lunes, 30 de junio de 2008

BERLÍN EXPRESS (Jacques Tourneur, 1948)

En los primeros años de la posguerra, los aliados, y sobre todo Estados Unidos, necesitaban demostrar al mundo entero que no iban a permitir otro conflicto bélico. Para ello tenían que hacer creer –y creérselo ellos mismos- que las potencias vencedoras estaban más unidas que nunca. Para este propósito utilizaron diversas herramientas de propaganda, entre ellas una de las más eficaces: el cine. Así nació Berlín Express.



La cinta, desde el principio hasta el final, es una metáfora de la situación que se estaba viviendo; con una simbología demasiado explícita. Así, en el arranque, una paloma blanca es abatida de un disparo. Si por algún casual el espectador no se había dado cuenta del significado de tal escena –la paz mundial amenazada- una voz en off se encargaba de explicarlo de forma redundante. Además los personajes que se ven envueltos en la trama de espionaje son de distintas nacionalidades: un americano (Robert Ryan), una francesa (Merle Oberon), un alemán (Paul Lukas), un inglés y un ruso. Todos juntos resueltos a acabar con el enemigo común que representaba los rescoldos del régimen nazi. Las referencias a las incompatibilidades entre USA y la URSS son continuas –sobre todo al famoso veto soviético en los asuntos internacionales-, si bien el mensaje de optimismo y de entendimiento entre ellos no cesa ni un momento. Ahora sabemos lo lejos que quedaba la realidad, que en pocos años iba a levantar un telón de acero entre ellos.

Berlín Express se estructura de una forma demasiado perfecta, casi sin fisuras, lo que aumenta su artificialidad aún más. Prácticamente comienza con un documental de Frankfurt. Las ruinas de la ciudad machacada por las bombas son un aviso de lo que puede ocurrir si vuelve la inestabilidad a la zona. Enmarcando la película, el final es más de lo mismo; esta vez Berlín y sus edificios derruidos son los protagonistas de las imágenes. Pero la historia de ficción también sigue un estudiado guión. Dos viajes de tren, uno en el primer tercio y otro en el último, son el inicio de la trama y su resolución.

Hoy en día no estaríamos hablando de este largometraje sino fuera por un detalle: el realizador es Jacques Tourneur. Y es que el director impone su sello personal dentro del encorsetado mensaje que la productora quería exponer; lo cual tiene mucho más mérito. Tourneur hace gala de su habilidad para componer escenas de suspense y utiliza sus herramientas con gran maestría. El responsable de La mujer pantera o Retorno al pasado, aparece gigantesco, por encima de una trama que resulta hoy muy deteriorada por los años. Sólo hay que fijarse en dos secuencias para admirar el estilo del genial cineasta: el tiroteo en la fábrica de cerveza, donde predomina la oscuridad y sólo se adivinan los movimientos de los personajes gracias a los resplandores de los disparos; o el intento de asesinato en el expreso del título, que podemos ver en segundo plano gracias al reflejo que se produce en las ventanillas de otro tren que se cruza.

En manos de cualquier otro director Berlín Express habría sido olvidada e incluso menospreciada. Gracias a Tourneur la cinta se sitúa a gran altura y contradice a los que opinan que lo único que hace grandes a las películas son las historias que se cuentan en ellas.

Ver Ficha de Berlín Express.

viernes, 27 de junio de 2008

EL CASTILLO DE DRAGONWYCK (Dragonwyck de Joseph L. Mankiewicz, 1946)

El Castillo de Dragonwyck es la opera prima de Joseph L. Mankiewicz, uno de los más prestigiosos directores que ha dado el cine norteamericano. En realidad el proyecto estaba destinado para que lo dirigiera Ernst Lubistch, sin embargo una grave enfermedad le obligó a abandonar el rodaje. Mankiewicz, que era el guionista de Dragonwyck, estaba en la mejor disposición para finalizar la película. Así comenzó una de las carreras más brillantes de la historia del cine, con obras tan legendarias como Eva al desnudo o La huella.



Hoy en día es muy normal el término de “película de autor”- algo que se puso de moda con los jóvenes de la Nouvelle Vague- , pero en la época de Dragonwyck, con el sistema de producción de los grandes estudios, no era corriente que una misma persona fuera a la vez guionista y director de una película. Mankiewicz era la excepción. La mayoría de sus películas eran verdaderas obras de autor. Su interés por los diálogos, por los decorados y su forma de dirigir a los actores le otorgaron la fama de director “teatral”, en el mejor sentido de la palabra.

Aunque en Dragonwyck se adivinaban ya los elementos que caracterizaron su cine posterior, sin embargo la trama era bastante diferente a sus siguientes trabajos: una joven provinciana (Gene Tierney) llegaba a una mansión de la clase alta neoyorquina, donde vivía su primo (Vincent Price), una especie de señor feudal en extinción. La obsesión por Price de perpetuar su señorío y tener descendientes traería serias consecuencias a la sorprendida –y bellísima- Gene Tierney. Y es que a medida que transcurre la historia nos adentramos en un relato más propio de la Universal de los años treinta que de la Fox, es decir de ambiente expresionista con tintes románticos y góticos. No obstante, lejos de ser una cinta de terror, El castillo de Dragonwyck se asemeja más al drama y por momentos al suspense. El parecido con cintas hitchcoknianas como Rebeca o Sospecha es evidente; pero en manos de Mankiewicz el largometraje profundiza más en la personalidad de los protagonistas que en proporcionar la suficiente tensión al espectador. Lo cual no tiene que ser necesariamente malo. Así la profusión de diálogos en boca de Vincent Price, que muestran el conflicto interior del personaje, es uno de los logros de la cinta. También lo son los contrastes que se superponen para lograr un todo compacto: "el bien", representado por Gene Tierney - casi siempre de blanco-, es amenazado por "el mal" personificado por Price y por la propia mansión y la maldición que pesa sobre ella.


La historia principal se mezcla con una trama política, levemente expuesta (en la novela original de Anya Seton cobraba mayor importancia), donde los agricultores reclamaban sus derechos en contra del tirano y la democracia se imponía sobre la dictadura. En este sentido, y recién acabada la guerra, los productores no se resistieron a incluir elementos fascistoides en el carácter del ya de por sí malvado Price. Las referencias a una clase superior eran continúas y el desprecio por los minusválidos era hasta cargante.

Finalmente la preocupación de Mankiewicz por el diseño artístico se hace notar en el decorado gótico del castillo. El cinéfilo avezado rápidamente lo asociará a los excelentes filmes de Roger Corman de los años 50 y 60, con un Vincent Price perfectamente “acomodado” a este tipo de papeles e instalado en un Dragonwyck perpetuo.


jueves, 26 de junio de 2008

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 27 de junio al 2 de julio del 2008)

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Busca tu refugio (Run for cover de Nicholas Ray, 1954) James Cagney, John Derek.

Aunque sensiblemente inferior a Johnny Guitar y a La verdadera historia de Jesse James, sus otros dos western, Busca tu refugio se trata de una interesante y personal película del autor de culto por excelencia Nicholas Ray. Es un largometraje de género de los llamados psicológicos y un western de aprendizaje, donde James Cagney es el rudo y curtido pistolero mientras que Derek (que ya trabajó con Ray en Llamad a cualquier puerta) es el joven que termina por enfrentarse a su maestro. La rebeldía de la juventud y la incomprensión por parte de los adultos son temas que interesaban y mucho al prestigioso director, tal como demostró a lo largo de su carrera en varias de sus mejores cintas.


King Kong (Ernest B. Schoedsack y Merian C. Cooper, 1933) Fay Wray, Bruce Cabot, Robert Armstrong.

Se cumple este año su 75 aniversario y sigue siendo la película mítica por antonomasia, aquella que ha pasado de generación en generación causando admiración. La idea original no proviene de la literatura como Drácula, Frankestein y otros mitos, sino de la propia industria del cine. El director y productor Merian C. Cooper y el prestigioso documentalista Ernest Schoedsack dieron vida al monstruo y salvaron a la RKO de la ruina. La historia se basa en la dualidad de la bella y la bestia. La escena final con King Kong luchando contra los aviones en la cima del mundo (The Empire State Building) ha pasado a la historia del cine. Kong despierta las simpatías del espectador que ve como se debate en un mundo extraño para él, como cualquier marginado, y que sólo lucha por su amor. "No han sido los aviones, fue la bella quien mató a la bestia" dice al final Robert Armstrong.


