título original: D.O.A. (siglas en inglés que quieren decir "Muerto al llegar”).

El fallo de la cinta tiene que ver con la confusión de la trama que, aunque sea propia del género, no tiene porqué difuminar también la narración con imágenes. El ambiente de pesadilla no está del todo logrado. La causa es la irregular sucesión de secuencias, donde la continuidad exigida y la tensión creciente que pide el guión no se corresponden con la puesta en escena ni con la dirección de los actores.

A pesar de todo, D.O.A. es un buen ejemplo del cine de serie B que llenaba de negrura las pantallas de la América de la posguerra, en consonancia con la coyuntura pesimista que se vivía en todo el planeta. Un Mundo que tenía que sobrellevar lo mejor posible las millones de muertes causadas por la peor guerra vivida por la Humanidad. La mayoría de ellas personas civiles que fallecieron sin saber porqué estaban muriendo; exactamente lo mismo que le estaba pasando en la ficción al personaje de Con las horas contadas.
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