El Hidalgo de los Mares (Captain Horatio Hornblower de Raoul Walsh, 1951) Gregory Peck, Virginia Mayo, Christopher Lee.

El filme pertenece a la segunda etapa de Raoul Walsh dentro del género. La primera se centró básicamente en las cintas que hicieron juntos el cineasta y Errol Flynn en los años cuarenta. Por cierto, se le echa de menos en el largometraje que nos atañe, aunque es cierto que Gregory Peck está a la altura, y muy bien secundado por la “bizca” más famosa de Hollywood: Virginia Mayo. El guión era una adaptación de las tres novelas de C.S. Forester, un escritor muy conocido para los amantes de la náutica. Algo así como el Patrick O’Brian de hoy en día. De hecho sus personajes (Horatio Hornblower para Forester, Jack Aubrey para O’Brian) son comandantes de barcos de su majestad en la época de las guerras napoleónicas. No voy a caer en la tentación de comparar El hidalgo de los mares con Master and Commander de Peter Weir –aunque ya lo estoy haciendo-, sólo decir que la adaptación del director australiano es perfecta; el que lea el libro me dará la razón. Y es que la vida en una fragata inglesa de principios del XIX debía ser como se la imagina el lector y como luego la presenta en pantalla Peter Weir. Con la cinta de Walsh no ocurre lo mismo. En primer lugar se nota demasiado la unión de varios libros en un solo guión. Hay una ruptura mediada la cinta que nos hace pensar si no hubiera sido mejor haber hecho dos filmes. Y luego está la ambientación. Aunque era muy buena para la época, queda a años luz del filme de Weir. Evidentemente, en 1951, no se disponía de los mismos medios con los que se cuenta ahora. Aún así, Captain Horatio Hornblower es una película muy interesante. Con el brillante technicolor de los años cincuenta, las actuaciones de sus estrellas –y un elenco de secundarios con Christopher Lee a la cabeza-, más las impresionantes batallas navales y una historia que engancha, El Hidalgo de los mares puede ser uno de los mejores largometrajes de aventuras realizado en la época dorada del cine americano.

lunes, 23 de junio de 2008

LA JUNGLA DE ASFALTO (The Asphalt Jungle de John Huston, 1950)

John Huston. El creador de La Reina de África o Dublineses tuvo una de las carreras más brillantes de Hollywood. Si bien es cierto que realizó algunas cintas que más vale olvidar –por razones alimenticias y para pagar a sus esposas, como él mismo decía-, la mayoría son obras maestras y merecen recordarse como tales. Hoy vamos a comentar una de las mejores: La jungla de asfalto.



El filme marcó una época y fue copiado hasta la saciedad. Se trata de la adaptación de una novela de W.R. Burnett sobre el atraco a una joyería. El propio Huston, junto con Ben Madow, escribió el guión y, para no apartarse del relato original, las consultas con el autor fueron continuas. No era la primera vez que el director se basaba en una obra de Burnett. Anteriormente, en su etapa de guionista, ya había adaptado El último refugio de Raoul Walsh.

Todo lo que intentó Huston en esta muestra del cine negro le salió bien. Quería realismo. Lo obtuvo; muy cercano al que en ese momento se experimentaba en Italia, pero salpicado de expresionismo, dada la negrura del filme. En efecto, en el arranque, las calles de la ciudad parecen desiertas, cubiertas de una densa neblina que deforman su aspecto. Parece que sólo delincuentes y policías habitan en esta particular “jungla de asfalto”. Y es que esos son los personajes que le interesan a Huston.


Una vez delimitada la población destinataria de la historia, entonces sí aparece el realismo con toda su fuerza: los componentes de la banda hablan de sus problemas personales, de la enfermedad de un hijo o de la vida cotidiana de cada uno. Es un anticipo de lo que haría cuatro décadas después Quentin Tarantino. En el mismo sentido, la corrupción toma protagonismo y se vuelve habitual. Aparece en el despacho de un abogado -Louis Calhern, el perfecto cínico-, pero también en la comisaría de policía.


Huston quería el mejor casting. Lo consiguió. Debe ser una de las películas con mayor calidad en el apartado de secundarios. Prácticamente todos lo son. Si exceptuamos a Sterling Hayden y Jean Hagen -que tampoco son verdaderos protagonistas- el resto de la banda tiene un rol de apoyo. La sinergia que provoca su actuación le confiere al largometraje la categoría de obra maestra. Pero también por separado su aportación es digna de mencionar. Así, Sam Jaffe –Doc, el “cerebro” de la banda- hace su mejor papel; reconocido con diversos premios, entre ellos la copa Volpi del festival de Venecia y la nominación al oscar.

Marilyn Monroe fue otra de las beneficiadas. Todo cambió en su vida a partir del personaje de La jungla de asfalto. Huston dijo de ella -en sus memorias- que paso con éxito la prueba de casting porque era “ condenadamente buena”. En dicha prueba la actriz tenía que hacer una escena en un sofá. Ella propuso hacerlo en el suelo. Huston aceptó y se quedó maravillado.

A pesar de constituir un cambio significativo en la obra de Huston, La jungla de asfalto contiene el mensaje que tanto obsesionaba al realizador: la riqueza, el dinero y las demás aspiraciones materiales finalmente desaparecen por culpa de las debilidades humanas. Es un elemento que la une con películas tan dispares –y tan buenas- como El halcón maltés, El tesoro de Sierra Madre o El Hombre que pudo reinar.

La cinta contiene muchos más elementos para analizar: el final bucólico; la obsesión por las mujeres del jefe de la banda -una de las debilidades de las que hablábamos-; la historia de amor entre Jean Hagen y Sterling Hayden; la banda sonora de Miklos Rozsa, etc. Imposible tratarlos todos en estas líneas. Sólo me resta proponer el mejor homenaje que se le puede realizar a John Huston y a su obra: ver, y disfrutar de La jungla de asfalto.


Ver Ficha de La Jungla de Asfalto.

viernes, 20 de junio de 2008

MELODÍAS DE BROADWAY 1955 (The Band Wagon de Vincente Minnelli, 1953)

¿Qué Cyd Charisse ha muerto? No puede ser... no creo que sea verdad que hayamos perdido a la gran dama del celuloide. A una señora de las de antes, aunque siempre moderna; con una presencia encantadora, con porte de princesa. Una mujer para quitarse el sombrero; o mejor para ladearlo graciosamente justo en el momento en el que ella apareciera en escena con un vestido brillante y ceñido. Un traje de noche con enormes aberturas a ambos lados de la falda, lo suficientemente grandes para dejar entrar y salir las piernas a su antojo. Unas piernas esbeltas, largas, larguísimas; y preciosas. Aquellas que le servían para ser la mejor bailarina de la época dorada del musical.

Procedente del ballet clásico su danza poseía personalidad propia. Cuando bailaba en pareja no se convertía en la “sombra perfecta” de Gene Kelly o Fred Astaire, se situaba a su altura e incluso les sobrepasaba porque, inevitablemente, la cámara se fijaba más en ella (y, además era más alta que ellos, tanto que la obligaban a ponerse zapatos casi sin tacones). Era tan vaporosa como Eleanor Powell, pero más elegante; tan explosiva como Ann Miller, pero más elegante; tan dinámica como Judy Garland, pero mucho, muchísimo más elegante.

Quizás su actuación más recordada sea una de las obras maestras de Minnelli: The Band Wagon. El musical por excelencia; con Minnelli en plena forma. Una cinta inolvidable realizada para entretener, como anuncia en el arranque, y subraya en el final, la letra de la famosa canción que sirve para representar al Cine: "That's Enterteinment".

El filme es sencillo en apariencia, pero encierra un resumen del género que pone al día al espectador. Así, la estructura es fiel al viejo estilo de los años treinta y cuarenta, es decir un musical de los llamados backstage, donde la trama se centraba en la preparación de un espectáculo y donde los actores, profesionales de la danza, interpretaban a cantantes y bailarines en una simbiosis ficción-realidad.



En Melodías de Broadway 1955 se llegaba aún más lejos cuando los protagonistas y los secundarios manejaban una situación real o daban vida a personajes que habían intervenido en la representación de “The Band Wagon” en Broadway. Fred Astaire se interpreta a sí mismo doblemente: primero, refleja su estancamiento a principios de los cincuenta, justo antes de triunfar con esta película, y segundo, él fue el que realizó dicha función en 1931. El papel de Cyd Charisse también parece extraído directamente de su propia vida; Jack Buchanan hace una parodia de Orson Welles bastante graciosa y Oscar Levant y Nanette Fabray dan vida a los verdaderos guionistas de la película: Betty Comdam y Adolph Green.

Pero Minnelli no se queda atrapado en el tiempo. Inserta en la trama los números más innovadores que se habían visto hasta entonces: en el inicial "Shine on your Shoes", Astaire baila y canta entre una multitud sin que la acción provenga de un ensayo de la obra o tenga motivo musical alguno. La cámara forma parte de la coreografía y, en los pasos finales del número, gira lentamente, casi 360 grados, acompañando a Fred Astaire en su juego, con diversas atracciones de feria y con la complicidad de un limpiabotas. Y es que Minnelli utiliza el baile y la música para contar historias, como lo demuestra el número final "The Girl Hunt", donde Fred Astaire y Cyd Charisse bailan al son de la música de jazz, de las pistolas y de un cuento negro muy divertido.


La actuación de Cyd Charisse merece un comentario aparte. Es tan intensa como el color rojo de sus vestidos -marca Minnelli-. Se mueve por el escenario, se pasea, vuela, hipnotiza. Por primera vez roba a Fred Astaire el protagonismo y se hace dueña de la secuencia en el número “Dancing in the Dark”, donde el bailarín, mera comparsa, inicia el baile de espaldas en señal de sumisión, rendido completamente a su compañera.

Nada más enterarme de que Cyd Charisse había fallecido busqué The Band Wagon entre mis antiguas cintas de VHS. Había que verla. Rápidamente me fui hacia el ballet final. Paré la cinta justo en el momento en que ella aparece apoyada en la barra del bar “Osario”. Allí estaba, insinuante, quitándose una gabardina que escondía su famoso vestido rojo, dispuesta a maravillar con su baile... No, no era cierto, lo estaba viendo con mis propios ojos, Cyd Charisse no había muerto.

Ver Ficha de Melodías de Broadway 1955.

jueves, 19 de junio de 2008

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 20 al 26 de junio del 2008)

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La Legión Invencible (She Wore a Yellow Ribbon de John Ford, 1949) John Wayne, Joanne Dru.

La segunda película de la trilogía que sobre la caballería de los EE.UU. realizó el maestro John Ford. Es Continuación de Fort Apache, pero sólo en cuanto al momento histórico: justo después de la matanza de Little Big Horn. La trama se desarrolla en los cinco últimos días de la vida de Nathan Brittles (John Wayne) como oficial de caballería. Su última misión es llevar a la hija de su jefe a otro fuerte, pero todo falla... Realmente casi no pasa nada, como en las mejores películas de Ford. Más que la acción, le preocupan la descripción de los personajes y el entorno (Monument Valley, omnipresente). Ganó un oscar merecidísimo a la mejor fotografía gracias a los planos secuencias y a los bellísimos paisajes. Un prodigio de filme cuyo tema, el inexorable devenir del tiempo, con sus consecuencias más directas como la vejez, la añoranza (emotiva secuencia de Wayne en el cementerio) y el relevo generacional, están presentes en todo momento.

Heat (Michael Mann, 1995) Al Pacino, Robert de Niro

La cinta del ansiado duelo interpretativo entre De Niro y Al Pacino, que se salda con un empate y con una gran película. Quizás algo pasada de metraje, pero que resulta entretenida y aborda de una forma nada maniquea el tema del bien y el mal. Lo hace gracias a que las familias de los protagonistas y sus cuestiones personales son tan importantes o más que el resto de la trama. Algunas escenas están muy bien rodadas, como la secuencia final en el aeropuerto o el tiroteo en la calle. No hay que perdérsela.


Atrapado por su pasado (Carlito’s way de Brian de Palma, 1993) Al Pacino, Sean Penn.

Una de las obras maestras del género negro y de De Palma. Contiene algunos de los planos más logrados de la historia del cine: el final con la imagen de un anuncio del paraíso, o la contemplación bajo la lluvia de un ensayo de ballet; y uno de los más largos planos secuencia (el de la estación de tren), verdadero "tour de force" que recuerda mucho al realizado en Los Intocables -a su vez homenaje a Eisenstein, es decir al Cine-. La película arranca casi de la misma forma que El Crepúsculo de los Dioses o Perdición, ambas de Wilder (¿otro homenaje?): un hombre, malherido, cuenta en off como se ha llegado a esa situación a lo largo de un gran flashback. Al Pacino, que hace una de sus mejores actuaciones, es Carlito para la mafia, pero Charlie para su novia de siempre. Sean Penn borda el papel de abogado corrupto y drogadicto que desencadena la acción y provoca la tragedia. De Palma, admirador de Hitchcock, consigue aproximarse a él sin plagiarle. Domina la técnica y la puesta en escena, estudiando minuciosamente cada plano. Además de las escenas destacadas no perderse la "visita" al hospital que hace Carlito para despedirse de su abogado; todo un ejemplo de cómo debe manejarse el suspense, con giro final incluido.

miércoles, 18 de junio de 2008

LA CONDESA RUSA ( The White Countess de James Ivory, 2005)

La Condesa Rusa es la última obra fruto de la legendaria colaboración entre el director estadounidense James Ivory y el productor hindú, que falleció ese año, Ismail Merchant. Sus películas siempre se han destacado por un perfecto retrato de personajes y de ambientes, aunque se me antoja que esta vez han profundizado más en ambos campos. Veamos por qué:

Primero el ambiente. Shanghai es una de las ciudades más cinéfilas que han existido. Desde Von Sternberg hasta nuestro Fernando Trueba, la capital china ha sido llevada a la gran pantalla en numerosas ocasiones. Su contexto de metrópoli cosmopolita se acentúa en los años en que se desarrolla la historia, años previos a la invasión japonesa a finales de la década de los treinta. Exiliados, diplomáticos, comerciantes y espías convivían en esa época en una especie de “Casablanca” oriental. James Ivory vuelve a presentar con minuciosidad lo que debía ser esta población prácticamente sitiada por una guerra mundial que se avecinaba y por otra civil que se estaba viviendo. Pero dicha amenaza apenas roza la trama principal. Y esta es una característica esencial en el cine de Ivory y Merchant. Recordemos Lo que queda del día (The Remains of The Day, 1993), una de las mejores cintas de ambos cineastas. Allí la guerra flotaba en el ambiente, pero apenas intervenía en el drama que se vivía en el interior de la mansión. En La condesa rusa, nos enteramos del conflicto por breves titulares en algún periódico o por comentarios sueltos, y no es hasta el final cuando la realidad estalla y se hace protagonista junto a la acción que se estaba desarrollando.

Pero la culpa de esta situación la tiene un cuidado guión. Esta vez no es Ruth Prawer Jhabvala, el pilar que faltaba para completar un triunvirato esencial en la historia del cine. Quizás por no participar la escritora india, el largometraje sea menos “literario”. Las ausencias de voz en off y de estructura narrativa por capítulos, hacen que la cinta sea sensiblemente diferente a Una habitación con vistas o a Regreso a Howards End. Pero no por ello carece de atractivo. Al revés, el dúo Ivory-Merchant, construye un microcosmos personal muy original. Cada personaje se configura en dos niveles. El primero interior, con su pasado reflejándose en el presente. Así un antiguo diplomático (Ralph Fiennes) se ha quedado ciego y posee un terrible secreto por desvelar; o una exiliada rusa (Natasha Richardson) se tiene que prostituir para sacar adelante a su familia, en otro tiempo perteneciente a la aristocracia rusa.

El segundo nivel se corresponde con la comunidad cerrada de la que forman parte, siempre ajena a la situación mundial. Algunos lo hacen por propia voluntad, como Fiennes que, desencantado de la política, se refugia en un bar de su propiedad: “The white countess”; otros no han tenido más remedio, como la condesa del título que vive con su familia en los barrios bajos. Ella más unida a la realidad, no así sus parientes que se aferran a una forma de vida que sólo existe en sus recuerdos. Ambos niveles se unen cuando los personajes se conocen y sus historias confluyen.

James Ivory, con todos estos ingredientes, dirige una película atractiva, peculiar y diferente a lo realizado hasta ahora. Resulta, sin quererlo, un particular homenaje a su compañero fallecido y mantiene su, siempre interesante, punto de vista: la historia común que construyen dos personas es más importante, prevalece y sobresale por encima de las pasadas vivencias de cada uno y de los acontecimientos del mundo que les rodea.

Ver Ficha de La Condesa Rusa.

lunes, 16 de junio de 2008

LA DAMA DESCONOCIDA (Phantom Lady de Robert Siodmak, 1944)

Un hombre pasa la noche con una extraña y al volver a su casa se encuentra con el cadáver de su mujer. Ha sido asesinada y todas las sospechas recaen sobre él. Antes de que se de cuenta, es acusado y condenado a pena de muerte. Sólo puede demostrar su inocencia encontrando a esa mujer desconocida para que declare y apoye su coartada. Este es el argumento de Phantom lady, no muy original, ni si quiera para 1944; sin embargo, en mi opinión, la película pasa por ser una de las obras mayores del cine negro de todos los tiempos.



Y esto se debe al buen hacer de Robert Siodmak, uno de los importantes directores alemanes exiliados a causa del nazismo. Ya sólo el arranque es una muestra de su valía. El primer plano de la cinta nos presenta el eje central sobre el que recae toda la trama: una mujer con un extravagante sombrero, a la que Siodmak encuadra de espaldas para esconder su rostro. Aquí el director nos da el "tono" correcto de la película, como si de una composición musical se tratara: los protagonistas, en la barra de un bar, no se conocen, sólo les une la amargura que sienten; uno tiene problemas insalvables en su matrimonio, la otra hace verdaderos esfuerzos por no llorar al haber perdido al ser que ama. Este pesimismo se corresponde con el ambiente de desolación que se vivía en todo el mundo en aquellos años de guerra. La situación se vuelve angustiosa cuando acusan de asesinato al marido desengañado. Un encuadre con él, en el centro del plano, y tres policías a su alrededor, mirándole fijamente y casi no dejándole sitio ni para respirar, así lo confirma.

Pero Siodmak sí nos da un respiro; más bien unas vacaciones. Esto sucede cuando nos presenta al personaje que va a tratar de resolver la situación y encontrar a la mujer del sombrero. Se trata de la secretaria del acusado, una bellísima Ella Raines. De la colaboración entre la estrella y Robert Siodmak, su descubridor, surgieron dos películas más: El sospechoso (The Suspect, 1944) y Pesadilla (The Strange Affaire of Uncle Harry, 1945), las dos obras cumbres del cine negro; sobre todo la primera, con un extraordinario Charles Laughton también acusado de matar a su mujer en un Londres de calles adoquinadas y niebla asfixiante.

Otro de los logros de La dama desconocida es la original estructura narrativa. Aunque la acción transcurre de forma lineal, la película tiene un atractivo carácter episódico. Ella Raines recorre todos los lugares por donde se supone que estuvo su jefe la noche del asesinato. En cada uno de estos escenarios, Siodmak nos propone una mini historia, con inicio, desarrollo y desenlace. En todos ellos hay un personaje secundario que es el objeto de las pesquisas de la protagonista. Son tres en concreto: El barman, un músico y una bailarina. Los tres "cortos" en sí son pequeñas obras maestras. En el primero, destaca sobre todo la fotografía expresionista de Woody Bredell que, a las ordenes de Siodmak, nos ilumina el rostro de la Reines cuando, desde un extremo de la barra, mira de forma insistente al sospechoso barman. La persecución nocturna, por unas húmedas avenidas que no presagian nada bueno, y el intento de asesinato en el metro, son muestras de una gran pericia técnica. Estoy seguro que estos planos se enseñan en las escuelas de dirección fotográfica.

Pero lo mejor está por llegar. En el episodio del músico, nuestra particular heroína se viste de prostituta para intentar sonsacarle al corrupto batería -estupendo Elisha Cook Jr.- toda la información que pueda. Y es que el personaje que encarna Ella Raines parece extraído de las tiras cómicas de la época, es decir la mujer intrépida que no duda en arriesgar su vida y enfrentarse a todo tipo de aventuras. Si ya de por sí es una mujer explosiva, en esta ocasión además sobreactua -en el mejor sentido de la palabra- para excitar a su victima. La secuencia de la "jam session", cuando Elisha Cook toca la batería de forma frenética y la Reines le incita a que lo haga más rápido, es lo más parecido a hacer el amor que he visto en una película sin escenas de cama.


Un último apunte, la supuesta estrella consagrada de la película, Franchot Tone, no aparece en escena hasta mediada la cinta. Es a partir de aquí donde el largometraje da un vuelco y sufre una metamorfosis de lo más original: pasa de ser una cinta claramente negra a convertirse en un thriller del mejor Hitchcock.

Creo que La Dama desconocida es un filme no suficientemente valorado. Desde estas líneas me gustaría aportar mi grano de arena para contribuir a hacer más grande este excelente largometraje de Robert Siodmak y para animar a los lectores que aún no lo hayan visto a que disfruten de él.


Ver Ficha de La Dama Desconocida.


ESPECIAL CINE NEGRO

Si uno enciende el televisor a altas horas de la madrugada y comienza a hacer zapping, puede que se encuentre con programas donde se venden pesas para hacer ejercicio; o con otros donde números de teléfono que comienza por ocho enmarcan una sesión de tv porno; o con películas en blanco y negro.

Si ésta última es la opción elegida -y le doy la enhorabuena por ello- es probable que se sumerja en una historia bastante confusa, con unos diálogos tan rápidos que es imposible seguir la trama. Puede que se le corte la respiración si una rubia fatal le echa el humo a la cara mientras canta con una voz tan dura que genera dudas -si es a causa de los dry martinis que ya lleva encima o es debida a que lleva tragándose el humo desde que tenía 10 años, o ambas cosas a la vez-.


Además es posible que lo vea todo oscuro; que sólo consiga adivinar los rostros de los personajes gracias al brillo que dejan las farolas, al reflejarse sobre el pavimento húmedo de las calles. Es más que probable que una voz sarcástica le conduzca a través de la historia. Una historia que arranque con el característico: "todo empezó aquella mañana gris...". Apuesto a que también le es difícil distinguir los "buenos" de los "malos". Y me jugaría el cuello si al final no le queda un poso de amargura y unas ganas de volver a verla otra vez.

Si todo esto le sucede, ha tenido suerte, se ha topado con una cinta de Cine Negro.

Nosotros nos topamos con ellas hace tiempo y admitimos que fueron las culpables de nuestra cinefilia empedernida. Creemos que por ello se merecen un homenaje, una sección especial donde se comenten los filmes que hicieron famoso al género y aquellos otros más desconocidos, pero igual de fascinantes. Antes de entrar en materia sería conveniente averiguar de dónde vienen esas películas tan peculiares; y a donde van.

El Cine Negro se hizo adulto en Hollywood, en los años cuarenta y cincuenta, pero tuvo una infancia y juventud de lo más ajetreada, y un padre más oscuro si cabe: El Expresionismo (ver el especial). Dicho movimiento artístico, autóctono de Alemania en las primeras décadas del siglo XX, utilizaba ya algunos elementos que luego incorporarían a las cintas negras los directores germanos exiliados durante la Segunda Guerra Mundial. Realizadores como Billy Wilder, Robert Siodmak, Otto Preminger o Fritz Lang utilizaban las luces y las sombras para distorsionar la realidad y, de esta forma, poder transmitir -expresar- lo que los personajes sentían en cada momento.

Pero la negrura cinematográfica no es exclusiva de Alemania o de EEUU, de hecho para algunos el género arrancó de otro movimiento cinematográfico que se desarrollaba en Francia durante los años treinta: El Realismo Poético. Autores como Jean Renoir, Julien Duvivier, Marcel Carné o Jean Gremillón supieron sacar lo mejor de sí mismo en cintas que se convirtieron en legendarias; allí los héroes -y enseguida nos viene a la memoria Jean Gabin- soportaban el peso de un oscuro pasado y luchaban en un presente nada halagüeño, de calles mojadas y canciones que surgían de los tugurios más infectos, como verdaderos lamentos.

Lo cierto es que las cintas negras que han pasado a la historia como las más representativas del género se realizaron en Estados Unidos. Y es que todos los elementos que hicieron posible este despliegue de películas parece que confluyeron allí: por un lado los directores germanos exiliados; por otro los cineastas americanos que ya habían experimentado con largometrajes primos hermanos del Cine Negro, como fueron las películas de gangsters. Tanto Howard Hawks, como Mervyn Leroy o Raoul Walsh, entre muchos otros, habían abonado el campo para la llegada triunfal del "film noir"; como también lo habían hecho escritores de la talla de Dashiell Hammett o Raymond Chandler; o el ambiente de pesimismo que inundaba a la sociedad, embarcada en el conflicto armado más sangriento de la historia. Si además incluimos en la lista de factores a que hubo estudios de producción que se especializaron en ese tipo de historias (la Warner, por ejemplo), pues el resultado no podía ser otro: El Halcón Maltés, Perdición, La Jungla de Asfalto, The Force of Evil, El Sueño Eterno, La Dalia Azul, y un larguísimo etcétera.

La evolución del Cine Negro en los últimos años cincuenta y los siguientes sesenta fue casi la misma que la del propio cine, es decir decadencia. Sólo algunas muestras de buen cine se salvaron de la quema, y es que a las crisis de los estudios y al auge de la televisión, se unieron las persecuciones de autores y actores por parte del senador MacCarthy y sus secuaces. En Europa, mientras tanto, Jacques Becker, Jean Pierre Melville o Jules Dassin ofrecían un soplo de aire fresco al género al dotarle de mayor realismo y cotidianeidad a la vez que desdramatizaban a los personajes.

Con la llegada de nuevos tiempos, los años setenta y ochenta, se recupera parte del prestigio perdido gracias a la aparición de directores que, o bien homenajeaban al género o bien daban su moderno punto de vista. Así, Roman Polanski, Martin Scorsese o Brian De Palma le dieron una vuelta de tuerca al Cine Negro, mientras Lawrence Kasdan o Dennis Hopper hacían una especie de excelente revival. En los noventa, Curtis Hanson, Quentin Tarantino y, en mayor -y mejor- medida, los hermanos Coen, se han encargado de resucitar al género que sigue evolucionando, que ha pasado a ser más violento, si se quiere más duro, pero que continúa con la mayoría de los elementos que le hicieron triunfar y que nos hicieron amar el cine sobre todas las cosas.




También hemos hablado de:






viernes, 13 de junio de 2008

EL GRAN FLAMARION (The Great Flamarion de Anthony Mann, 1945)

Seguramente, Anthony Mann sea recordado por las películas que realizó en los años cincuenta y, en especial, por aquellos maravillosos western protagonizados por James Stewart, donde los rodajes en exteriores cobraban una importancia no vista hasta entonces. Sin embargo, este gran director, comenzó su carrera con filmes de serie B, generalmente policíacos, para modestas productoras y con actores de segundo nivel. Eran películas de gran calidad, muy bien realizadas por Mann que, de esta forma, supo ganarse la confianza de los grandes estudios. De todas estas cintas rodadas en los años cuarenta destaca una en especial: El gran Flamarion.



El largometraje contaba la historia de un tirador excepcional (Flamarion, interpretado por Erich Von Stroheim) al que un matrimonio le servía de blanco en su número circense. Fuera de los escenarios el tirador se convertía en la victima de las intrigas de la siniestra pareja; en especial de la mujer, Connie (Mary Beth Hughes), una femme fatale que “coleccionaba hombres” y quería deshacerse de su marido. El guión era una adaptación de la novela “The Big Shot” de Vicki Baum. En manos de Mann, el libro traspasaba el género del drama y se adentraba en el suspense, en el cine negro y hasta en el fantástico. Esa metamorfosis supongo que sería propiciada por el éxito de cintas tan legendarias como Perversidad (Scarlett Strett de Fritz Lang, 1945) o El ángel azul (Der Blaue Engel de Josef Von Sternberg, 1930). Ambas coincidían con Flamarion al tratar el mismo tema: lo bajo que puede caer un hombre introvertido y solitario en manos de una mujer sin escrúpulos.

Lejos de su espectacular forma de rodar, por la que se haría famoso, Mann se encierra en decorados claustrofóbicos y utiliza las luces y las sombras de forma sorprendente. Algunos ejemplos: cuando nos presenta a los personajes del drama, el número de tiro resulta ser un mal presagio de lo que iba a suceder en realidad; o mientras Connie habla con Flamarion –al que engaña-, podemos ver, detrás de ellos, las sombras de la actuación de un equilibrista encima de su monociclo, un equilibrista que acaba de formar parte de la colección de Connie.


El gran Flamarion contiene multitud de detalles que no son los habituales en una película de bajo presupuesto. Así, Mann introduce diversos planos a lo largo del metraje donde los espejos dan un significado que va más allá del simple reflejo de los personajes. También se recrea en aspectos tan avanzados como la forma de seducir de Connie mientras acaricia un revolver; símbolo fálico que utilizará Arthur Penn en Bonnie and Clyde... ¡más de veinte años después!

El hecho de presentar la acción entre bambalinas hace que The Great Flamarion, gracias a esa atractiva forma de tocar varios géneros, también pertenezca a la serie de filmes que surgieron después del estreno de El fantasma de la ópera. Directores tan hábiles como Todd Browning (Freaks, 1932) o Edmund Goulding (El callejón de las almas perdidas, 1947) supieron aprovechar el filón y consiguieron verdaderas obras maestras. La cinta de Anthony Mann mantiene esa misma línea y no duda en poner en boca de sus personajes una muy conocida metáfora: “La vida es un teatro y todos tenemos un papel en ella”.

Ver Ficha de El Gran Flamarion.

jueves, 12 de junio de 2008

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 13 al 19 de junio de 2008)

Continuamos con nuestra sección semanal no sin antes hacer algunas consideraciones, sobre todo para aquellos que han maldecido a la tabla (yo también lo hago) por sus inexactitudes.

En primer lugar, no figuran todas las películas recomendables debido a varias circunstancias: las cadenas programan y desprograman a su antojo y muchos canales no adelantan las películas hasta uno o dos días antes, debido a la contraprogramación o a que ni ellas mismas lo saben. Por ejemplo, Canal 9 emitió, la noche del viernes pasado La Misa ha terminado (de la que hemos hablado hace poco en este blog) y Su alteza el ladrón (una muy buena cinta de aventuras), sin embargo, en donde yo obtengo la información, esas películas no figuraban todavía el jueves.

En segundo lugar, el horario es más volátil que la Bolsa en estos días. Tanto es así que, por ejemplo, el filme que emitía La 2 el pasado sábado, Cuna de Héroes, comenzó casi media hora más tarde; ¿resultado? en mi caso adiós a la grabación, era una de las que no tenía -y sigo sin tener-.

Bueno a pesar de estos inconvenientes, aquí viene la tabla para la semana entrante, así que shhhh, porque: Silencio se... graba.

Pinchar en la tabla para verla mejor.




La Bella y la Bestia (La Belle et la Bete de Jean Cocteau, 1946) Josette Day, Jean Marais, Marcel André.
Se trata de la mejor adaptación del clásico cuento infantil de Madame Leprince de Beaumont (le sigue de cerca la versión de Disney de 1992). Los decorados de Christian Berard y la fotografia de Henri Alekan contribuyen a que Cocteau haga un relato surrealista de gran riqueza visual. Un filme extraordinario, mucho más que una simple version infantil. El protagonista es Jean Marais, actor fetiche de Cocteau -y amante- , que aquí hace un triple personaje. No le va a la zaga Josette Day (Bella). La historia, ya conocida, es la de una doncella que no duda en irse a vivir con una bestia para salvar la vida de su padre. ¿Es posible enamorarse de alguien cuyo aspecto exterior sea tan repulsivo?

Space Cowboys (Clint Eastwood, 2000) Clint Eastwood, Tomy Lee Jones, Donald Sutherland, James Garner.
Con este largometraje de ciencia-ficción voy a intentar contenerme. Y es que quiero ser objetivo. Así que sólo unos breves apuntes, para nada acalorados. En primer lugar un mensaje para aquellos directores y productores especialistas en cine comercialoide y en teoría de “entretenimiento”. Les quiero aconsejar lo siguiente, que se hagan con un dvd de ésta cinta de Clint Eastwood (sólo el apellido ya me da escalofrios) que la vean una y otra vez, que tomen apuntes en una libreta y que pongan el siguiente título en la cubierta “Cómo hacer una película comercial de calidad”. Para los que aún no la hayan visto: Que se preparen a disfrutar del espectáculo, que admiren a grandes actores, algunos de otro tiempo sí, pero grandes, enormes actores. Que vean como los efectos especiales forman parte de un filme y no son los protagonistas de él. Que saboreen las panorámicas y los largos planos como el del final (espectacular, ya veréis como cuando acabe no resistiréis la tentación de rebobinar la cinta o darle al dvd para atrás, para ver el plano de nuevo). Que aprecien esta aventura donde un grupo de amigos se enfrentan a un problema, a veces con humor, pero siempre con determinación, y donde Eastwood (otra vez el escalofrio) nos propone unos valores morales como los de la lealtad, la amistad o el amor, en un filme fiel heredero de las historias que narraba otro clásico como él, me refiero a Hawks, claro. Creo que he sido objetivo y nada acalorado ¿no?

Haz lo que debas (Do The Right Thing de Spike Lee, 1989) Spike Lee, John Turturro, Danny Aiello.
La obra maestra de Spike Lee, centrada en el problema racial junto a las otras dos excelentes películas (Fiebre salvaje y, en menor medida, Mo Better Blues). Trata de la vida en un barrio de Brooklyn (un personaje más) donde los jovenes sin trabajo se quejan de todo lo que les rodea sin aportar ninguna solución. Donde el anciano borrachin, pero de buen corazón, es el único con sentido común. Una película coral con el propio Spike Lee en el papel de un muchacho que trabaja en una Pizzeria -el unico reducto blanco en todo el barrio-, intransigente y racista como los propietarios del local. En este ambiente tensionado basta que surja una chispa para que todo explote... Historia contada a modo de fábula, donde el humor es importante, donde los colores reflejan el estado de ánimo de los personajes, y donde las teorías de cómo hacer frente al problema racial son expuestas por el propio Lee, subrayándolas al final con las palabras de Martin Luther King y Malcom X; personalidades muy diferentes con soluciones muy diferentes, como podrá comprobar el espectador. ¿Hay que elegir una de las dos?

El Misterio Von Bulow (Reversal of Fortune de Barbet Schroeder, 1990) Jeremy Irons, Glen Close, Annabella Sciorra.
Basada en hechos reales, esta cinta del, primero productor, Barbet Schroeder es la de mayor éxito del director y del actor Jeremy Irons que consigue un oscar por su interpretación. Curiosa en su estructura (hay que tener cuidado al decir "original") al estar narrada en flashback por una mujer en coma; de la misma forma que El Crepusculo de los dioses o Atrapado por su pasado", donde la conducción de la película se ejercía desde la tumba o cerca de ella. Destaca el buen trabajo del ambiguo Irons y de la histerica Close, así como el vestuario y mobiliario de la familia protagonista, más propio del siglo XIX que de la época actual donde se desarrolla la historia.

LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS (The Four Horsemen of The Apocalypse de Vincente Minnelli, 1962)

La Guerra, la Peste, el Hambre y la Muerte, Los Cuatro jinetes del Apocalipsis, todos son invocados al principio y al final de esta versión de la famosa novela de Vicente Blasco Ibáñez. La adaptación corresponde a la potente Metro-Goldwyn-Mayer en una época de vacas flacas para el cine. Y es que los años sesenta marcaron el declive de la industria norteamericana por culpa de la televisión y de las medidas anti-trust. Para hacer frente a la crisis era habitual que las grandes productoras se embarcasen en megaproyectos como el que nos ocupa. De duración a veces interminable, tenían un reparto espectacular y un formato de pantalla acorde a la grandeza del largometraje (Cinemascope, Vistavisión, etc.). Todo esto ocurrió con Los cuatro jinetes... Además la Metro ya realizó una primera adaptación dirigida por Rex Ingram en 1921. Allí se convirtió en estrella un tal Rodolfo Valentino y la película fue de las más aclamadas de todo el periodo mudo. Con ese precedente la producción no podía salir mal.

La dirección corrió a cargo de uno de los grandes activos que poseía la MGM: Vincente Minnelli. Como otros colegas en esos años, Minnelli se comprometió en realizar una superproducción que se le iba de las manos, o mejor dicho se la quitaban de las manos. En este caso Walter Wanger, a la sazón el productor de Los cuatro jinetes..., impuso su criterio para forzar al director a aceptar el casting y el peculiar guión. Los responsables de la adaptación llevaron la historia original a la Segunda Guerra Mundial y decidieron que el protagonista -Glenn Ford, que parece todo menos argentino- se alistara en la Resistencia en vez de en el ejercito.
El reparto resultó algo irregular y curioso: mientras el nazi que encarnaba Karlheinz Böhm pronto hacía olvidar a su personaje de almibarado príncipe en Sissi; el líder de la resistencia, Paul Henreid, insiste en el mismo papel de Casablanca, no sólo por el aspecto bélico sino también por la dudosa fidelidad de su mujer (otra Ingrid, esta vez Ingrid Thulin), lo cual hace que se nos escape una ligera sonrisa cuando realmente asistimos a una terrible tragedia.

A pesar de todos estos contratiempos, el “rojo” Minnelli –apodo otorgado por los críticos debido a su obsesión por ese color- consigue un trabajo más que aceptable. Es cierto que Los cuatro jinetes del Apocalipsis se sitúa lejos de sus excelentes musicales Melodías de Broadway o Un americano en París, y de los dramas especulares Cautivos del mal o Dos semanas en otra ciudad, por poner solo algunas de las casi una docena de obras maestras que realizó; pero no es menos cierto que el encargo de entretener al público fue llevado a cabo de forma eficaz. Así el dibujo psicológico de los personajes es correcto y la dirección artística, brillante. La prueba de que la cinta funciona es la cantidad de veces que ha sido repuesta por su peor enemigo: la televisión.

Ver Ficha de Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.

martes, 10 de junio de 2008

UNA VIDA DIFÍCIL (Una Vita Difficile de Dino Risi, 1961)

Desde los primeros cortos de Charles Chaplin, la comedia no ha dejado de evolucionar. En aquellas historias predominaba el slapstick, pero ya asomaba una nueva forma de narrar: la típica del payaso que, bajo su risueño maquillaje, esconde una vida triste y desgraciada. Chaplin lo bordó en sus posteriores largometrajes; y otros directores se encargaron de modernizar el género humorístico utilizando la misma base: la tragicomedia. Uno de ellos fue Dino Risi, y Una Vida Difícil es una buena muestra de ello.


La película viene a ser una de las mejores "Comedias a la Italiana". Se trata de un guión de Rodolfo Sonego, el habitual guionista de las cintas donde trabajaba Alberto Sordi. El actor da vida a un escritor fracasado de izquierdas que trata en vano vivir de acuerdo a sus principios, pero tanto su mujer (Lea Massari, espléndida) como sus amigos intentan que no se resista y que se deje llevar por la corrupción y la vida fácil, para salir de la miseria.

Risi aprovecha la vida de este peculiar personaje para retratar casi veinte años de la historia de Italia: desde la guerra, con la ilusión de partisanos y combatientes, hasta el desarrollo de los sesenta, pasando por la posguerra del hambre y la república.

Tiene todos los ingredientes de la llamada comedia a la italiana, es decir humor, sátira y drama todo hábilmente mezclado para que Risi profundice en la crítica. Como hará en la posterior La Escapada (Il Sorpaso, 1962), el director arremete contra la burguesía surgida en la posguerra y afianzada en el desarrollismo; pero también denuncia la corrupción, enchufes y amoralidad de los nuevos empresarios, y de la propia Administración. Nadie se salva de la quema, tampoco el pobre personaje que cae una y otra vez en desgracia. Y es que el mayor atractivo del largometraje descansa en las idas y venidas de Alberto Sordi. Su vida transcurre entre las tentaciones -poco honestas- de prosperar, y sus arranques heroicos, que terminan por estropearlo todo.


En este sentido destaca el último tercio de la película. Sobre todo la secuencia que parece el colofón de la cinta, en un final digno del mejor Chaplin: un plano general larguísimo con Sordi a contracorriente del tráfico. La metáfora en vez de cerrar el largometraje conduce a un epílogo que es casi lo mejor del filme; ese que transforma la carcajada en una mueca amarga.

Sirva el comentario de Una Vita Difficile para recordar a uno de los más inteligentes cineastas; aquél que fue capaz de conseguir expresar con imágenes el sentido del olfato, a través de un invidente que reconocía a las mujeres por el perfume; el responsable de la creación de personajes inolvidables, de estafadores, desdichados y caraduras, dentro de un género nuevo que prácticamente inventó: La Comedía a la Italiana.

El sábado pasado fallecía Dino Risi, con su pérdida el Cine se queda cada vez más huérfano.

Ver Ficha de Una Vida Difícil.

jueves, 5 de junio de 2008

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 6 al 13 de junio del 2008)

Para ver mejor la tabla pinchar en ella.



Simbad y la Princesa (The Seventh Voyage of Sinbad de Nathan Juran, 1958)

Excelente filme de aventuras que supuso llegar a lo más alto en los efectos especiales, conseguidos a base de filmar paso a paso a criaturas fantásticas y monstruos de todo tipo. Todo esto debido a la “magia” de Ray Harryhausen. Bernard Hermann (el genial músico de varias películas de Hitchcock) compuso la banda sonora. Una joya para grabar.



Paso al Noroeste (Northwest Passage de King Vidor, 1940)

No es un western al estilo clásico, sino más bien una epopeya repleta de pasión y sentimiento. Basada en el libro de Kenneth Roberts, la película narra las aventuras de los Rangers de Rogers (Spencer Tracy), famosos guerilleros al servicio de los ingleses en la América anterior a la independencia de los Estados Unidos. Las penurias por las que pasan los Rogers' Rangers para descubrir nuevos territorios han pasado ya a la historia del mejor cine de aventuras.


CAMPANA DE LIBERTAD (A Bell for Adano de Henry King, 1945)

Los “clásicos”. Nuestra pasión por ellos se debe al amor que sentimos por el cine. A la admiración por los directores que forjaron la historia del séptimo arte para convertirlo en el más influyente de todos (bajo mi punto de vista). Al seguimiento de las carreras de las grandes estrellas que se convirtieron en mitos y leyendas. A todo esto; pero a “algo” más.

Bajemos un peldaño. Situémonos a la altura de aquellos “obreros” –asalariados de los grandes estudios- que, con su presencia, conseguían enriquecer los filmes. Me refiero a los secundarios. Suboficiales al servicio de los generales (directores) y ejecutando, en la ficción, las órdenes de los oficiales al mando (las estrellas), su labor no era del todo reconocida y sólo en contadas ocasiones conseguían situarse a la altura de sus compañeros de “armas”. En representación de todo ellos, hoy vamos a hablar de John Hodiak.

Aunque, en los años 50, figuró al frente del reparto en algunas cintas de bajo presupuesto -sobre todo western o películas bélicas-, su mejor época se sitúa en la década anterior donde participó como secundario en algunos largometrajes muy aclamados. Las Chicas de Harvey (The Harvey girls de George Sydney, 1946) o Fuego en la Nieve (Battleground de William A. Wellman, 1949) figuran entre sus mejores trabajos. De esta época destacan dos actuaciones como protagonista: el personaje desconfiado de Náufragos (Lifeboat, de Alfred Hitchcock, 1944), y el que siempre asocio a su figura, el del mayor Victor P. Joppolo, su papel en Campana de Libertad.

El filme de Henry King fue realizado al finalizar la segunda guerra mundial y se basa en la novela "A bell for Adano" de John Hersey. Trata de la liberación y posterior pacificación de un pueblo de Sicilia por las tropas americanas. Aunque se sitúa muy en la línea de los largometrajes europeos sobre el final de la terrible contienda, como Paisà (1946) de Rossellini -la mayoría dentro de la nueva corriente neorrealista-, Campana de Libertad, no nos engañemos, es una película de propaganda estadounidense que ensalza la liberación europea y el futuro Plan Marshall.



Abstrayéndonos del mensaje patriota, la cinta pasa por ser una de las que más y mejores personajes contiene; y éste es su mejor activo. La presentación de los habitantes de este singular pueblo es literal; van apareciendo entre las ruinas a medida que se dan cuenta que los nuevos ocupadores no son ni fascistas ni nazis. Además, el jefe de las tropas aliadas (John Hodiack) resulta ser mejor que los anteriores alcaldes que tuvo el pueblo, sobre todo después de que consiga entregarles su ansiada campana.

La campana del título les fue robada por los fascistas para fundirla y servir de materia prima con la que fabricar armas de guerra. Hasta que no vuelva sonar no creerán que la contienda ha terminado. Para ellos la campana significa la vuelta a la normalidad, les marca los normales quehaceres diarios, y todos están de acuerdo en su regreso: desde el antiguo alcalde fascista o el carabinieri, hasta el mafioso o el más rico de la ciudad; es realmente el fin de la guerra. Y es que la película está cargada de simbolismos como éste; todos perfectamente adecuados.



Exceptuando a Gene Tierney, verdadera estrella de Hollywood –aquí rubia, "para no parecer una paleta", según nos confirma su personaje-, los demás actores son habituales secundarios en películas de cine negro, western o bélicas. William Bendix, Richard Conte o Harry Morgan tuvieron aquí una oportunidad para demostrar su valía junto a otro colega: John Hodiak. La aprovecharon.

Ver Ficha de Campana de Libertad.

EL JUEGO DE HOLLYWOOD (The Player de Robert Altman, 1992)

Con El juego de Hollywood, Robert Altman realiza la más cinéfila de sus películas. Es un verdadero tour de force coral, fiel a su estilo, pero esta vez cargado de citas y homenajes sobre y contra Hollywood. Así, el guión especular comienza con un plano secuencia, tan brillante y largo como el famoso de Sed de mal que acompañaba a los créditos (Touch of evil de Orson Welles, 1958). Para reafirmar su homenaje a Welles, y en esa misma escena, dos de sus personajes hablan del cine actual -"más parecido a un vídeo clip que otra cosa"- y a continuación alaban el citado arranque del genial director.



En el aspecto técnico Altman se deja la piel en cada plano, "rellenando el tapiz" como dijo otro maestro (Alfred Hitchcock), es decir colocando atrezzo, carteles de cine o extras a juego con lo que se está diciendo o haciendo. Véase si no ese desfile de deportistas que se cruzan ante los protagonistas cuando estos hablan de que deberían dejar de pelearse entre ellos y formar un equipo; o cuando enfoca en distintos momentos carteles de películas clásicas con títulos que encajan muy bien con el estado de ánimo del protagonista (Tim Robbins, más cínico que nunca).

La trama se centra en un caso de asesinato y chantaje; Altman aprovecha el mundillo donde se desarrolla la acción (unos estudios de Hollywood) para arremeter contra el sistema de producción americano. El estudio que dirige Tim Robbins transforma un proyecto, prácticamente de “arte y ensayo”, con final poco convencional y actores desconocidos, en un típico producto americano, con estrellas y final feliz.


El contraste es total ya que Altman hace todo lo contrario. Aunque sí utiliza a todas las estrellas que puede (Cher, Bruce Willis, Nick Nolte, Andie Macdowell, Malcom Macdowell, Angelica Huston, Scott Glenn, Elliot Gould, Jeff Goldblum, Julia Roberts, Burt Reynolds, Robert Wagner, James Coburn...son algunos de los que me acuerdo) lo hace para "adornar" su particular final nada moral donde las personas más sanas son despedidas y los corruptos y conspiradores -y hasta los asesinos- consiguen triunfar. ¡Vaya golpe bajo de este gran director a todo un sistema! Sistema que, eso sí, admite la autocrítica como demuestra la propia cinta.

A Robert Altman lo recordamos por M.A.S.H, Nashville, Los vividores, Vidas cruzadas y tantos otros estupendos largometrajes. No cabe duda de que era un realizador muy agudo, con una visión especialmente irónica de la sociedad donde vivía. Lo que le diferenciaba de otros directores contemporáneos era su facilidad en construir -y plasmar con imágenes- un caleidoscopio de personajes que, en su conjunto, más que individualmente, caricaturizaban la forma de vida norteamericana. Altman consiguió esto en casi todas sus películas y en El juego de Hollywood se aprecia más que en ninguna otra.

Ver Ficha de El Juego de Hollywood.

lunes, 2 de junio de 2008

INTERMEZZO (Gustaf Molander, 1936)

La primera versión de Intermezzo fue la película que propició que la industria norteamericana se fijara en Ingrid Bergman y la “fichara” para volver a protagonizar una segunda adaptación; esta vez en Hollywood, de la mano de Gregory Ratoff y, por si acaso, con una apuesta segura de cara a la taquilla: Leslie Howard. Ambos dramas tratan de la relación adúltera entre un violinista, Holger Brandt, y una profesora de piano, Anita Hoffman, interpretada por la jovencísima estrella. Hoy vamos a comentar la película escandinava, la de Gustaf Molander, pero serán inevitables las comparaciones con la posterior versión americana.



El director sueco pertenecía a la generación de cineastas nórdicos que surgieron tras la estela de Stiller y Sjöstrom, dos de los grandes realizadores europeos del cine mudo. De hecho Molander fue guionista del propio Victor Sjöstrom y su Intermezzo tiene mucha relación con las películas no habladas. Gosta Ekman, el actor protagonista que daba vida al violinista, era una estrella en su país y debía su fama a ese tipo de películas a las que se puede apreciar que no renunciaba debido a su forma expresiva de actuar. Quizás uno de los atractivos de esta cinta es observar, precisamente, la transición entre los dos tipos de cine: el mudo, representado por Gosta Ekman; y el sonoro, más acorde con la interpretación de Ingrid Bergman y la famosa pieza musical del título.

La cinta tuvo un gran éxito en Suecia. Aunque el triángulo amoroso estaba descrito con delicadeza y el final era demasiado moralizante, el largometraje era lo suficientemente escabroso para afectar a la taquilla de forma favorable. Ayudaba el hecho de que el personaje principal era un hombre ya maduro –más viejo que en la versión americana- que se enamoraba de una mujer mucho más joven que él y abandonaba a su familia. Para que el adulterio fuera más criticable, Molander –también guionista- introducía un elemento que iba a ser el referente de toda la acción posterior: la pequeña hija del violinista. Así Ingrid Bergman veía en todas las niñas que se acercaban a su amado a la pequeña Ann Marie. Era una especie de conciencia que le impedía continuar con la aventura.




El productor David O. Selznick vio la película y le faltó tiempo para contratar a la actriz. Me imagino que lo que quería el creador de Lo que el viento se llevó era descubrir a una segunda Greta Garbo. Y es que las similitudes de Ingrid Bergman con la diva eran muchas: las dos eran suecas; las dos habían triunfado en su país con melodramas más o menos escandalosos; y ambas fueron dirigidas por realizadores de la misma escuela, el ya citado Maurice Stiller y el que nos atañe, Gustaf Molander. Greta Garbo fue descubierta por Louis B. Mayer, y David O. Selznick no podía ser menos. Sin embargo en lo que tenía que haberse fijado el productor era en que tenían una personalidad diferente. Y volvemos otra vez a la dicotomía cine mudo-cine hablado. Mientras la Garbo dotaba a sus personajes de una expresividad característica, Ingrid Bergman brillaba de una forma diferente. En el Intermezzo sueco se adivina ya a la futura actriz que estaba por llegar, con una forma de actuar no vista hasta entonces: alegre, espontánea y brillante en las escenas iniciales; grave y contenida, en las secuencias dramáticas. En la versión americana, además, aparece su famoso glamour, el que posteriormente se reflejaría en películas como Casablanca o Encadenados. Había nacido una nueva estrella, y no tenía nada que ver con ninguna conocida hasta entonces.

Ver Ficha de Intermezzo.

VIVIR SU VIDA (Vivre sa Vie de Jean-Luc Godard, 1962)

La revisión de esta excelente cinta provoca el efecto de una bofetada en el rostro del triste panorama actual, de largometrajes insulsos y de baja calidad. En mi opinión, ver este filme es un recomendable ejercicio de humildad y aprendizaje para los presentes directores, y un soplo de aire fresco para los espectadores ansiosos de buen cine. Y aquí van mis razones:



Vivre sa vie es, ante todo, un ejercicio de estilo. Doce secuencias recogen la vida de una prostituta, desde sus comienzos hasta el final. En todos los capítulos, Godard se recrea con su musa, Anna Karina, en unos excelentes primeros planos que inundan la pantalla desde el principio. El realizador no pierde jamás el punto de vista de la protagonista. La sigue con la cámara y nos hace partícipes de esa persecución. Las primeras imágenes, acompañando a los créditos, nos muestran los dos perfiles y el frente de Anna Karina con una expresión de culpa que confirman un principio fundamental en el cine: toda película debe comenzar con una imagen que resuma o proporcione el “tono” correcto de la historia.

A continuación Godard deja que el espectador analice o simplemente disfrute de la totalidad del metraje. Sirva como ejemplo el arranque, cuando el director nos muestra a Karina y a su novio de espaldas a la pantalla. ¿El significado? Cualquiera de los siguientes, o todos, o ninguno de ellos: es el comienzo, así que aún no conocemos a los protagonistas, conforme avance la cinta nos iremos familiarizando con ellos; es una pareja en crisis, que se va a separar y esconden su rostro porque ellos mismos se ignoran; o bien Karina nos da la espalda como se la da a su vida anterior y, a partir de esta secuencia, todo va a cambiar.

Pero también es un largometraje que pertenece a un movimiento: la Nouvelle Vague. Y se enorgullece de ello. Las secuencias con referencias intelectuales son múltiples: así un joven lee las obras completas de Edgard Allan Poe (la voz es de Godard), mientras admira la belleza de la protagonista; o la propia Karina filosofa en un bar sobre la conveniencia de expresarse.

La pasión por el séptimo arte es otra característica de esta escuela. Las colas de un cine donde se proyecta Jules et Jim de Truffaut –compañero de Godard en Cahiers du Cinema-, o una larga secuencia de La pasión de Juana de Arco de Dreyer, con los primeros planos de Renee Falconetti confundiéndose con los de Anna Karina, confirman lo anterior.

Animo a los lectores a seguir a Godard en esta radiografía de Anna Karina; en esta obra maestra que se transforma por momentos en documental, en comedia –no perderse la forma de medirse que tiene la propia Karina- y en drama. La propia actriz agradece al director -y al espectador- su atención cuando mira fijamente la cámara; o cuando, en un interrogatorio, Godard la fotografía con poca luz para que su avergonzada cara quede difuminada. Si ella ya lo hace ¿qué más puedo decir yo para promocionar esta maravilla?

Ver Ficha de Vivir su Vida.

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